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lunes, 25 de julio de 2011

PATOS SALVAJES.

Todo empezó la mañana en que, al despertar, encontré varias plumas blancas entre las sábanas de mi cama.
-La ventana está abierta-pensé-Y anoche entró un pato salvaje.
Pero estaba cerrada.
Empezaba recién la Primavera y aún no había llegado a la laguna la bandada que venía desde el Sur. Cada año esperaba con ansias el día en que aparecían  en el cielo los patos salvajes, volando en un triángulo perfecto. Golpeando sus alas vigorosas y rítmicas, descendían sobre el agua. Se posaban en ella con suavidad, cansados y contentos de haber llegado por fin. La bandada estaba intacta, ningún cazador la había diezmado con su escopeta.
Me pasaba horas sentado en la ribera viéndolos retozar. Se llamaban entre sí con suaves graznidos y yo trataba en vano de entender su lenguaje. A veces se acercaba a mí el guía de la bandada y estirando su cuello, me picaba  delicadamente una oreja. Yo me reía y lo rodeaba con mis brazos, sin que él hiciera el menor amago de alejarse.
Pero ese año no habían llegado aún.  ¿Cómo explicar esas plumas entre las sábanas de mi cama?
Me bañé apurado y bajé corriendo a la cocina, donde me esperaba la abuelita.
-¡Rápido, niño, que se enfría la leche!-me amonestó sonriendo.
Ella me quería mucho, desde el día que me encontró envuelto en una colcha de plumas, en el umbral de su cabaña.
Siempre le pedía que me contara la historia y ella la repetía complacida:
-Fue una mañana de Primavera. Me acuerdo que recién el día anterior habían llegado los patos a la laguna. Te tomé en mis brazos y al no ver a nadie que pudiera haberte dejado ahí, entré a la casa contigo y desde entonces eres mi nieto.
Partí a la escuela corriendo y esa tarde vi la bandada  de patos descender sobre la laguna. Disminuían de a poco la rapidez de su vuelo y se posaban sobre el agua acariciada por el sol.
Corrí hacia ellos y sus graznidos amistosos me saludaron. El guía nadó hasta la orilla y posó su cabeza sobre mi hombro.
-¡Qué casado estoy!-pareció decir-Ha sido un viaje muy largo.
A la mañana siguiente, cuando me bañé, vi que el agua de la tina quedaba salpicada de plumas. Toqué mi espalda y mis hombros y noté que la textura de mi piel había cambiado.
Decidí no decirle nada a la abuelita y me vestí apresuradamente  antes de que ella entrara a mi pieza.
A partir de entonces, el cambio fue muy rápido.
Al despertar, vi que mis brazos se habían trasformado en alas. Asustado, me puse el sweter y estiré las mangas para cubrirlos completamente. La abuelita no notó que bebí la leche de la taza como pude, sin alzarla de la mesa. Ni que salí corriendo con el pan entre los dientes.
Durante el día, mi cuerpo se fue cubriendo de plumas blancas.
Al volver de la escuela, corrí a la laguna. Los patos retozaban en el agua con júbilo y al verme, me saludaron como a uno de ellos. Por primera vez, entendí lo que me decían:
-Mañana partiremos al lago más grande que hay detrás de  la montaña. ¡Sí! Mañana partiremos.
Al día siguiente ya fue imposible ocultarle mi secreto a la abuelita.
Entré volando a la cocina y ella me miró con asombro.
-¿Qué es eso, niño! ¿Que no ve que chocará con la lámpara? Baje de ahí a desayunar, para que vaya a la escuela.
Quizás porque era muy viejita y ya había visto tantas cosas, no parecía asombrada.
Descendí y la rodeé con mis alas.
-Abuelita, ya no podré ir más a la escuela. Me he convertido en un pato salvaje.
-Es cierto, hijito -dijo ella- Cuando te encontré en el umbral aquella mañana, envuelto en esa colcha de plumas, supe que no me durarías toda la vida.
-Abuelita, hoy los patos se van al lago que hay detrás de  la montaña y me llaman para que vaya con ellos.
Picoteé suavemente su cuello, haciéndole cosquillas y ella se rió entre las lágrimas.
-No llores. Tú sabes que la próxima Primavera volveré.
Cuando la bandada se dispuso a volar, el guía me llamó a su lado y talvez notando la nostalgia de mis ojos, ordenó que diéramos una vuelta completa sobre la cabaña de la abuelita.
Ella estaba en la puerta, agitando su pañuelo blanco. La miré largamente y fue lo último de la tierra que vi, antes de que voláramos hacia el ocaso.

1 comentario:

  1. Me encantó este cuento que gustaría a grandes y chicos. Está lleno de ternura, de poesía y de fantasía. Dan ganas de una segunda parte para conocer las andanzas del "Niño-Pato".

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