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miércoles, 9 de mayo de 2012

UN ANGEL CAIDO.

EN EL DIA DE LA MADRE.
10 de Mayo de 2012.

A Clarita la criaron sus tíos y nunca echó de menos un cariño distinto.
Pero las otras niñas iban al parque de la mano de alguien a quien llamaban mamá. A ella la llevaba la tía Luisa.
Después, en el colegio, cuando aprendió a leer, una de las primeras palabras que supo deletrear fue mamá. Ma-má.
Le preguntó a su tía si ella era su mamá. Y si no lo era ¿por qué no tenía mamá como las otras niñitas?
-La tuya está en el cielo, con los ángeles-le dijo la tía Luisa, pero la niña notó que el tío Raúl la miraba con el ceño fruncido, como si la reconviniera.
-¿Mi mamá también es un ángel, entonces?
La tía dijo que sí y de nuevo el tío Raúl la miró raro y se rió con una risa que a Clarita le hizo mal.
Entonces se aferró a la imagen dulce de un ángel que de lejos la miraba.
Secretamente eligió en el cielo una estrella, una muy brillante y pensó que en ella vivía su mamá.
Desde un balcón luminoso se asomaba, inclinándose sobre la tierra y buscaba con los ojos a su hijita, hasta encontrarla.
-Ella sabe que soy yo ¿verdad? ¿No podría equivocarse y mirar a otra niñita?
-No, Clarita. Las mamás no se equivocan nunca. Aunque te escondieras en lo más profundo de un bosque, aunque te fueras a vivir en un castillo hecho de corales, en el fondo del mar, sus ojos te buscarían hasta encontrarte.
Así, la niña se sintió consolada, pero al mismo tiempo, una soledad nueva que no conocía, se apoderó de su corazón.
A veces sus tíos discutían por cosas que ella no entendía. El tío Raúl hablaba de una mujer sin corazón que había abandonado a su hija. La tía Luisa lo hacía callar:
-¡Tú no puedes juzgarla! No sabes lo que le pasó. Quizás está enferma.
Se callaban delante de Clarita. Ella se preguntaba quién sería esa mujer y entre todas las niñas del colegio buscaba a alguna que no tuviera mamá, pensando que sería la que habían abandonado. Pero no encontraba a ninguna.
-Mi mamá está en el cielo y es un ángel-le dijo en secreto a su mejor amiga.
La niña la miró escéptica y no le respondió.
-En las noches viene a verme-le aseguró Clarita-Se sienta a los pies de mi cama. Sus alas despiden un resplandor azul que ilumina toda mi pieza y ya no tengo miedo a la oscuridad.
-Me toma de la mano y me canta lindas canciones hasta que me duermo. Son canciones parecidas a las que cantamos en la Iglesia los Domingos, porque se las enseña Dios.
Su amiguita se quedó en silencio y pareció impresionada. Pero, al final de las clases, llegó a buscarla su mamá y se fue tomada de su mano. Antes de doblar la esquina se volvió a mirar a Clarita como diciéndole que, a fin de cuentas, eso era mucho mejor que tener un ángel que sólo venía por la noche.
A ella la pasó a buscar el tío Raúl:
-¡Ya pues, niñita! ¡Apúrese! Yo no tengo toda la tarde para esperarla.
Un día vino a la casa una mujer desconocida.
Clarita estaba en su pieza y la oyó discutir con la tía Luisa. Ambas terminaron llorando.
-¡Déjame verla, al menos!-la mujer sollozaba tan fuerte que la niña dejó sus muñecas y se asomó por la baranda de la escala.
Vio a una mujer que le pareció muy fea. Pobre y desgreñada. Tal vez era una mendiga.
Pero entonces ¿por qué la tía Luisa la estaba empujando fuera de la casa en lugar de darle un pedazo de pan?
-¡Debiste pensarlo antes, Flavia! ¿Después de todos estos años te acuerdas de ella? Perdiste todos tus derechos. Nosotros la criamos y ahora es nuestra.
-¡No, Luisa, no!  ¡Ella es mi niña!  No pude venir antes. He estado enferma. Aquí tengo los papeles del Hospital. Léelos, por favor, para que me creas...
Pero la tía no quiso leerlos y le cerró la puerta en la cara.
Esa noche, Clarita se esforzó por ver la figura del ángel sentado a los pies de su cama. Pero, en lugar de la dulce visión, ante ella se presentaba la figura de la mujer llorando junto a la puerta cerrada.
Incapaz de dormir, se asomó a la ventana para buscar en el cielo a la estrella elegida, el palacio dorado donde vivía su mamá. Quizás estaría asomada a su balcón, mirándola.
Pero abajo, en el jardín, bajo el árbol que daba sombra a la casa, vio a la mujer. Estaba inmóvil, con la vista fija en las ventanas iluminadas.
Al ver a Clarita, dio un grito y le tendió los brazos.
-Mi niña, mi niña- suspiró desfalleciente.
Clarita bajó la escala en puntillas y sin hacer ruido, abrió la puerta de calle.
Estaba en piyama y descalza, pero no tenía frío.
Miró a la mujer que antes le había parecido fea y pobre y la encontró linda. Tenía el cabello largo y dorado, cayéndole sobre los hombros y su cara era dulce como la del ángel que había imaginado.
-¿Tú eres mi mamá?-le preguntó, acercándose.
-Sí, Clarita, yo soy.
-¿Bajaste desde el cielo? ¿Dejaste allá tus alas?
La mujer la envolvió en sus brazos y no le respondió. Sólo lloraba.
-¡Perdóname por no haber venido antes!
Pero a Clarita ya no le importaba ese "antes" de soledad, porque su corazón se sumergía en un mar tibio de amor que se llamaba "ahora".
Rodeó el cuello de la triste mujer con sus brazos y apoyó la mejilla contra su pecho.
Entonces, el árbol del jardín floreció de pronto y se convirtió en un inmenso quitasol de grandes flores blancas. 

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