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domingo, 1 de diciembre de 2013

UN AMOR SOÑADO.

Alberto no recordaba cuando había empezado a soñar con ella.
Pero, se había convertido en una imagen recurrente en sus sueños y al despertar, permanecía en su memoria con una nitidez asombrosa.
¡Se convenció de que ella tenía que existir en alguna parte!
Su cara era pálida y reservada, como si ocultara un dolor que no le hubiera contado a nadie  y que atormentara sin tregua su corazón.
Una y otra vez, se aparecía en sus sueños.
Aveces, caminaba a su encuentro. Otras, la veía de espaldas cuando iba entrando a una casa. Su pelo oscuro caía suavemente sobre sus hombros, como una lluvia de anochecer y antes de traspasar el umbral, se volvía hacia él y lo miraba.
¡Era tan linda y tan triste!
Cada vez estaba más seguro de que existía y que él tenía que buscarla.
¿Por qué, si no, se iba a aparecer en sus sueños con tanta frecuencia?  Lo llamaba, pidiéndole que la encontrara. No había otra razón, más que esa.
Empezó a vagar en las tardes, por barrios desconocidos de la ciudad. Miraba con atención las casas, seguro de que podría reconocerla. Y que un día vería esa puerta que ella atravesaba en sus sueños.
 Un atardecer, cansado de andar inútilmente, se dirigía a la estación del Metro, cuando sorpresivamente la vio caminando delante de él.
¡No podía creerlo!  Pero, era ella, sin duda alguna. Su pelo oscuro cayendo sobre sus hombros, su silueta fina y su caminar pausado eran los mismos que conocía tan bien...
La siguió y la vio detenerse frente a la casa antigua, semi derruida, que recordaba nítidamente haber soñado.
Ella empujó la puerta y ésta se abrió de inmediato, bajo la presión de su mano.
Antes de trasponer el umbral, se volvió hacia Alberto , como si adivinara que la había estado siguiendo.
Lo miró con serena confianza, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo y le sonrió.
   Alberto estaba tan sobrecogido que no atinó a moverse ni menos a decirle algo. Al minuto siguiente, se halló solo en la vereda.
Pero una alegría inmensa invadió su corazón. ¡Ahora tenía la prueba de que ella era real!  ¡Y más aún, sabía donde vivía!
Se quedó un rato largo frente a la casa, con la esperanza de que ella se asomara a alguna de las ventanas. Pero todas permanecieron cerradas herméticamente y parecía como si hiciera mucho tiempo que nadie las abría.
Cayó la noche y decidió volver a su casa.
Sentía que caminaba entre nubes... ¡Ya no tendría que esperar a soñar para volver a verla!
Ella estaba allí, en esa casa. Al día siguiente tal vez volvería a verla y entonces se atrevería a hablarle.
¡Tenía tantos deseos de contarle que ella era parte de un sueño que se había introducido en su vida y del cual ya no quería despertar!
Muchas tardes se paseó inútilmente por la acera. Varias veces golpeó con un viejo llamador de bronce, que parecía de otra época. Nadie le respondió y tampoco vio a nadie salir o entrar a la casa.
El silencio la envolvía por completo y parecía deshabitada.
Hasta que un día, al llegar, vio maquinarias y camiones cargados de escombros. ¡La estaban demoliendo!
¡No podía ser!  ¿Y ella?  ¿Donde estaba ella?
Angustiado, cruzó hasta el almacén que había en la vereda de enfrente.
-¡Señora, perdone! ¿Por qué están demoliendo esa casa?
-No es nada de raro, pues...Si ya hace más de un año que está deshabitada. Dicen que quedaba la pura fachada y que detrás había puros escombros...
-Pero ¡no puede ser!  ¡Si hace apenas unos días que vi entrar a una joven!
-¡Qué raro! Porque la familia que vivía ahí se fue hace mucho tiempo...Cuando murió su hija, la única que tenían, los padres no pudieron soportar quedarse en la casa con todos los recuerdos de ella y prefirieron partir.
-¿Dice usted que murió una niña?
-No, una niña no. Una jovencita. Se llamaba Oriana. Era muy linda, con su pelo largo y su cara tan dulce...¡Todavía parece que la veo cuando me saludaba cada tarde, al volver de la Universidad!
Roberto había comprendido todo y ya no necesitaba seguir oyendo la charla de la señora.
Se despidió brevemente y se alejó.
Una tristeza desoladora se había instalado en su alma.
Luego se consoló pensando que aún podría soñar con ella. ¿No había sido acaso en un sueño donde había empezado todo?
Pero no volvió a soñar con Oriana nunca más.
Entonces comprendió que ella se había ido definitivamente. Que si algo la había retenido en la tierra era aquella casa donde había pasado su infancia.
 Y ahora que la habían demolido, el último lazo se había cortado.
Ahora, ella pertenecía por completo a ese mundo de sombras, a donde nunca la podría alcanzar.


4 comentarios:

  1. Lilly...este es uno de tus relatos que más me gusta, para mi, es preciso, Una buena semana y un abrazo.
    Ambar

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  2. Existen cosas y personas que nunca podremos alcanzar. La vida tiene sus limitantes por eso debemos conformarnos y alegrarnos con lo que tenemos y siempre dejar con una ventanita abierta, la caja de los sueños imposibles. En una de esas...
    Un abrazo Lilly.

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  3. Interesante,, que decirte amiga la mezcla que haces de los mundos de los sueños, realidades, muerte, vida. El desenlace a lo Agatha Christie, aparece la señora del Almacén que lo aclara todo.
    Me has sorprendido, el que soñaba era Alberto y al final aparece un Roberto.¿un lapsus ó el que soñaba también era un muerto?. Te escribe un fantasma desde la otra orilla.

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