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domingo, 22 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD TRISTE.

Marina subió al altillo de la vieja casa de sus padres, donde había vivido siempre y sacó el árbol de Navidad y las cajas con los adornos.
Los bajó con cuidado y los llevó hasta el salón en penumbra.
¡Era una casa tan grande y tan oscura !  Pero era la única que había conocido desde que nació.
 El árbol estaba gris de polvo y ella limpió con suavidad las ramitas, hasta que reverdecieron como brotes de primavera. Al abrir la caja donde se guardaban las esferas de vidrio, dio un suspiro de desaliento. Estaban todas rotas. Se acordó con dolor de la noche en que su padre, en un arrebato de cólera, las había aplastado con el puño.
Estaba ebrio aquella Nochebuena de hacía muchos años y se enfureció al ver que Marina quería adornar el árbol.
-¡Aquí ya no hay Navidad!  ¿Oíste?  ¡Se acabaron esas tonterías!-  le había gritado con rabia y luego se puso a llorar, con los hipos entrecortados de un borracho.
Marina alejó de su mente el recuerdo y siguió revisando las cajas.
En otra, encontró la estrella de cartón dorado y una guirnalda de luces de colores. Muy al fondo, intacto, estaba el angelito de porcelana que le gustaba tanto.
Cuando era niña, su mamá la tomaba en brazos para que pudiera sujetarlo en lo más alto  del pino, junto a la estrella de Belén.
Pero, un día, ella se fue sin despedirse.
Marina no supo en qué momento, pero recordaba que al volver del colegio, encontró la casa vacía y vio que en el closet ya no estaban sus vestidos.
Fue entonces cuando su papá empezó a beber.
Al fin, el árbol estuvo listo. Encendió las luces y las contempló titilar en la penumbra.
Era Nochebuena y Marina no quería estar triste.
Llenó un vaso con leche y puso galletas en un plato. Cuando viniera Santa Klaus, tal vez estaría cansado y querría detenerse un rato a beber la leche en su compañía.
Porque él iba a venir, estaba segura.
Otros años no lo había hecho, porque ella no se había preocupado de adornar el árbol. Había dejado la casa oscura y se había ido a dormir, como otra noche cualquiera. Pero, ahora sería diferente. Al volar sobre la ciudad, en su trineo, vería el resplandor del arbolito y sabría que allí había alguien que lo estaba esperando.
Se sentó en un sillón y miró su obra, complacida. Le pareció que se trasladaba a su niñez y que escuchaba la voz de su madre, que cantaba en la cocina, mientras preparaba la cena.
Empezó a tener sueño pero luchó por mantenerse despierta.
El reloj del comedor dio la una de la madrugada. ¡Tan tarde!  Pero ¿es que entonces Santa Klaus no vendría?
Las lágrimas arrasaron sus ojos y a través de ellas, vio que la puerta se abría suavemente.
Una risa muy conocida llegó a sus oídos, pero sonaba algo débil, teñida por el cansancio de una noche atareada.
Santa Klaus entró arrastrando los pies y se sentó frente a la mesa servida.
Tomó un sorbo de leche y suspiró, fatigado.
-¡Santa Klaus, yo sabía que no te olvidarías de mí!- exclamó Marina.
-¿Y qué haces aquí, despierta?  Tú sabes que no me gusta....
-Pero, ¡si ya no soy una niña!  Me imagino que los adultos podemos verte ¿no?  Y dime ¿qué me has traído?
Santa Klaus hurgó en su bolsa, que a todas luces estaba vacía y la miró, consternado.
-¡Ay, Marina!  Lo he repartido todo. ¡No me quedó ningún regalo para ti!
-Pero, yo te esperaba con tanta ilusión... ¡Hace tanto que nadie me regala nada!
El anciano la miró compungido, no sabiendo qué hacer para remediar su error.
-No me quedan obsequios,  pero quizás tengas algún deseo que yo pueda realizar.
-¡Oh, Santa Klaus! ¿De verdad podrías?- exclamó Marina, esperanzada- Mi deseo sería volver a vivir la mejor Navidad de mi infancia, la más feliz de todas...
-Está bien. Creo que podré complacerte. ¡Ven conmigo!
Salieron de la casa y Marina vio extrañada que la vereda de enfrente y los edificios, todo había desaparecido. En su lugar se erguía un espeso bosque, tan tupido que parecía un muro infranqueable.
-La mejor Navidad de tu vida está detrás de este bosque. Tendrías que atravesarlo, pero está muy oscuro y temo que te vayas a asustar...
-No, Santa Klaus, no tengo miedo. Lo atravesaré rápido, sin mirar a ningún lado. ¡Ya verás como llego pronto a mi Navidad más feliz!
Cruzó la calle corriendo y se internó entre los árboles.
Era cierto que estaba muy oscuro. Los árboles se erguían tan tupidos y tan altos que no dejaban pasar los rayos de la luna. Tejían un techo sobre su cabeza y ni las estrellas podía divisar, entre esa masa de tinieblas.
Sintió que temblaba sin querer, pero apuró el paso, abriéndose camino entre los troncos ásperos.
Había caminado mucho cuando creyó ver, al final del bosque, un resplandor dorado. ¡Allí estaba la Navidad que tanto ansiaba volver a vivir!
Echó a correr, pero de pronto notó que perdía pie y se hundía en un agua pantanosa. Sintió que la envolvía y la tiraba hacia el fondo, como queriendo tragarla.
Un ancho río, oscuro y silencioso, se interponía entre Marina y el resplandor distante.
Sintió que se hundía cada vez más. Entonces, vio a un hombre en la orilla. Estaba sentado, bebiendo y no prestaba atención a sus gritos.
Reconoció a su padre.
-¡Papá, papá!  ¡Ayúdame, que me hundo!
El hombre levantó apenas la vista, embrutecido por el alcohol y pareció que no la veía.
-¿Quién grita ahí?  En esta oscuridad no distingo nada...
-¡Soy yo, Marina, tu hija! ¡Sácame del agua, que me ahogo!
-Dices que eres Marina. ¿Qué Marina? Yo tenía una hija que se llamaba así...Hace ya mucho tiempo...
Con torpeza, ya casi inconsciente, destapó la botella y dio un largo trago. Luego se echó en la orilla y se puso a roncar.
El río seguía envolviendo a Marina y arrastrándola hacia  el lodo del fondo.
Aún vio a lo lejos, entre los árboles, el dulce resplandor que la llamaba. Creyó distinguir en la luz la figura de su madre.
Alzó sus manos como si pudiera alcanzarla...Y después, el agua se la tragó.
   Al amanecer, el río de su sueño la arrojó a la orilla y despertó asustada.
  El vaso de leche y las galletas estaban intactas sobre la mesa. Santa Klauss no había venido.


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