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miércoles, 2 de mayo de 2012

UNA HISTORIA ROMANTICA.

Nuestro profesor de Literatura Inglesa era de apellido Rojo y le encantaba ponernos notas de ese color en los Controles.
Menos mal que, bien pronto, abrumado por el número de alumnos, tomó un ayudante.
Verlo y quedar prendada de él fue todo uno. Camila, mi amiga y cómplice, tampoco resultó inmune al virus del amor y como era bien chacotera y nuestro ayudante se llamaba Nelson Lara, rápidamente le compuso una cancioncita que decía así:
"Nelson Lara, lara ri ra rí,
si me quieres yo te quiero a ti"
Y la cantaba en voz alta cuando él pasaba, sin importarle hacer el ridículo, porque le sobra confianza en sí misma.
Yo, que soy tímida, quedaba pasmada ante su audacia y me ponía roja como un pimiento morrón.
Ella pronto dejó de pensar en él y empezó un romance con un vecino de su barrio.
En cambio mi corazón siguió latiendo secretamente por Nelson, quién, para ser sincera, no se daba por aludido de mi existencia.
Un día, ¡oh, Destino benefactor de los amantes!, (¡cómo se nota que estudio Literatura!), lo vi solo en la cafetería, leyendo ensimismado.
 Me acerqué con el pretexto de hacerle una consulta sobre la última Prueba, y vi que leía los poemas de Robert Browning. La gran coincidencia era que yo acababa de pedir en la Biblioteca un libro de Elisabeth Barrett, quién, como ustedes saben, fue la amada del poeta.
Vi en ello otra señal del Destino. (Los enamorados andan viendo señales por todas partes)
Le pregunté si podía sentarme con él y ostentosamente puse mi libro al lado del suyo.
-Para que ellos conversen-le dije- mientras te hago algunas preguntas.
Nelson tomó su Robert Browning y lo puso encima de mi Elisabeth Barrett.
-Aprovechemos que el papá de ella salió-agregó sonriendo.
Como soy tímida, me ruboricé ante su audacia, pero vi que él también se sonrojaba y la dulzura invadió mi corazón, provocándole a mi amor un principio de diabetes.
Hablamos un rato sobre la Prueba y luego él se retiró apurado, porque tenía una clase.
Nada nuevo pasó en muchos días, hasta la tarde en que mi amigo Arturo llegó a verme cuando estaba estudiando.
Te veo preocupada-me dijo.
-Lo que pasa es que tuvimos una Prueba y creo que no contesté bien una pregunta sobre la obra de Longfellow.
-¿Y tu profe es muy perro para las notas?
-Bueno, quién corrige es el ayudante....
-¿Y cómo se llama?
-Nelson Lara-respondí, saboreando ese nombre como quién chupa un caramelo.
-¡¡¡Nelson Lara!!! ¡No me digas! Pero si somos amigos desde el colegio..
-No puede ser-balbuceé emocionada.
-¡Claro que puede! Si aquí mismo tengo su número...
Manipuló unos momentos su celular y después habló con soltura:
-¡Aló, Nelson! ¡Viejo perro! ¿Qué tal? ¿Estás corrigiendo pruebas por casualidad?.
................
-.Es que estoy aquí con una alumna del profesor Rojo. Ofelia, tú la ubicas.
..................
-¡Sí, la misma! Linda la chiquilla ¿no? Oye, ella está preocupada por su prueba. No seas muy duro para corregirla ¿ya? Te lo pide tu amigo. ¿De acuerdo?
.................
-Ya, viejo ¡Te pasaste! Nos vemos ¡Chao!
Me miró con aire de triunfo, muy satisfecho de sí mismo y del poder que le daba su amistad con el ayudante, frente a mis reverentes ojos.
No me fue mal en la Prueba. Después de todo, mi análisis sobre la obra de Longfellow era correcto, pero por supuesto Arturo atribuyó mi buena nota a su amistad con Nelson.
-¿Ves, pues, Ofelia? De ahora en adelante, no tienes para qué preocuparte. Así es que no estudies tanto y vamos al cine, mejor.
Días después, me atreví a contarle que estaba enamorada de Nelson.
-¡Nada más fácil, pues, amiga! Yo lo voy a sondear para saber lo que piensa de ti.
Una semana después, llegó con cara entristecida y arrastrando los pies con desánimo.
-¡Ay! Ofelia. Te tengo malas noticias. Hablé con Nelson. Tú le simpatizas, pero no está interesado...Incluso me contó que está saliendo con una tal Romina. Ella llegó mientras estábamos juntos y sin desmerecerte, es un monumento, no se puede negar. Así es que más vale que lo olvides.
Me quedé muda y el alma se me salió por la boca y se fue volando sobre cielos nublados y tormentosos.
Y el semestre terminó, sin mayores novedades.
Un día de lluvia tropecé en la calle con Nelson.
Ambos llevábamos paquetes de libros en una mano y paraguas chorreantes en la otra.
Nos quedamos mirándonos y con rostro serio, me invitó a un café.
Nos acomodamos en un rincón, poniendo libros y paraguas en un lugar seguro.
-¿Has seguido viéndote con Arturo?-le pregunté, por decir algo.
-¿Cual Arturo?
-Arturo G....., tu compañero de Liceo, el que te llamó hace un tiempo para recomendarte mi Prueba.
-Creo que estás confundida. No conozco a ningún Arturo G.... ni nadie me ha llamado en tu nombre.
-¡Qué extraño! -murmuré perpleja-El me dijo que ustedes eran muy amigos, que incluso le presentaste a Romina.
-¡Cual Romina? ¿Alguna alumna de Literatura? La verdad es que no conozco a nadie con ese nombre.
Una mano helada me estrujó el corazón al comprender la mala jugada de mi amigo.
Había fingido llamar a Nelson para impresionarme, jurando que eran amigos, para así tener poder sobre mí. Y luego había inventado todo lo demás, para desengañarme y lograr que olvidara a Nelson.
Me costó recuperarme y debo haber palidecido, porque él me miró preocupado y exclamó:
-¡Tienes frío! ¡Estás helada! Voy a pedir otro café.
Conversamos durante largo rato.
Mientras, dejó de llover y un tímido sol de plata tocó la vidriera con sus dedos, como invitándonos a salir.
Nos fuimos caminando hasta el parque, mirando las ramas de los árboles consteladas de diamantes. La lluvia las había enjoyado para que luego el sol del Otoño las hiciera refulgir.
Nelson me miró a los ojos y yo sonreí secretamente,  porque me vino a la mente la canción que había inventado Camila:
"Nelson Lara, lara ri la rí,
¡si me quieres, yo te quiero a ti!

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