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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 31 de mayo de 2012

SE LLAMABA MALU.

Siempre supe que sería escritor.
De novelas policíacas, se me ocurrió después.
Pero, yo quería ser un escritor serio, en lo posible, con un solo cadáver por novela.
Nada de "Diez indiecitos" o "Cinco cerditos"...Por supuesto que admiraba las novelas de Agatha Christie, pero lo mío no era el asesinato en serie.
Tampoco los charcos de sangre ni las muertes violentas. Mi ideal era que la gente asesinada pareciera fallecida de muerte natural.
Y ahí estaría, por supuesto, la pista, el detalle ingenioso que señalaría que eso no era más que una ilusión óptica.
Me cargaban las descripciones sórdidas. En vano, mi editor me rogaba que introdujera otro asesinato en la trama, para acrecentar el suspenso. Yo me negaba y me valía, en cambio, de efectos misteriosos, como cortinas agitadas por el viento, velas que se apagaban de improviso, puertas que crujían sin que nadie las tocara, y cosas así...
Mis novelas se vendían y el editor acabó por aceptar que yo era "hombre de un solo cadáver". Los excesos me parecían de mal gusto.
Claro que la trama de mis novelas no surgía así no más, de la Nada, con un chasquear de dedos.
A veces pasaba semanas con la mente en blanco e insultándome a mí mismo por haber elegido un género tan difícil en vez de haberme dedicado a las novelas de amor.
¡Ahí sí que hay tema de sobra! Es cosa de andar por la calle mirándole la cara a las personas.
De cada cinco, tres van con aspecto de sonámbulos, sumergidos en las angustias deleitosas de eso que llaman Amor. Y que para mí, aquí entre nosotros y no lo comenten, no existe y sólo es cosa de la imaginación.
Bueno, pero volvamos a lo mío.
Para inspirarme, salía muchas noches a deambular por los barrios marginales. Con la precaución, claro, de dejar en la casa el reloj, el celular y la billetera. Me echaba al bolsillo el dinero suficiente para cubrir una emergencia y partía.
Veía borrachos, candidatos al suicidio, mujeres de faldas cortas y desvergüenza larga, traficantes de droga defendiendo su esquina, en fin. Todo lo observaba y lo archivaba en mi mente para usarlo cuando la necesidad lo ameritara.
Así fue como una noche llegué a un barrio, donde una música sugerente brotaba de una casa, cuya puerta permanecía entornada, como invitando.
Entré y vi un salón donde varias parejas bailaban. Los hombres eran en su mayoría conscriptos de franco o turistas persiguiendo "el color local".
Me salió a recibir una chica menuda y gordita que dijo llamarse Malú.
-¿Me pagarías un trago?-me preguntó coqueta.
-¡Claro que sí!
Hizo una seña y un garzón con cara de "cinco años y un día" nos trajo dos vasos. El mío contenía wisky y el de la chica, obviamente, una infusión de té.
Le dije, para entablar conversación, que era casado y que mi mujer andaba de viaje.
Ella sonrió comprensiva y su rostro se llenó de una dulzura poco corriente en lugares de esa índole.
En realidad, Malú tenía un aire de frescura y sencillez y carecía totalmente de la malicia habitual en otras mujeres dedicadas a esa profesión.
Era muy joven y su rostro conservaba una cualidad de inocencia que confundía.
-¿Quieres subir?- me preguntó, poniendo su mano sobre mi brazo.
-No, Malú, gracias. Esta noche no. Conversemos mejor. ¿Te gustaría que pidiera champaña?
Acostumbrada a los vasos de té insípido, sonrió encantada. Seguramente pensó que con ese gasto, la patrona no le reprocharía después su poca maña...
Bebimos el fresco vino espumoso y poco a poco nos fuimos alegrando.
Ella entró en confianza y se puso locuaz. Me contó que era del sur, que su papá criaba ovejas y que tenía un hermano guardiamarina.
Envalentonado, me atreví a preguntarle lo que hacía rato me inquietaba:
-Malú ¿por qué trabajas en esto?
-¡Estoy ahorrando para casarme!
Aquella insólita respuesta me dejó mudo.
Ella continuó, llena de fervor:
-¡Somos pobres! Mi novio es obrero de la construcción. Gana muy poco. Yo, en el día trabajo de dependiente en una farmacia. Con lo que sacamos entre los dos no nos alcanza para comprar los muebles ni nada...El se quiere casar ahora. Soy yo la que prefiere esperar para hacer las cosas bien.
-¿A qué te refieres?
-Que quiero casarme con fiesta y traje de novia. ¡La gente se casa una vez en la vida! ¿No crees?
-Bueno, a veces más de una-le respondí escéptico.
Pero, la verdad era que estaba consternado. Todo lo que me decía me parecía una broma infinitamente triste, un delirio afiebrado. ¿Cómo no medía la real magnitud de su tragedia? ¿Lo grotesco de su situación?
-El no sabe, por supuesto...-aventuré.
-¡Claro que no! Me va a dejar a la pensión todas las tardes. Ahí descanso un poco y a las nueve me vengo para acá. Ya he juntado harta plata. En poco tiempo más podré dejar esta vida.
-¿Y cómo explicarás ese dinero delante de tu novio?
-Le diré que me lo mandó mi papá, de su crianza de ovejas.
Y todo lo decía con una ingenuidad y una simpleza abismantes..
Sus ojos brillaban de amor y entusiasmo cuando hablaba de su novio.
¡El la quería tanto, la respetaba tanto! Se había negado a poseerla antes del matrimonio, aunque ella se le ofreció...Incluso le pedía perdón si, llevado por la pasión, perdía el control sobre sí mismo.
Nunca había creído llegar a escuchar una historia tan trágica y que a fuerza de ser terrible, llegara a ser cómica.
Pasé varias semanas ocupado en una novela y una noche, casualmente, me acordé de Malú.
¿Estaría todavía en aquella casa?
Cuando pregunté por ella, la patrona se quedó en silencio y una lágrima rodó por su mejilla pintada.
El colombiano que servía los tragos me dijo brutalmente:
-¡Se murió la Malú, pues amigo!. Hace ya tres semanas.
-Pero, ¿cómo? ¿La mataron?
-Fue lo primero que se nos ocurrió-continuó el hombre-Pero la autopsia no mostró "daños atribuibles a terceros". Infarto masivo, dijo el forense. Se le paró el corazón y eso fue todo.
Quedé consternado. ¡No podía ser! ¡Era tan joven! Algo tenía que haberle pasado...
Mi mente detectivesca me hizo sobreponerme a mi dolorosa impresión. Llevé a un lado al colombiano y lo invité a un wisky.
Se le soltó la lengua y me contó en detalle lo que había pasado esa noche.
-Llegó un hombre preguntando por ella. Era un tipo rudo, musculoso. Se me ocurrió un obrero de la construcción, tal vez porque le vi cal en los zapatos, no sé...
-Preguntó por ella, como le digo, y subió a verla. Bajó al poco rato y se lanzó a la calle, corriendo como un loco. Lo perseguí, pero se me perdió en las sombras. Subí a verla a ella, temiendo una desgracia.
-La encontré sentada en la cama, con la cabeza doblada sobre el pecho.
-¡Malú! ¡Malú! ¿Estás bien?
Al remecerla, se me cayó en los brazos. Estaba muerta.
-Para mí es un misterio-continuó el cantinero, después de eructar ruidosamente-¿Quién era ese hombre? ¿Qué vino a decirle?
No le contesté y me fui, luego de pagar el consumo.
Yo lo tenía bien claro.
Alguien que conocía al novio, la vio en esa casa y no dudó en prevenirlo. El fue a confirmar la horrible sospecha. ¿Qué le dijo? ¿Qué insultos soeces reemplazaron a las palabras de amor?
El corazón de Malú no soportó el impacto. Su mente, incapaz de procesar la magnitud de su desgracia, le ordenó que dejara de latir. Y su vida se detuvo, mientras el agresor huía.
Fue un asesinato, está claro. Pero la víctima murió de muerte natural.
Una paradoja digna de una novela policial. De las que a mí me gustan, sin sangre, sin estridencias...Y con un sólo cadáver en la trama.

viernes, 25 de mayo de 2012

UN VIAJE EN EL TIEMPO.

Mariana fue de mala gana a la fiesta de su amiga Paula.
La tenían preocupada y malhumorada los pobres resultados que obtenía en los ensayos de la Prueba para postular a la Universidad. Era cierto que no le ponía mucho empeño y que varias veces había faltado a las clases en el Pre-Universitario.
Tampoco estaba segura de querer estudiar Periodismo.
Pero ¿qué cosa entonces? Era buena en idiomas, le encantaba Literatura...En fin, la incertidumbre y sobre todo el temor a obtener un mal puntaje la tenían angustiada.
Al final, se  decidió y partió a la fiesta.
Había gente bailando en el jardín y en el interior de la casa.
Divisó a Patricio, que llevaba una polera con una leyenda tonta: "No estoy aquí"
Pasó a su lado sin saludarlo y se dirigió al jardín. Patricio corrió tras ella y le preguntó enojado:
-¿Por qué no me saludaste?
-Pero ¡si ahí dice que no estás aquí!  Salí al jardín a buscarte.
-Ja ja ja-fingió reírse, molesto, y la tomó de la mano para llevarla a bailar.
Bailaron largo rato sin hablar porque el estruendo de la música lo impedía. Luego, Mariana se apartó de él con el pretexto de ir al baño.
La cargaba bailar música lenta, con Patricio respirándole en la oreja. Le cargaba Patricio, esa era la verdad.
Pasó frente a la biblioteca del papá de Paula. Estaba encendida la luz y vio unos mullidos sillones que invitaban al descanso. Se quitó los zapatos y se ovilló entre los cojines, con un suspiro de alivio.
Pero, no estaba sola. Vio a un joven de poco más de veinte años, mirando con atención los lomos de los libros que llegaban hasta el techo. Sacó uno y se sentó al lado de Mariana.
La saludó distraído y se puso a leer.
Ella deletreó en la portada: "Memorias de Dios" de Giovanni Papinni.
-¡Vaya!- exclamó-¿Es un libro religioso?
-¡Claro que no! Todo lo contrario, es un libro requete contra ateo.
Abriéndolo  en una página cualquiera, se puso a leer en voz alta.
 Era una especie de Diario de Vida de Dios en el que decía que los hombres lo tenían hastiado y que lo que más le cargaba era que le rezaran y lo alabaran, pensando que eso a él le resultaba agradable.
Mariana se quedó perpleja.
-¿Y tú eres ateo?
-¡Claro!-dijo el joven-No creo en Dios, ni en el mar, ni en las nubes, ni en nada. Pienso que las cosas existen solo porque las imaginamos.
-¿Y por qué todos vemos lo mismo, entonces?
-¡Ah! Porque el cerebro es igual en toda la gente y está programado para que veamos las mismas cosas.
-¿O sea que vivimos en una especie de páramo en el que no hay nada de nada? ¿Como una hormiga que camina por una página en blanco?
-Puede ser, sí...-respondió,  pareciendo dudar él mismo de sus extrañas ideas y a continuación, agregó, quizás para cambiar de tema-Me llamo Marcos y tú?
Yo, Mariana-respondió ella y le tendió la mano.
Enseguida, Marcos le preguntó:
-Si pudieras viajar en el tiempo ¿a qué época irías?
-¡Ah!- exclamó ella, sin vacilar-Iría al Futuro. Me saltaría diez años. Estaríamos en el año Dos mil veintidós. Ya habría dado la Prueba, me habría titulado en alguna profesión y toda la incertidumbre de ahora pertenecería al Pasado.
-Mira, yo estudio antropología- explicó Marcos- así es que viajaría a la Pre-Historia. Querría ser testigo del despertar de la inteligencia humana.
Y así, conversando, se les pasó la hora. Dieron la una y Mariana decidió volver a su casa. Marcos le ofreció llevarla en su auto y ella aceptó encantada, porque de Patricio no se veía ni el pelo. Y además, seguro que estaría enojado.
Al llegar a una esquina, un taxi los envistió por un lado y los arrojó a la vereda.
Mariana perdió el conocimiento al golpearse contra el parabrisas.
Despertó sentada en un sillón, en la trastienda de una Farmacia.
Pensó que la habían llevado ahí después del choque, pero casi al mismo tiempo que abría los ojos, entró una joven, que le espetó malhumorada:
-¡Ya, pues, Mariana! Hace rato que estoy atendiendo sola, haciendo también tu pega. ¡Te aprovechas de que no está Don Heriberto!
Mariana se miró y vio que llevaba un delantal igual al de la vendedora.
Se levantó del sillón, confusa, y se dirigió al mostrador de la Farmacia. Al pasar, vio en la pared un calendario: Diciembre de Dos mil veintidós.
Trabajó todo el día hasta quedar agotada.
Le ardían los pies y un persistente dolor de cabeza le impedía pensar. Sólo atinaba a llamar a los clientes por sus números y a despachar los pedidos, tratando de sonreír.
A su lado, Julia, que así se llamaba la otra dependiente, se desenvolvía con soltura, mientras Don Heriberto, el farmacéutico, se encargaba de las recetas.
Terminó su turno cuando las luces de la calle ya estaban encendidas desde hacía rato.
Tomó el Metro y llegó a su casa de noche.
Su madre la besó distraídamente y siguió poniendo la mesa.
Mariana vio que sólo ponía dos cubiertos:
¿Dónde estará papá?-se preguntó angustiada.
Comieron en silencio. Miró el rostro de su madre, triste y envejecido.
Sobre un mueble, estaba la fotografía de su padre y a su lado un vaso con flores, que empezaban a deshojarse.
Comprendió que había muerto. Y seguramente decepcionado al ver que ella no se había titulado en ninguna profesión, a pesar de los esfuerzos que él había hecho para costearle los estudios.
Se acordó de las veces que se había ido al cine en lugar de asistir a las clases del Pre-universitario.
La pena y los remordimientos, como una marea salobre, inundaron su corazón.
Su mamá encendió la televisión y en la pantalla vio un rostro conocido, que la hizo estremecer.
-El galardonado antropólogo, Marcos S.-decía el presentador-dará una conferencia en el Auditorium de la Universidad de Chile. El tema versará sobre el hombre prehistórico, como adelanto de su libro "La mente del hombre primitivo" de próxima publicación.  
Vio a Marcos, con unos lentes de grueso armazón y una sonrisa tranquila y confiada, respondiendo a las preguntas del periodista.
Mariana sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Los cerró y sin darse cuenta, se quedó dormida en el sillón.
La despertó la voz de una enfermera y se encontró en la cama de una clínica.
-¡No duerma más, señorita Mariana, que ya viene el doctor a revisarla! ¡Qué bueno verla recuperada!  El golpe en la frente no le dejó ninguna secuela...
Entró el doctor y la miró, sonriendo:
-¡Tuvieron mucha suerte su amigo y usted! El también está fuera de peligro. Un poco confundido todavía. ¡Con decirle que no para de hablar de un viaje que hizo a la Prehistoria!
Tiene una conmoción leve que pronto se le pasará...
Mariana se irguió en la cama:
-Doctor, por favor ¡necesito que me dé el alta cuanto antes!  No puedo seguir faltando al Pre-universitario... ¡Sin un título no me voy a quedar!

miércoles, 23 de mayo de 2012

VACACIONES EN RAPA NUI.

Lunes.
Para Navidad me regalaron este diario y me lo quedé mirando consternada, sin saber qué pensar. Pero mi mamá me dijo que sería bueno que escribiera para mejorar la ortografía y que aprovechara de llevarlo cuando fuéramos a Rapa-Nui. (Ella no puede decir Isla de Pascua, como todo el mundo.)
Bueno, y aquí estamos en Rapa-Nui.
El viaje en avión fue bien largo, horas de horas volando sobre una alfombra de nubes. Me quedé dormida y desperté cuando estábamos aterrizando en Mataveri.
Miércoles.
A Belita y a mí nos pusieron en una pieza y mis papás en otra.
Estamos en unas de tipo C2, diría yo, y todas las mañanas vemos pasar los carritos con toallas finas, jabones perfumados y frascos de shampoo, destinados a las cabañas de primera clase.
Belita y yo sacamos disimuladamente unos jabones y unas botellitas de shampoo verde, con un olor de lo más exótico.
Jueves.
Hoy nos levantamos al alba para ir a ver aparecer el sol por el mar, que es de lo más raro, para quién vive detrás de la cordillera.
Era como si el  sol hubiera andado buceando y de repente saliera a flote, disparando rayos dorados con un esplendor apoteósico que nos dejó mudas.
Tenemos unos vecinos de pieza bastante pintorescos.
En una, se aloja un joven de lo más regio, con dos ancianas.
Yo pensé: La mamá y la tía, y en la mesa comenté-¡Qué buen hijo!
Pero mi papá me advirtió que no vaya a "meter la pata" hablándole, porque de hijo de las veteranas no tiene ni un pelo. Mi mamá murmuró algo de "gigoló", pero después se tapó la boca, abochornada.
Al otro lado, alojan dos jóvenes de lo más delicados, con pantalones blancos y pañuelitos al cuello. Al atardecer ponen música romántica y escuchamos arrastrarse sus pies mientras bailan.
Otra vez mi papá me advirtió que no vaya a "meter la pata" hablándoles.
Viernes.
Hoy fuimos de excursión a las cuevas donde antiguamente tallaban los moais. Están en lo alto de un cerro. Todo el camino está salpicado de moais semi enterrados, que se quedaron ahí porque no alcanzaron a bajarlos. No sé si porque se murieron todos de golpe o abandonaron la isla cuando se acabó la vegetación.
Belita estaba fascinada porque dice que va a ser arqueóloga. Yo traté de fascinarme también pero no me resultó mucho.
En el tour andaban puros japoneses y brasileños. De Chile, sólo nosotros. Dice mi mamá que es muy caro venir a "Rapa-nuí"y que no cualquiera puede. Después frunce la boca con gesto de superioridad.
Sábado.
Me levanté temprano y Belita se hizo un lulo en la cama y no me quiso acompañar.
Así es que fui sola al comedor a tomar desayuno y ahí estaba el otro gay, escribiendo en su computador. O sea, yo creía que era gay, porque lo había visto conversando con los que bailan. Pero, parece que sólo quería demostrar que está en contra de la discriminación,  lo que encuentro de lo más atinado.
Te contaré que a esos dos los escuché hablar entre ellos y se dicen Betty y Luly. Obvio que no pueden llamarse así. Pero mi papá me dijo que no ande oyendo conversaciones ajenas.
Bueno, cuando entré al comedor, el joven de que te hablo me miró y me dijo:
-Somos los únicos madrugadores.
Estaba sirviéndose rebanadas de piña y huevos revueltos. Hice lo mismo y también tomamos café.
Me senté a su lado y traté de averiguar lo que escribe, pero no quiso decirme.
Tiene como treinta años, creo yo, así es que le dije que tengo diecisiete, aprovechando que no estaba Belita para echarme al agua. Pero, igual él no me dijo qué edad tiene.
De lo más reservado, pero regio. Alto, flaco y con lentes. Y seguro, seguro que no es gay.
Lunes.
Hoy hicimos un tour a una aldea que se llama Orongo. Son unas casitas de piedra, tan bajas, que habría que entrar gateando. Pero no dejan.
También estuvimos en Motu Kao Kao, que es una peña desde donde se lanzaban los pascuenses al mar para ir a buscar los huevos del manutara.
Hay unos petroglifos bien misteriosos y tomándoles fotografías, estaba el joven del computador.
Al verme, se acercó a mí muy entusiasmado y me saludó con un beso en la mejilla. Ahora sé que se llama Esteban.
Belita se quedó muda, porque yo no le había comentado nada de él y me preguntó después:
-¿De dónde sacaste a eses flaco anteojudo?
Pero se notó que estaba verde de envidia y en el resto del día no me dirigió la palabra.
En la noche, soñé que era yo la que nadaba sin descanso, tratando de llegar a una roca donde me esperaba Esteban. Estaba sentado en un trono y llevaba una corona hecha de plumas blancas. Si yo lograba llegar, me casaría con él y me convertiría en reina.
Pero nadé toda la noche sin conseguirlo y en la mañana amanecí con calambres en las pantorrillas.
 Martes.
Me levanté temprano, sin hacer ruido, para ir a desayunar al comedor.
Ahí estaba él, de nuevo, escribiendo en su computador y tomando café.
Ahora se mostró más comunicativo. Me contó que estudia Literatura y que está escribiendo un cuento para el concurso de una revista.
Le dije que yo también quiero ser escritora, y que por mientras, estoy practicando con mi diario.
El me miró a los ojos y me dijo: Eres linda.
Quedamos de acuerdo en juntarnos mañana, al alba, para ver la salida del sol.
Cuando volví a la pieza, me miré al espejo y vi que tenía las mejillas bien rojas y que eso me sentaba bien. (Pero ¿linda? No sé...Tendré que confiar en que esté fallando la dioptría de sus lentes.)
Al verme entrar, Belita se sentó en la cama y me observó con aire de sospecha, pero yo puse cara de Lady Macbeth y no dije ni pío.
Miércoles.
Hoy vi la salida del sol con Esteban.
Nos sentamos en el pasto, en la parte de atrás del Hotel, por donde siempre andan caballos sueltos.
En realidad, la Isla está llena de caballos. A veces, por la calle principal, pasan unos isleños montados en pelo, con el torso descubierto y flores de ibisco detrás de las orejas. Son parte de la puesta en escena turística, pero más de alguna gringa entusiasta se ha querido llevar a alguno, como souvenir.
Esteban me dijo que tiene veinticuatro años y entonces me atreví a confesarle que tengo quince. Me miró con ojos dulces y me dijo:
-Eres madura para tu edad.
Me acordé que siempre mi mamá me está diciendo que cuando voy a madurar y que ya está bueno que deje de portarme como niña chica.
Comprendí que si Esteban me decía eso, es porque le gusto de verdad.
Vimos la puesta de sol tomados de la mano y cuando los primeros rayos rompieron la blancura perlescente del cielo, una bruma dorada nos envolvió por un momento mágico que quisiera atesorar para siempre.
Volví a la pieza a preparar mi equipaje, porque a las once treinta sale el avión para el continente.
Esteban se va a quedar unos días más, pero prometió llamarme cuando vuelva.
¿Lo hará? Temo tanto que me olvide.
Prometí no volver a escribir hasta que me llame... Pero pienso que, a causa de esa promesa,  quizás el resto de las páginas de este diario, esté condenado a quedar en blanco para siempre.  

martes, 22 de mayo de 2012

SECRETARIA DE GERENCIA.

Apenas  terminó los estudios en el Instituto Comercial, María José entró como secretaria en la gerencia de una Empresa. Eran cuatro chicas que se repartían el trabajo y rivalizaban en atender los requerimientos de Don Pedro, el gerente de Área.
María José tenía poco más de veinte años y un aspecto frágil, casi adolescente. Contribuían a darle un aire pueril el flequillo que cubría su frente y un aparato corrector que había decidido usar para enderezar su dentadura.
Poco tiempo después, Don Pedro le preguntó humildemente si podría pasar por su departamento a tomar un café. Ella quedó sorprendida y respondió balbuceando, sin saber en realidad a qué atenerse.
Pero él fue muy respetuoso, y pasó casi un mes de continuas visitas, antes de que la cogiera por la cintura y le hiciera comprender el tenor de sus intenciones.
Era un hombre corpulento, de pelo canoso y rostro agradable.
Su mujer se dejaba ver rara vez por la oficina. Era una gringa alta y angulosa, con un corte de pelo tipo paje y un aire presuntuoso de innegable superioridad intelectual. Formaba parte del Directorio de una revista femenina y dictaba varios Talleres Literarios avalados por la Municipalidad.
Era evidente que su roce con los escritores de moda la tenía convencida de su genialidad, y entre lanzamientos de libros y conferencias, apenas paraba en la casa.
A veces, Don Pedro se quedaba en el departamento de María José hasta tarde y ella le preparaba algo de comer.
Al principio, a ella la acomplejaba el aparato corrector de sus dientes. Pensaba que el sabor metálico molestaría a Don Pedro. Pero descubrió que era todo lo contrario. Su aspecto de niña parecía exacerbar su pasión. La sentaba en sus rodillas y la besaba con vehemencia, murmurando:
-¡Mi niña, mi niñita! ¡Mi colegiala preciosa!
A ella le resultaban algo extraños esos arrebatos y más de una vez pensó que despertaba en Don Pedro sentimientos algo inconvenientes, nostalgia quizás de alguna niñita a la que alguna vez había amado.
Pero todo se deslizaba entre ellos con suavidad y respetuosa dulzura.
María José no podía evitar seguir llamándolo "Don Pedro" aún en los momentos de mayor intimidad y cuando estaba en sus rodillas, se dejaba llevar por un abandono infantil que le hacía recordar al padre que había dejado de ver cuando era niña.
En la oficina, nadie sospechaba la relación que los unía.
Por Navidad, Don Pedro regalaba a las secretarias grandes cajas de bombones, todas del mismo tamaño y calidad.
Las chicas las abrían de inmediato, jubilosas, y ofrecían su contenido a todo el personal de la oficina.
La única que no abría la suya era María José y por supuesto, la tildaban de mezquina.
Pero es que ella sabía que en la suya, entre medio de los bombones, siempre habría una pulsera, un par de aretes o alguna cadena de oro.
Así pasaron los años.
María José se convirtió en una mujer atractiva. Sus dientes, libres ya del frenillo, lucían una sonrisa perfecta y su cuerpo adolescente desarrolló unas curvas perturbadoras.
Ya Don Pedro no la sentaba en sus rodillas ni la llamaba su "niñita", pero seguía visitándola regularmente, aunque a veces, en sus ojos parecía flotar una melancólica nostalgia por su "colegiala" de antaño.
Cuando cumplió diez años en la firma, Don Pedro le regaló un viaje a Miami, con todos los gastos pagados y abundante dinero para el bolsillo.
Le quedó claro a las demás secretarias que ella hacía el viaje con sus ahorros y haciendo uso de dos semanas adelantadas de sus vacaciones.
-¡Qué exquisito! ¡Qué envidia! ¿Y tú siempre deseaste ir a Miami?
 La verdad era que ella nunca había querido ir, ni deseaba en absoluto ese viaje.
La mañana en que el taxi la fue a buscar para llevarla al aeropuerto, miró por la ventana la fina garúa que humedecía los árboles. Hubiera querido quedarse trabajando como siempre, en la Empresa, y esperando en las tardes la visita de Don Pedro....
Pero partió y como era previsible, gozó del sol, de la playa y de las numerosas ofertas de las  tiendas.
Cuando volvió, la esperaba una sorpresa.
La habían trasladado a una Sección en otro piso. Con un trabajo de mayor responsabilidad y mejor sueldo, le dijo Don Pedro.
Ya sus cosas habían sido llevadas a la nueva oficina.
En el que fuera su escritorio, vio instalada a una chica delgada, de aspecto infantil. Una melena oscura rodeaba su carita menuda.
Se mostró turbada al saludarla, pero luego, cuando sonrió, el aparato corrector metálico que llevaba en los dientes, lanzó un destello plateado bajo la luz de neón.

DOS AMIGOS.

Diego y Julian llegaron juntos a la pensión de la señora Kelly. Ella era una mujer corpulenta, de cara rojiza y poco jovial. Nunca supieron si era viuda o soltera, pero todos la llamaban señora Kelly.
Había otros pensionistas: una señorita flaca y huesuda que trabajaba de cajera en la farmacia y un estudiante algo mayor, de esos típicos a los que les gusta tanto estudiar, que sacan la carrera en diez años, para no tener que abandonar la Universidad..
Diego y Julian venían de un pueblo cercano, a matricularse en el Instituto Comercial. Se habían conocido en la escuela básica y de habían hecho amigos inseparables. A los doce años hicieron un juramento de lealtad, mezclando la sangre de sus pulgares, como habían visto en las películas.
La gente los creía hermanos y hasta habían llegado a parecerse, de tanto estar juntos y hacer los mismos gestos. Ambos tenían diecisiete años.
Pero, Diego era indudablemente el más buenmozo, con sus ojos claros y sus rizos castaños que dejaba largos sobre su nuca, con cierta vanidad adolescente.
La señora Kelly tenía una sobrina huérfana que prácticamente hacía las veces de criada. Era la primera en levantarse a preparar el desayuno y la última en subir a su habitación, en el desván de la casa. Se llamaba Marilyn, pero todos le decían Mary.
En el barrio se corría que era hija de la señora Kelly, quién, obviamente no sería una señora sino una señorita con historia. Pero nadie podía darlo por seguro y no pasaba de ser un rumor sin fundamento.
Mary era frágil y bonita. Hacía su trabajo cantando y con una dignidad y un amor propio raros en una niña de quince años, nunca se mostraba cansada y mantenía la sonrisa hasta la noche, aunque a esa hora ya se la veía pálida de fatiga.
Después del trabajo, asistía a un Liceo Vespertino, donde luchaba por terminar la Enseñanza Media.
Diego y Julian se enamoraron perdidamente de ella.
Al principio, se comunicaban sus inquietudes, pero poco a poco, a medida que su entusiasmo se fue convirtiendo en algo serio, dejaron de intercambiar confidencias.
Julian tenía miedo de que Diego fuera el favorito de Mary, aunque ella no demostraba ninguna preferencia. Era encantadora con los dos, y los Domingos arrendaban bicicletas en un local cerca de la Plaza, y salían los tres a recorrer las colinas que rodeaban la ciudad.
Sentados en el pasto, miraban pasar los trenes.
Un día, Julian sintió que la pequeña mano de Mary buscaba la suya. Le dio un salto el corazón, pero después notó que Diego le sostenía la otra mano entre las suyas. ¿Era ese el modo que tenía Mary de demostrarles que no prefería a ninguno de los dos amigos en especial?
Pero Julian dudaba. Había notado como los ojos de la niña seguían a Diego con disimulo.
Empezó a volverse taciturno y su actitud hacia su amigo, antes tan franca, se volvió reservada.
Diego lo notó y decidió encararlo:
-Es por Mary ¿verdad? ¿Crees que voy a hacer algo por conquistarla, sabiendo que tú la quieres?
-Pero ¿y si ella te quiere a ti?
-Mira, Julian, aparte de que eso no es cierto, nuestra amistad es para mí más importante que lo que pueda sentir por ella. Ninguna mujer va a inducirme a traicionar mi amistad por ti. ¿Acaso no te acuerdas ya de nuestro juramento?
Julian se sintió más tranquilo y no dudó ni un segundo de la sinceridad de Diego. Sus ojos claros lo miraban con total firmeza al prometerle:
-Si los dos la queremos, ninguno la tendrá en desmedro del otro, te lo aseguro.
Obtuvieron su título y llegó el momento de viajar a la Capital, a probar suerte.
Cuando el tren ya partía, llegó Mary corriendo por el andén. Traía las mejillas arreboladas y su cabello rubio despeinado por el viento.
Tendió sus manos hacia la ventanilla y ambos se las oprimieron con fervor. Pero Julian creyó notar que ella deslizaba un papel doblado en la mano de Diego.
No estaba seguro de lo que había visto y tampoco se atrevió a preguntarle nada, cuando ya el tren se deslizaba por las vías, atravesando las colinas verdes por donde tantas veces habían paseado con ella.
Julian obtuvo pronto un empleo en la sección Contabilidad de una Empresa.
Diego, por su parte, le dijo que se tomaría unos meses de descanso antes de buscar empleo. Le contó que sus padres le habían obsequiado un viaje en premio por sus buenas notas. Lo llamaría a su regreso y se contarían sus experiencias.
No volvió a saber de él.
Pasaron los meses y la imagen de Mary crecía en su recuerdo. ¿Qué sería de ella? Ansiaba volver a verla. Imaginaba que Diego y él regresaban a la pensión y le daban una sorpresa. ¡Cómo se alegraría al verlos! ¡Creía tener otra vez frente a él esa carita resplandeciente que tanto había amado!
Pero Diego no lo llamaba para poder hablarle de su proyecto y al final, decidió viajar solo. Confiaba en que su amigo no lo tomara como una deslealtad...
Aprovechó el feriado de Semana Santa para volver a la ciudad de provincia donde había hecho sus estudios. ¡Qué emocionada alegría lo embargó al divisar de lejos la casa de pensión!  Imaginó que en cualquier momento vería salir a Mary. Pero la puerta permaneció cerrada y sólo se abrió después de que tocara el timbre varias veces.
En el umbral apareció la señora Kelly.
-Julian ¡Qué sorpresa! ¿Qué lo trae por aquí?
-Bueno, estoy pasando las fiestas en la casa de unos parientes y se me ocurrió venir a ver a Mary...
-Pero ¡cómo! ¿Que no asistió a su matrimonio? ¡Pensé que Diego lo invitaría, siendo tan amigos!
-¿Qué dice? No entiendo. ¿Qué matrimonio?
-¡El de Mary con Diego, por supuesto! Después que ustedes se fueron, no se demoró ni un mes en venir a buscarla. Y ella, claro, partió como loca detrás de él, ¡la muy ingrata! ¡Con todo lo que me sacrifiqué para alimentarla y educarla!
Julian se quedó mudo. Creía estar viviendo un confuso sueño.
Mientras, la mujer seguía hablando, sin notar la palidez de su cara.
-¡Claro que me mandó una foto vestida de novia! No fuera yo a pensar que se había ido así no más, sin casarse...Lo último que supe es que están en el Sur.
Julian no quiso seguir escuchando. Se despidió apresuradamente y de alejó calle abajo. En sus oídos resonaban las palabras de Diego:
-¡No pensarás que voy a hacer algo para conquistarla, sabiendo que tú la quieres! ¿No es más valiosa nuestra amistad que cualquier amorío intrascendente?