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martes, 22 de mayo de 2012

DOS AMIGOS.

Diego y Julian llegaron juntos a la pensión de la señora Kelly. Ella era una mujer corpulenta, de cara rojiza y poco jovial. Nunca supieron si era viuda o soltera, pero todos la llamaban señora Kelly.
Había otros pensionistas: una señorita flaca y huesuda que trabajaba de cajera en la farmacia y un estudiante algo mayor, de esos típicos a los que les gusta tanto estudiar, que sacan la carrera en diez años, para no tener que abandonar la Universidad..
Diego y Julian venían de un pueblo cercano, a matricularse en el Instituto Comercial. Se habían conocido en la escuela básica y de habían hecho amigos inseparables. A los doce años hicieron un juramento de lealtad, mezclando la sangre de sus pulgares, como habían visto en las películas.
La gente los creía hermanos y hasta habían llegado a parecerse, de tanto estar juntos y hacer los mismos gestos. Ambos tenían diecisiete años.
Pero, Diego era indudablemente el más buenmozo, con sus ojos claros y sus rizos castaños que dejaba largos sobre su nuca, con cierta vanidad adolescente.
La señora Kelly tenía una sobrina huérfana que prácticamente hacía las veces de criada. Era la primera en levantarse a preparar el desayuno y la última en subir a su habitación, en el desván de la casa. Se llamaba Marilyn, pero todos le decían Mary.
En el barrio se corría que era hija de la señora Kelly, quién, obviamente no sería una señora sino una señorita con historia. Pero nadie podía darlo por seguro y no pasaba de ser un rumor sin fundamento.
Mary era frágil y bonita. Hacía su trabajo cantando y con una dignidad y un amor propio raros en una niña de quince años, nunca se mostraba cansada y mantenía la sonrisa hasta la noche, aunque a esa hora ya se la veía pálida de fatiga.
Después del trabajo, asistía a un Liceo Vespertino, donde luchaba por terminar la Enseñanza Media.
Diego y Julian se enamoraron perdidamente de ella.
Al principio, se comunicaban sus inquietudes, pero poco a poco, a medida que su entusiasmo se fue convirtiendo en algo serio, dejaron de intercambiar confidencias.
Julian tenía miedo de que Diego fuera el favorito de Mary, aunque ella no demostraba ninguna preferencia. Era encantadora con los dos, y los Domingos arrendaban bicicletas en un local cerca de la Plaza, y salían los tres a recorrer las colinas que rodeaban la ciudad.
Sentados en el pasto, miraban pasar los trenes.
Un día, Julian sintió que la pequeña mano de Mary buscaba la suya. Le dio un salto el corazón, pero después notó que Diego le sostenía la otra mano entre las suyas. ¿Era ese el modo que tenía Mary de demostrarles que no prefería a ninguno de los dos amigos en especial?
Pero Julian dudaba. Había notado como los ojos de la niña seguían a Diego con disimulo.
Empezó a volverse taciturno y su actitud hacia su amigo, antes tan franca, se volvió reservada.
Diego lo notó y decidió encararlo:
-Es por Mary ¿verdad? ¿Crees que voy a hacer algo por conquistarla, sabiendo que tú la quieres?
-Pero ¿y si ella te quiere a ti?
-Mira, Julian, aparte de que eso no es cierto, nuestra amistad es para mí más importante que lo que pueda sentir por ella. Ninguna mujer va a inducirme a traicionar mi amistad por ti. ¿Acaso no te acuerdas ya de nuestro juramento?
Julian se sintió más tranquilo y no dudó ni un segundo de la sinceridad de Diego. Sus ojos claros lo miraban con total firmeza al prometerle:
-Si los dos la queremos, ninguno la tendrá en desmedro del otro, te lo aseguro.
Obtuvieron su título y llegó el momento de viajar a la Capital, a probar suerte.
Cuando el tren ya partía, llegó Mary corriendo por el andén. Traía las mejillas arreboladas y su cabello rubio despeinado por el viento.
Tendió sus manos hacia la ventanilla y ambos se las oprimieron con fervor. Pero Julian creyó notar que ella deslizaba un papel doblado en la mano de Diego.
No estaba seguro de lo que había visto y tampoco se atrevió a preguntarle nada, cuando ya el tren se deslizaba por las vías, atravesando las colinas verdes por donde tantas veces habían paseado con ella.
Julian obtuvo pronto un empleo en la sección Contabilidad de una Empresa.
Diego, por su parte, le dijo que se tomaría unos meses de descanso antes de buscar empleo. Le contó que sus padres le habían obsequiado un viaje en premio por sus buenas notas. Lo llamaría a su regreso y se contarían sus experiencias.
No volvió a saber de él.
Pasaron los meses y la imagen de Mary crecía en su recuerdo. ¿Qué sería de ella? Ansiaba volver a verla. Imaginaba que Diego y él regresaban a la pensión y le daban una sorpresa. ¡Cómo se alegraría al verlos! ¡Creía tener otra vez frente a él esa carita resplandeciente que tanto había amado!
Pero Diego no lo llamaba para poder hablarle de su proyecto y al final, decidió viajar solo. Confiaba en que su amigo no lo tomara como una deslealtad...
Aprovechó el feriado de Semana Santa para volver a la ciudad de provincia donde había hecho sus estudios. ¡Qué emocionada alegría lo embargó al divisar de lejos la casa de pensión!  Imaginó que en cualquier momento vería salir a Mary. Pero la puerta permaneció cerrada y sólo se abrió después de que tocara el timbre varias veces.
En el umbral apareció la señora Kelly.
-Julian ¡Qué sorpresa! ¿Qué lo trae por aquí?
-Bueno, estoy pasando las fiestas en la casa de unos parientes y se me ocurrió venir a ver a Mary...
-Pero ¡cómo! ¿Que no asistió a su matrimonio? ¡Pensé que Diego lo invitaría, siendo tan amigos!
-¿Qué dice? No entiendo. ¿Qué matrimonio?
-¡El de Mary con Diego, por supuesto! Después que ustedes se fueron, no se demoró ni un mes en venir a buscarla. Y ella, claro, partió como loca detrás de él, ¡la muy ingrata! ¡Con todo lo que me sacrifiqué para alimentarla y educarla!
Julian se quedó mudo. Creía estar viviendo un confuso sueño.
Mientras, la mujer seguía hablando, sin notar la palidez de su cara.
-¡Claro que me mandó una foto vestida de novia! No fuera yo a pensar que se había ido así no más, sin casarse...Lo último que supe es que están en el Sur.
Julian no quiso seguir escuchando. Se despidió apresuradamente y de alejó calle abajo. En sus oídos resonaban las palabras de Diego:
-¡No pensarás que voy a hacer algo para conquistarla, sabiendo que tú la quieres! ¿No es más valiosa nuestra amistad que cualquier amorío intrascendente?

1 comentario:

  1. Un cuento que expresa bien que no hay amistad que valga cuando se cruza por en medio una mujer. Más aún cuando uno es adolescente y despierta a los instintos sexuales.
    Tendría que haber sido más directo Julián con la chica para ahorrarse tanto tiempo de esperanza y atracción. Aunque parte de la traición corresponde tambié a Mary, que por cómo la describes parece un encanto pero luego, ya ves... si te he visto, no me acuerdo.
    Graciosa la queja de la señora Kelly con la partida de Mary, llamándola ingrata jaja.
    Buena semana, Lillian.
    José

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