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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



martes, 31 de diciembre de 2013

EL AÑO NUEVO DE NORA.

Nora no tenía ningún plan para esperar el Año Nuevo.
No la habían invitado a ninguna fiesta y el convite, algo desabrido, que le hizo su cuñada para que pasara la noche con ellos, le produjo tristeza y humillación.
-¡No puedo!  ¡Tengo un compromiso!- le aseguró y se le llegaron a acalambrar los músculos de la cara, de tanto sostener la sonrisa....
Sabía que no tener ningún panorama en Año Nuevo era muy mal visto. Un fracaso social que arrancaba comentarios hirientes:
-¡La pobre Nora!  ¡Pasó la noche de Año Nuevo sola!  ¿Supiste?
-¡No me digas! ¡Qué espanto!  Y yo, que todavía no logro sacarme del pelo el confeti del cotillón...
Así es que no se lo dijo a nadie y decidió esperar el nuevo año en un vagón del Metro, donde nadie la conociera y pudiera fingir que se dirigía a una fiesta espléndida.
Supo que el Metro funcionaría hasta las dos de la madrugada, así es que tendría tiempo se sobra para atravesar la ciudad, de punta a cabo, ida y vuelta...¡Quizás sería como una cábala para que en el nuevo año su vida "marchara sobre ruedas".
Iba muy poca gente en el vagón. La mayoría, cargados con paquetes de comestibles y botellas de champaña, ansiosos por llegar a su destino.
Poco a poco, se fueron bajando todos y sólo quedó un viejo solitario, en el cual Nora no había reparado.
Vio que llevaba una enorme maleta, que casi ocupaba todo el asiento. A su lado, él se veía flaco y extenuado y ella se preguntó cómo podría bajarse con tan pesado equipaje.
Decidió ofrecerle ayuda y se sentó frente a él.
Lo vio tan triste que pensó que lo habían echado de su casa y que eso explicaba la maleta...
-Lo noto desanimado- le dijo, para entablar conversación.
-¿Cómo no estarlo?  Quise hacerlo lo mejor posible, llegué con tantas ilusiones y me voy derrotado. No pude luchar contra el egoísmo y el desamor de la gente...
-¿Qué quiere decir?   ¿Quién es usted?
-Creí, Nora, que lo habrías adivinado.
Ella se sorprendió, porque en ningún momento le había mencionado su nombre, pero más se sobresaltó cuando el viejo añadió, cabizbajo:
-Creí que ya habías comprendido que soy el Año que se va...
Nora observó su ropa gastada, su rostro surcado de arrugas, que más parecían de amargura que de vejez.
El viejo continuó quejándose:
-Llegué liviano y alegre y me voy triste y cargado con los errores de los hombres. Los mismos a quienes escuché decir al verme llegar: ¡Feliz Año!  y prometerse unos a otros paz y amor..Los vi después provocar guerras y ruina, sembrar desesperanza y dolor...Nadie cumplió las promesas que hizo esa noche. Las olvidó al otro día, cuando ya se habían disipado los vapores del champán..
.El tren se detuvo en la última estación y el viejo se bajó, cargando su pesada maleta.
Iba encorvado y triste, tanto que a Nora se le llenaron los ojos de lágrimas.
Quiso decirle algo, pero el viejo se perdió en la sombra, sin mirar atrás.
Pensativa, Nora se cambió de andén, para tomar en tren en sentido contrario.
Miró su reloj y vio que eran justo las doce...
Se subió a un vagón y le pareció vacío. Pero no había notado que junto a ella se había subido un niño.
Iba solo, pero sonreía tranquilo. Parecía creer que toda la gente es buena y que solo felicidad podía esperarle a su llegada.
Nora adivinó que era el Nuevo Año.
Miró su carita alegre, su sonrisa confiada....y se le apretó el corazón.

domingo, 29 de diciembre de 2013

LETRAS EN EL MURO.

Se desviaba siempre de su camino al trabajo, para ver una vez más el muro donde él había escrito : "Elisa, te amo" , hacía ya tanto tiempo.
¿Cómo había sobrevivido la pequeña inscripción, entre grandes letras de propaganda o protesta, entre afiches promoviendo algún concierto de rock?
El viejo muro de aquella casa había sobrevivido también a las demoliciones. Quizás porque ese barrio antiguo de los suburbios se negaba a entrar a la modernidad y defendía con celo su  pasado.
Había sido una tarde lluviosa de principios de invierno.  Renato y ella caminaban tomados de la mano, sin hablar, recibiendo en sus caras, con deleite, el viento húmedo que hacía temblar los árboles.
Elisa se sentía feliz y triste, al mismo tiempo. No sabía por qué. Tal vez porque el amor es siempre triste. Cuando recién empieza, ya se presiente su final. Muy temprano se aprende que nada es eterno, menos el amor, que asegura convencido: " Para siempre".
Entonces, él sacó de su bolsillo un rotulador, que seguramente usaba en sus proyectos de arquitectura, y escribió en el muro de una casa cualquiera:  "Elisa,te amo".
¡Esas pequeñas palabras que encerraban algo tan grande!  Sobrevivieron a la inmisericordia de las lluvias, a la ferocidad de las consignas, al gesto ruin de alguien, que quisiera borrarlas por  envidia....
Pero,el amor que pregonaban no sobrevivió.
Los separó la Vida, que siempre le hace zancadillas a los que ve corriendo.
Ella corría en pos de su amor, con la inutilidad de quién persigue una estrella fugaz que se le escapa.  El corría tras un destino que era más grande que todo y que terminó por llevárselo a otro país.
Se fue y no le quedó nada de él, excepto la herida abierta donde habían arrancado su amor de cuajo y aquella inscripción en la muralla.
Elisa volvía una y otra vez a la calle donde estaban esas palabras que le mentían con tanto dulzor..
El nunca le escribió ni la llamó. Ni siquiera sabía si había vuelto a Chile....
Con el tiempo, notó que había dejado de sufrir y que sólo le quedaba la añoranza.
Aveces, todavía se le aparecía en sueños, pero su rostro se le iba borrando de la mente, porque el tiempo pintaba encima con brochazos de olvido.   
Sin embargo, ella insistía en pasar una y otra vez junto a la vieja muralla, aunque no fuera más que para comprobar que la frase de amor permanecía intacta.
Y fue una tarde gris y lluviosa, como la de su recuerdo, cuando Elisa, incapaz de renunciar a su rutina melancólica, llegó de nuevo hasta ahí.
Desde lejos, borroso en la penumbra del atardecer, divisó a alguien parado frente al muro.
Se acercó, temerosa de que estuviera escribiendo algo encima o borrando las palabras que ella tanto atesoraba.
Sobresaltada, reconoció a Renato.
Lo vio escribir algo y luego alejarse, pensativo, sin advertir la presencia de ella.
Presurosa, se acercó a leer lo que había escrito. Junto a la frase: "Elisa, te amo" decía : "Elisa, te sigo amando".
Su corazón le dio un salto en el pecho. Quiso correr hacia él, arrojarse en sus brazos.
Pero,se acordó de lo mucho que había llorado cuando la dejó.
De lo cruel que fue su repentino abandono y de como vivió, día tras día, esperando que  volviera. Hasta que su esperanza menguó como la débil llama de una vela y terminó por apagarse.
Quizás sus palabras de ahora fueran tan vanas y tan efímeras como las que había escrito en aquel entonces.
¡Le había costado tanto sobrevivir al desengaño!   Ahora, su herida estaba cerrada y la nostalgia la cubría dulcemente, como una venda que atenuaba su escozor.
Tuvo miedo de sufrir de nuevo.
Por eso se llevó la mano a los labios, para sofocar el grito que lo llevaría de nuevo a sus brazos.
 Y apoyada contra el muro, lo vio alejarse despacio, hasta que la niebla se lo tragó.


PAGINAS LIBRES.

Eladio miraba por la ventana de su oficina el paso de las nubes y el revoloteo intermitente de un helicóptero, que zumbaba sobre la ciudad, como un mosquito fastidioso.
La Editorial no tenía mucho movimiento en esos días. No les había llegado ningún original novedoso y la posibilidad de lanzar algo impactante en la Feria del Libro Anual, se iba diluyendo.
Su secretaria entró para anunciarle que un señor insistía en ser recibido.
-Estoy ocupado, dígale que venga otro día.
-¡Es que ya ha venido varias veces!  Dice que trae el original de una obra que de seguro le va a interesar...
-¡Que la mande por Internet!  Ya se hará cargo alguien de echarle un vistazo...
-Perdone, Don Eladio. Es que insiste en entregársela a usted en persona.
Eladio vaciló. Quizás, después de todo fuera algo novedoso.
-¡Está bien!  Dígale que pase.
Entró un viejo muy flaco, llevando en sus manos un portafolios.
Después de saludar con una inclinación respetuosa, sacó de él un fajo de papeles anillados y se lo puso delante.
-¡Se que le va a interesar!  Es su vida.
-¿Qué dice?  ¿Mi vida?  Yo no he autorizado ninguna biografía. ¿Qué pretende? ¿Hacerme un  chantaje?
-¡Por supuesto que no! Le ruego que la lea.
Con impaciencia tomó los papeles y se puso a leer, cada vez más absorto.
Vio que ahí estaba toda su historia. Su infancia, su edad escolar, su juventud, todo detallado con minuciosidad. Era fácil que el hombre se hubiera documentado en diversas fuentes, incluso sobornando a los sirvientes...Pero le asombró que supiera sus secretos más íntimos.
Aquel osito de trapo que tanto había querido, su profesora de enseñanza básica que aún recordaba, el dolor que sintió cuando se separaron sus padres...
Intrigado y molesto, siguió leyendo.
Llegó a su edad adulta y se encontró con un relato detallado de sus esperanzas y sus decepciones, de sus triunfos y de sus fracasos. Toda su vida hasta el día anterior a su encuentro con el anciano.
A medida que leía, fue sintiendo en su boca un sabor amargo. El relato lo mostraba como un hombre débil y abúlico, fácil juguete de las circunstancias. Incapaz de revertir sus derrotas y de levantarse después de sus caídas.  ¿Así era él?
Le devolvió el cuaderno al viejo y lo miró con desagrado.
-Su libro no me interesa. Y no veo la razón que tuvo usted para escribirlo.
Su interlocutor no se inmutó. Sacó del portafolios otro cuaderno, esta vez más delgado y se lo mostró.
-Quizás este le resulte más atractivo. Es su futuro.
-¡Está loco!  ¿Quién es usted para adivinar mi futuro? ¿Acaso no soy yo el dueño de mis acciones?
-Pero, usted siempre dice que no se saca nada con luchar, porque todo está escrito de antemano...
Eladio enrojeció violentamente.
¡Era cierto!  El siempre había creído que el libre albedrío no existe y que los hombres son pobres marionetas en manos de un titiritero insensible...Esa creencia lo había vuelto escéptico y lo había privado de voluntad. ¿Acaso su desidia no estaba fielmente reflejada en la biografía que acababa de leer?
El viejo se paró de su asiento y le alargó el cuaderno por encima del escritorio.
-¡Léalo!- pareció ordenarle y se encaminó hacia la puerta.
Aterrado, Eladio lo tomó sin atreverse a abrirlo.
Cuando reunió valor para hacerlo, vio que todas las páginas estaban en blanco.
-¿Qué significa ésto?- exclamó furioso, derribando su silla al levantarse con brusquedad.
El viejo ya se iba, pero antes de desaparecer, le sonrió con la indulgencia de un maestro sabio para con su alumno más torpe.
-Significa que tú eres el único artífice de tu destino. Con voluntad puedes revertir las derrotas y si eso no es posible, sacar de ellas una experiencia que te ayude a vivir mejor. Eso de afirmar que todo está escrito de antemano, es un pretexto cobarde para no reaccionar ante las adversidades.
-Tu futuro está en blanco. ¡Tú eres el único que puede escribirlo!  Ojalá que lo hagas con buena ortografía...


martes, 24 de diciembre de 2013

UNA NOCHEBUENA ESPECIAL.

Estrella quería que esa Nochebuena fuera distinta. Poder olvidar la nostalgia de otras Navidades más felices. Dejar de pensar con tristeza en que había recibido menos saludos que otras veces.... En realidad, cada año que pasaba, su círculo de seres queridos disminuía. ¡Era muchos más los que se olvidaban de ella que aquellos que la recordaban con amor!
Y algunos ya se habían ido, más allá de los límites de este mundo....
Por eso, quería olvidarse de sí misma y pensar en darle felicidad a otros.
Por una señora con quién había conversado en la Iglesia, supo que precisamente esa noche había nacido un niño en un hogar muy humilde.
¡No tenía nada!  Sólo unos pobres pañales que su madre había cortado de una vieja sábana.
Estrella pensó en seguida en ir a ver al niño, llevándole regalos. Pero, la dirección de la casa era lejos, en las afueras del pueblo y no quería ir sola.
Llamó a su amigo Pastor y le contó su proyecto.
-¿Me acompañarías, Pastor?- le preguntó, zalamera.
-¡Claro que sí, Estrella!  ¿Acaso no ando siempre tras de ti, siguiendo tu luz?
Ella se rió, complacida.
Pastor agregó:
-¡Pasemos a buscar a los Reyes!  Si somos un grupo grande, será mejor.
-¿Cuales Reyes?  ¡No me digas que son reyes de verdad!
-¡No, tontita!  Su apellido es Reyes. Son tres hermanos... Y sus papás tuvieron la humorada de bautizarlos Gaspar, Melchor y Baltazar.
-¡Vaya!  ¡Qué apropiado! Iremos con los Reyes a ver al niño. ¿No te parece emocionante?
A esa hora, ya el comercio estaba cerrado y cada uno sacó de su casa un paquete de ropa y de alimentos.
Partieron caminando. Estrella iba adelante, sirviéndoles de guía, porque era la única que sabía la dirección.
Al llegar, vieron que la casa era mucho más pobre de lo que habían imaginado.
-¡Apenas parece un pesebre!- comentó Pastor, compadecido.
Pero adentro había mucha luz.
Era un resplandor dorado que parecía brotar de la cuna. En ella había un niño muy lindo, envuelto en un pañal.
Pastor y Estrella depositaron sus regalos sobre la mesa vacía y en pocos minutos, improvisaron una cena de Nochebuena.
Los tres Reyes se emocionaron tanto que cayeron de rodillas frente al Niño y costó mucho convencerlos de que se pusieran de pie.

domingo, 22 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD FELIZ.

Hacía dos Navidades que Mirta estaba sola.
Su madre había muerto y la casa había quedado súbitamente vacía y silenciosa, como si en ella sólo habitaran espectros.
Pero ese mes de Diciembre, sintió que debía cerrarle la puerta al dolor y abrirle la ventana a la esperanza.
Esa frase se la había dicho una amiga. Le pareció un poco cursi y la hizo sonreír. Pero, en su fuero interno admitió que tenía razón. Que bastaba ya de encerrarse en su melancolía y de negarse a celebrar la Navidad.
Decidió adornar el árbol que había estado llenándose de polvo en un rincón y cocinar una cena exquisita, como las que preparaba junto a su mamá, antes de que ella enfermara.
Pero ¿a quién invitaría?
Tenía amigas entre sus compañeras de trabajo, pero todas tenían compromisos con sus familias. Además, ella quería invitar a alguien que realmente lo necesitara.
¿Qué hacer?
Entonces pensó en Don Anselmo, el anciano que atendía el kiosko de diarios, frente a su casa.
Siempre lo veía solo. En el barrio la gente lo estimaba, pero nada sabían de su vida y terminaron por pensar que no tenía familia.
Llegaba muy temprano a abrir el kiosko y en las tardes se marchaba, erguido y digno en sus ropas algo gastadas, saludando al pasar, con una venia. Tenía un rostro melancólico, surcado de profundas arrugas.
Mirta había tomado la costumbre de detenerse a conversar con él y eso le dio confianza para atreverse a invitarlo.
El se sorprendió al principio, pero luego sonrió complacido.
-¡Ahí estaré, Mirta!  Y muchas gracias...
Con eso quedó confirmado que al igual que ella, no tenía a nadie con quién pasar la Nochebuena.
Llegó puntual, llevando un ramo de flores. Mirta advirtió que había puesto especial atención en su indumentaria y que su pelo blanco parecía recién cortado.
Luego de cenar, mientras ella lavaba la vajilla, se sentó a fumar una pipa, junto al árbol iluminado.
Cuando terminó su tarea,ella  se sentó frente a él y ambos se miraron, envueltos en un silencio confortable, como si se conocieran de toda la vida.
Pero Mirta quiso hablar, para contarle de la pérdida de su madre y su consiguiente soledad.
-¿Su papá también murió? -le preguntó Don Anselmo.
-No estoy segura. Dejé de verlo cuando era muy niña. Mi mamá me decía al principio, que estaba de viaje y luego, que había muerto. Me dí cuenta de que no quería hablar de él y preferí respetar su silencio. En la casa no había ninguna foto, así es que no me acuerdo de su cara. Sólo me queda la sensación vaga de que me tomaba en sus brazos y me hacía cariño. En las noches, me tapaba antes de dormirme y me contaba cuentos. Pero quizás son recuerdos que he fabricado...
Así terminó su relato e impulsada por el nuevo lazo de confianza, se atrevió a preguntarle por la vida de él.
-Y usted, Don Anselmo ¿cómo es que está tan solo?
Al principio, el anciano guardó silencio, pero luego empezó a hablar.
Había estado casado y era padre de una niñita a la que adoraba. Pero, tenía el vicio del juego. Para cubrir una deuda, tomó dinero de la empresa donde trabajaba. Pensó que podría restituirlo a tiempo, pero le fue imposible hacerlo.
Estuvo preso y cuando cumplió su condena, su mujer le pidió que no volviera. Para ahorrarle a su hija la vergüenza, había preferido decirle que estaba muerto.
-Ahora, mi hija ya es una mujer. Tal vez si le contara mi historia, podría perdonarme. Todos estos años he vivido pensando en ella.
-¿Y no tiene alguna fotografía?
El anciano vaciló, pero luego sacó de su billetera una cartulina ajada.
En ella, Mirta se vio a sí misma, de dos años, acompañada de su madre. Era una copia de la fotografía que tenía enmarcada sobre su velador.
-Pero ¿qué es ésto?  ¡No es posible!  ¿Quiere decir que usted es mi papá?
El la miró en silencio, con los ojos empañados por las lágrimas.
-¿Y tú lo sabías, papá?  ¿Sabías que yo era tu hija?
-Sí, Mirta. Lo sé hace mucho tiempo. Pero, tenía la esperanza que tú me reconocieras...
Se abrazaron llorando y, en lo más alto del árbol de Navidad, la estrella de cartón  dorado pareció encenderse de súbito , para envolverlos en su cálido resplandor. 



CUENTO DE NAVIDAD TRISTE.

Marina subió al altillo de la vieja casa de sus padres, donde había vivido siempre y sacó el árbol de Navidad y las cajas con los adornos.
Los bajó con cuidado y los llevó hasta el salón en penumbra.
¡Era una casa tan grande y tan oscura !  Pero era la única que había conocido desde que nació.
 El árbol estaba gris de polvo y ella limpió con suavidad las ramitas, hasta que reverdecieron como brotes de primavera. Al abrir la caja donde se guardaban las esferas de vidrio, dio un suspiro de desaliento. Estaban todas rotas. Se acordó con dolor de la noche en que su padre, en un arrebato de cólera, las había aplastado con el puño.
Estaba ebrio aquella Nochebuena de hacía muchos años y se enfureció al ver que Marina quería adornar el árbol.
-¡Aquí ya no hay Navidad!  ¿Oíste?  ¡Se acabaron esas tonterías!-  le había gritado con rabia y luego se puso a llorar, con los hipos entrecortados de un borracho.
Marina alejó de su mente el recuerdo y siguió revisando las cajas.
En otra, encontró la estrella de cartón dorado y una guirnalda de luces de colores. Muy al fondo, intacto, estaba el angelito de porcelana que le gustaba tanto.
Cuando era niña, su mamá la tomaba en brazos para que pudiera sujetarlo en lo más alto  del pino, junto a la estrella de Belén.
Pero, un día, ella se fue sin despedirse.
Marina no supo en qué momento, pero recordaba que al volver del colegio, encontró la casa vacía y vio que en el closet ya no estaban sus vestidos.
Fue entonces cuando su papá empezó a beber.
Al fin, el árbol estuvo listo. Encendió las luces y las contempló titilar en la penumbra.
Era Nochebuena y Marina no quería estar triste.
Llenó un vaso con leche y puso galletas en un plato. Cuando viniera Santa Klaus, tal vez estaría cansado y querría detenerse un rato a beber la leche en su compañía.
Porque él iba a venir, estaba segura.
Otros años no lo había hecho, porque ella no se había preocupado de adornar el árbol. Había dejado la casa oscura y se había ido a dormir, como otra noche cualquiera. Pero, ahora sería diferente. Al volar sobre la ciudad, en su trineo, vería el resplandor del arbolito y sabría que allí había alguien que lo estaba esperando.
Se sentó en un sillón y miró su obra, complacida. Le pareció que se trasladaba a su niñez y que escuchaba la voz de su madre, que cantaba en la cocina, mientras preparaba la cena.
Empezó a tener sueño pero luchó por mantenerse despierta.
El reloj del comedor dio la una de la madrugada. ¡Tan tarde!  Pero ¿es que entonces Santa Klaus no vendría?
Las lágrimas arrasaron sus ojos y a través de ellas, vio que la puerta se abría suavemente.
Una risa muy conocida llegó a sus oídos, pero sonaba algo débil, teñida por el cansancio de una noche atareada.
Santa Klaus entró arrastrando los pies y se sentó frente a la mesa servida.
Tomó un sorbo de leche y suspiró, fatigado.
-¡Santa Klaus, yo sabía que no te olvidarías de mí!- exclamó Marina.
-¿Y qué haces aquí, despierta?  Tú sabes que no me gusta....
-Pero, ¡si ya no soy una niña!  Me imagino que los adultos podemos verte ¿no?  Y dime ¿qué me has traído?
Santa Klaus hurgó en su bolsa, que a todas luces estaba vacía y la miró, consternado.
-¡Ay, Marina!  Lo he repartido todo. ¡No me quedó ningún regalo para ti!
-Pero, yo te esperaba con tanta ilusión... ¡Hace tanto que nadie me regala nada!
El anciano la miró compungido, no sabiendo qué hacer para remediar su error.
-No me quedan obsequios,  pero quizás tengas algún deseo que yo pueda realizar.
-¡Oh, Santa Klaus! ¿De verdad podrías?- exclamó Marina, esperanzada- Mi deseo sería volver a vivir la mejor Navidad de mi infancia, la más feliz de todas...
-Está bien. Creo que podré complacerte. ¡Ven conmigo!
Salieron de la casa y Marina vio extrañada que la vereda de enfrente y los edificios, todo había desaparecido. En su lugar se erguía un espeso bosque, tan tupido que parecía un muro infranqueable.
-La mejor Navidad de tu vida está detrás de este bosque. Tendrías que atravesarlo, pero está muy oscuro y temo que te vayas a asustar...
-No, Santa Klaus, no tengo miedo. Lo atravesaré rápido, sin mirar a ningún lado. ¡Ya verás como llego pronto a mi Navidad más feliz!
Cruzó la calle corriendo y se internó entre los árboles.
Era cierto que estaba muy oscuro. Los árboles se erguían tan tupidos y tan altos que no dejaban pasar los rayos de la luna. Tejían un techo sobre su cabeza y ni las estrellas podía divisar, entre esa masa de tinieblas.
Sintió que temblaba sin querer, pero apuró el paso, abriéndose camino entre los troncos ásperos.
Había caminado mucho cuando creyó ver, al final del bosque, un resplandor dorado. ¡Allí estaba la Navidad que tanto ansiaba volver a vivir!
Echó a correr, pero de pronto notó que perdía pie y se hundía en un agua pantanosa. Sintió que la envolvía y la tiraba hacia el fondo, como queriendo tragarla.
Un ancho río, oscuro y silencioso, se interponía entre Marina y el resplandor distante.
Sintió que se hundía cada vez más. Entonces, vio a un hombre en la orilla. Estaba sentado, bebiendo y no prestaba atención a sus gritos.
Reconoció a su padre.
-¡Papá, papá!  ¡Ayúdame, que me hundo!
El hombre levantó apenas la vista, embrutecido por el alcohol y pareció que no la veía.
-¿Quién grita ahí?  En esta oscuridad no distingo nada...
-¡Soy yo, Marina, tu hija! ¡Sácame del agua, que me ahogo!
-Dices que eres Marina. ¿Qué Marina? Yo tenía una hija que se llamaba así...Hace ya mucho tiempo...
Con torpeza, ya casi inconsciente, destapó la botella y dio un largo trago. Luego se echó en la orilla y se puso a roncar.
El río seguía envolviendo a Marina y arrastrándola hacia  el lodo del fondo.
Aún vio a lo lejos, entre los árboles, el dulce resplandor que la llamaba. Creyó distinguir en la luz la figura de su madre.
Alzó sus manos como si pudiera alcanzarla...Y después, el agua se la tragó.
   Al amanecer, el río de su sueño la arrojó a la orilla y despertó asustada.
  El vaso de leche y las galletas estaban intactas sobre la mesa. Santa Klauss no había venido.


martes, 17 de diciembre de 2013

DIAS DE NIEVE.

Estaba amaneciendo.
El resplandor del cielo era blanco y cegador, como la nieve que caía sobre el campo.
Los árboles estaban cubiertos por un manto de hielo y el tren los iba dejando atrás, velozmente, antes de que Cecilia pudiera fijar la vista en ellos.
En el vagón semi vacío viajaban también su madre y su hermanito enfermo. La mujer, extenuada por haber pasado la noche en vela, se había quedado dormida.
De pronto, el niño tosió con violencia y su pecho pareció desgarrarse. Luego se quedó en silencio. Pero no dormía. Sus ojos estaba abiertos y  fijos. Cecilia vio como su carita quedaba inmóvil y un tinte amoratado iba reemplazando lentamente a la antigua palidez.
Una mujer alta, vestida de negro, avanzó por el pasillo, sin hacer ruido.
Se detuvo junto al niño y puso una mano blanca y huesuda, sobre su pecho. Los pequeños labios se entreabrieron y por ellos salió volando un pajarito que aleteó un momento en la penumbra del vagón. La mujer lo atrapó rápidamente y lo escondió bajo los pliegues de su manto.
La cabeza del niño se dobló como una flor tronchada y cayó sobre las rodillas de la madre que dormía.
Cecilia comprendió que esa mujer era la Muerte y que se llevaba del alma de su hermanito.
Corrió por el pasillo del vagón, tratando de detenerla.
 Ella se volvió a mirarla con un rostro impasible. Sin violencia, se soltó de las manos que se aferraban a su manto y bajó del tren en marcha. Su figura se desvaneció entre los copos de la nieve que caía sin cesar.
Cecilia vio algo botado en el piso del vagón. Era un cuaderno de tapas negras.
Al abrirlo, comprobó que estaba lleno de apretadas columnas de nombres. Los de las primeras páginas, estaban tachados y marcados con una cruz. El último, era el nombre de su hermano. Lo seguían muchos otros sin tachar aún...
 Aterrada, cerró el cuaderno y lo escondió bajo su abrigo.
La madre despertó y al mirar al niño, lanzó un grito de angustia.
Al día siguiente fueron al cementerio, llevando en los brazos el pequeño ataúd.
Cuando el sepulturero lo bajó con una cuerda hasta lo más hondo de la fosa, Cecilia arrojó también el cuaderno de la Muerte. Las paletadas de tierra lo sepultaron de inmediato.
Mientras, la Muerte se desesperaba al no poder continuar con su tarea. Hacía esfuerzos por recordar  donde había perdido su preciado cuaderno.
Notaba que su memoria le estaba fallando. Se sentía vieja y cansada. ¿Qué harían con ella cuando ya no sirviera? ¿Traerían a otra Muerte más joven y eficiente y a ella la llevarían a un asilo?
No quería presentarse frente al Ángel de los Destinos para pedirle una nueva lista. ¿Qué pretexto le daría?
Si le confesaba que había perdido ese cuaderno que era vital para ella y mortal para otros, quedaría en evidencia que había dejado de ser apta para el oficio...
De pronto, recordó los tirones que le había dado la niña a su manto, en el pasillo del vagón.
¡En ese instante se le había caído!
Pero, había sido en un tren en marcha. ¿En qué estación se habría bajado?  Ella seguramente se lo había apropiado... Pero ¿qué podía hacer para encontrarla?
Mientras la buscaba, transcurrió una semana sin que muriera nadie.
Al principio, la gente no se había dado cuenta. Pero el tercer día en que los obituarios de los periódicos aparecieron en blanco y que los fabricantes de ataúdes no recibieron ni un solo encargo, un rumor fantástico empezó a extenderse por el mundo.
"Ya nadie muere"  afirmaban los titulares de los diarios, en grandes letras.
" ¿ Murió la Muerte?"   preguntaban otros con sarcasmo.
Y la gente iba por las calles, eufórica y temeraria. Los autos pasaban con los semáforos en rojo, los transeúntes se atravesaban frente a los autobuses en marcha....Total, ya nada malo podía pasar, puesto que no existía más muerte sobre la tierra.
Sólo los gobernantes empezaron a pensar con alarma en la explosión demográfica que se avecinaba. Pero nadie los quería escuchar, en medio del júbilo irresponsable que se había apoderado de todo el mundo.
Mientras, la Muerte había encontrado por fin a la niña que se había atrevido a desafiarla.
La esperó a la salida de la escuela, sin notar siquiera que nevaba.
La nieve caía implacable sobre su desamparo y la hacía ver como una reina destronada que aún conservara una capa de armiño sobre sus hombros.
Al divisarla parada en la vereda, Cecilia tembló. Pero algo en la cara de la Muerte le hizo comprender que se sentía derrotada.
-¿Donde está mi cuaderno?- le preguntó.
-¡No te lo daré!  Tú te llevaste el alma de mi hermanito y mi madre no cesa de llorar.¡ No permitiré que hagas sufrir a otra gente!
-Pero ¿no comprendes que no es mía la culpa?  Yo sólo sigo órdenes. Es el Ángel del Destino el que confecciona la lista y él a su vez, obedece al Supremo Hacedor... ¡No puede haber Vida sin Muerte! ¿No has pensado que en poco tiempo no quedará espacio en la tierra para los que nacen?
Cecilia se quedó pensativa. Clavó sus ojos en la cara de la mujer y la vio pálida y atormentada.
-¡Es necesario que me entregues el cuaderno! -le suplicó ella- Al no cumplir con mi tarea, estoy introduciendo el caos en los asuntos de Dios. ¿Te parece poca cosa?
La niña aceptó los razonamientos de la Muerte y tomando su mano fría, la condujo hasta el cementerio.  En silencio, le señaló la tumba de su hermanito, que la nieve había cubierto con una colcha blanca.
Y así fue como la Muerte recuperó el cuaderno de tapas negras.
Como estaba atrasada en su trabajo, se apresuró a ponerse el día  y el destino de los hombres siguió cumpliéndose sin remisión.