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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 26 de enero de 2015

ADIOS A PEDRO.

Fue casi una escena de realismo mágico ver el funeral de Pedro Lemebel.
Cantos, bailes, disfraces, todo un despliegue popular y barroco que interpretaba fielmente lo que fue su literatura y su vida.
A él le fascinaba lo populachero y lo cursi y lo supo elevar al terreno del arte. En algunos de sus libros, el título es una frase sacada de un bolero cebollento. En eso se acercó mucho al espíritu de Manuel Puig, en su inolvidable novela Boquitas Pintadas.
Pedro Lemebel luchó contra la doble discriminación de ser pobre y homosexual. Herido en su corazón, siempre supo ser divertido, insolente y se rió de sus propios dramas.
Como siempre pasa, fue más apreciado y aplaudido en el extranjero que aquí. Lo publicaron y reconocieron en Argentina, México, España y Estados Unidos.
Pero como pasa siempre también aquí en Chile, lo olvidaron a la hora de conceder el Premio Nacional de Literatura.
Prefirieron el año pasado a un escritor igual a muchos y desdeñaron la originalidad, la fuerza y la creatividad de un escritor igual a ninguno.
Se volvió a discriminarlo. Como dijo él, ser pobre y homosexual es el peor drama...
El debió haber sido el Premio Nacional de 2014. ¿ Cómo no pensaron que se le acababa el tiempo?

Ese otro escritor, gordo y satisfecho, tiene tiempo se sobra.

En fin, ya está hecho.

Adios, Pedro. Amado por el pueblo y reconocido por el público inteligente.
Fuiste un aire nuevo, mejor dicho un viento fuerte que sacudió nuestra literatura y la puso a volar.

viernes, 23 de enero de 2015

AMOR DE MEDIA TARDE.

Betty había conocido en el barrio a un tipo de lo más atrayente.
Alto y flaco, con canas en las sienes y profundas arrugas en la frente, como si lo atormentara una secreta angustia existencial.
Ella andaba paseando a su perrito y él le preguntó qué alimento le daba para que tuviera el pelaje tan brillante.
Pero, como la miraba más a ella que al perro, Betty adivinó que era sólo un pretexto para entablar conversación.
Caminaron conversando animadamente, mientras las hojas del otoño crujían románticamente bajo sus pies.
De pronto, empezó a caer una inoportuna llovizna y Betty temió que su barco naufragara antes de echarse a la mar. Pero él,  que al parecer era un avezado marino, no perdió el tiempo  y la invitó para el día siguiente " a tomar el té en la confitería".
Así dijo: " Tomar el té en al confitería"  y Betty lo halló algo cursi y pasado de moda, pero como le gustaba, prefirió pensar que era distinguido.
 -Eso sí, yo le aclaro- le dijo poniendo su mejor cara de mujer respetable- No salgo con hombres casados.
Era más que todo para chequear su estado civil, que hasta ese minuto permanecía en la incógnita.
- Soy viudo- respondió él, melancólicamente y fijó su mirada en la punta de sus zapatos, como si ahí estuviera escrito el epitafio de la difunta.
Betty suspiró con alivio.
Y así fue como empezaron a salir y tomaron por turno té, café, jugos y todos los líquidos disponibles en el barrio. Excepto los alcohólicos, porque siempre sus citas eran a media tarde.
Apenas empezaba a oscurecer, el viudo miraba la hora y decía que ya era tarde, que hacía frío y que era mejor que partieran porque no quería que Betty se fuera a resfriar.
En vano ella le aseguraba que su  salud  era espléndida...El canoso atormentado por la existencia llamaba al mozo y pedía la cuenta inexorablemente.
A pesar de eso, le gustaba cada día más. Y por las noches, antes de quedarse dormida, se abrazaba a la almohada y sonreía en la oscuridad, presa de deliciosos pensamientos que la hacían sonrojar...
Una tarde de lluvia, cuando estaba en la peluquería recomponiendo su melena, vio pasar, a través de la vidriera empañada al objeto de sus angustias.
Iba inclinado bajo el paraguas, con aire de introspección. Como siempre, la punta de sus zapatos parecía entregarle todas las respuestas que su espíritu requería.
Betty dio un respingo al mismo tiempo que la peluquera decía:
-¡ Ahí va el marido de la señora Julieta!  ¡ Tan regio que lo han de ver!
-¿Cual señora Julieta?- balbuceó Betty, sintiendo que se le helaba el corazón.
-Una señora alta, que pasea a un pequinés por esta cuadra. Usted tiene que haberla visto.
Sí. ¡ Claro que la había visto! Con el pelo teñido color azabache y recogido en un moño apretado, más de alguna vez le había recordado a la bruja de Hansel y Gretel...
¡Y era la esposa del viudo!
Betty quedó abismada al comprobar una vez más el cinismo de los hombres.
Ahora resultaba que todo ese tiempo ella se había estado comiendo a escondidas la casita de chocolate de las bruja...
 ¡ Con razón él buscaba siempre la mesa más al fondo en el salón de té!  No fuera cosa que desde la entrada los olfateara el perrito pequinés...Y también quedaban explicadas las despedidas demasiado temprano  pretextando una tierna preocupación por la salud de Betty.
El quebranto emocional agregado a la lluvia que la mojó inclemente a la salida de la peluquería,  hicieron que se sintiera enferma. Y al otro día amaneció con un romadizo llorado.
Aunque tenía que reconocer que la mayoría de las lágrimas no eran producto del virus...
Pasó tres días en cama, sin contestar el teléfono.
Al tercer día se sintió aliviada y dispuesta a dar vuelta  la hoja de su libro de cuentos.
 Ya no sería más Gretel, comiéndose el chocolate ajeno.  Ahora sería " La Reina de las nieves". Y cuando volviera a toparse  con el seudo viudo, le clavaría una astilla de hielo en mitad del corazón.


domingo, 18 de enero de 2015

ABDUCIDO.

Me llamo Juan Canales y no sé si estoy loco, si estoy en coma o si me encuentro en otro planeta.
Todo es muy confuso y les voy a contar lo poco que recuerdo.
Iba manejando por la carretera, cero grados de alcohol en la sangre, se los juro. De pronto, se  abalanzó sobre mí una luz potente que me encandiló.  Tuve tiempo de pensar que eran los focos de un camión que se me venía encima. El volante se me escapó de las manos y creí que me desmayaba. Pero en lugar del choque, se produjo un gran silencio. Fue como si una frazada muy gruesa me envolviera, aislándome de todo.  Y ya no supe más de mí.
Ahora me encuentro caminando por un desierto rojo que se pierde en el horizonte, plano y vacío.
No sé si en este instante mi cuerpo está en alguna camilla, lleno de tubos y es sólo mi mente la que se desplaza sin rumbo.  Pero me duele el pecho, como si me hubieran comprimido en una prensa de hierro, así es que tengo que pensar que mi cuerpo está conmigo.
No sé donde me encuentro. Esta arena roja en la que no dejo huellas ¿ será de otro planeta?
 Pienso en los artículos que he leído en los diarios sobre abducciones. Relatos de personas a las que una luz las succionó y después notaron que el tiempo se había detenido.
Pero no sé por qué me duele tanto el pecho. Más que dolor es un vacío, un hueco. Algo me hicieron. Me removieron las víceras y después me abandonaron en este páramo interminable.
...........

Pero, escucho voces.
¡Alguien se acerca!  Serán los marcianos que me trajeron aquí. Ellos me explicarán qué pasa...
-¡No!- dice una voz- No lo desconecten todavía. Es preciso mantenerlo vivo para poder aprovechar todos los órganos.  El corazón ya va en helicóptero a encontrarse con su nuevo dueño.  El hígado y los riñones también van a servir... Sólo el cerebro se dañó en el accidente.
-Pero ¿ está seguro que la actividad encefálica había cesado por completo?
-¡ Por supuesto, colega!  Bastaba con mirar el scaner....¡ Totalmente plano!   Proceda con tranquilidad a la extracción.  ¡ Esta es una Clínica seria!


domingo, 11 de enero de 2015

LA HABITACION DE LOS RECUERDOS.

Mariana fue a pasar unos días a la costa, en casa de su prima Rosalba.
Eran los días de Semana Santa y estaba nublado y hacía siempre frío. Una tarde llovió sobre el mar, cosa que Mariana no había visto antes.
En el segundo día supo que había otra persona alojando en la casa. Era una anciana, que Rosalba le presentó como una amiga de su mamá.
Estaba tejiendo al lado de la estufa y al ver entrar a Mariana, le sonrió amistosa.
- Por favor, dime Maúd. ¡Nada de señora!  ¡Eso me haría sentir más vieja...
Después del té, se retiró a su dormitorio, pero antes de perderse en el pasillo la invitó:
-¡Puedes visitarme cuando quieras!
Al día siguiente, al no verla en el comedor,  fue a golpear a su puerta.
-Adelante- dijo una voz jovial y Mariana entró, llena de curiosidad.
Se encontró en una habitación pequeña, con pocos muebles. Unas cortinas delgadas, color melocotón, velaban apenas la luminosidad gris de la mañana.
Maúd estaba sentada en un sillón, con las rodillas envueltas en un chal.
-¡Siéntate, Mariana, y cuéntame algo de ti!  Casi nadie tiene tiempo de conversar conmigo. Los viejos carecemos de interés...
Luego de un rato de animada charla, Mariana se paró y se acercó a una puerta que había al fondo de la pieza.
-Y esta puerta ¿ hacia donde va?
-¡Ah!- exclamó Maúd, con voz misteriosa- Esa puerta lleva a los recuerdos.
-¿Qué quiere decir?  ¿ Guarda ahí las fotografías y las cartas de su juventud?
-¡ Nada de eso!- se rió ella- Quiero decir que si entras ahí, podrás revivir el recuerdo que elijas.
Mariana la miró extrañada y la anciana agregó:
-¿ Acaso no tienes un recuerdo especial que quisieras volver a vivir?
-¡Sí!- exclamó Mariana- Hay un día que fue para mí el más feliz de mi vida. Vivía con mis padres en una casa de campo y en la tarde empezó a nevar. ¡ Nunca antes había visto la nieve!
Mientras mis papás iban a revisar los árboles frutales, temiendo que se quemaran sus brotes, yo me quedé jugando en el jardín. Decidí que la nieve sería helado para mis muñecas.
Escuchando a lo lejos la voz de mis padres me sentía tan protegida y tan feliz como no he vuelto a sentirme nunca...¡ Ese es mi recuerdo más preciado!
-Entonces ¡ entra!- dijo la anciana y tomando una llave que guardaba en su velador, abrió la puerta.
Una bocanada de aire frío golpeó la cara de Mariana y se encontró en el jardín de la casa de sus padres. Una fina capa de nieve cubría los arbustos y el aire era quieto y silencioso, como si la vida estuviera en suspenso.
-¡Quédate ahí mientras vamos a ver los limoneros!- le sugirió su mamá y se alejó del brazo de su padre.
Mariana entró a la casa a buscar sus tazas y sus platitos y sirvió una merienda para sus muñecas.  Ahí estaba la vieja Toncha, de trapo descolorido y el oso de peluche al que le faltaba una oreja...Desde el huerto le llegaban las voces de sus padres...¡Qué blancura en el paisaje!  ¡Qué tarde deliciosa! 
Empezó a nevar de nuevo y era como si leves plumas cayeran desde el cielo.
--¡Los ángeles se están peinando las alas!- exclamó Mariana y aunque tenía seis años, estuvo consciente de que ese momento maravilloso no se repetiría jamás.
Maúd la esperaba en la puerta y cuando Mariana hubo salido, volvió a cerrar con llave.
-¡ Prométeme que nunca entrarás sola!  Unicamente yo tengo la magia de controlar los recuerdos...Y no se lo cuentes a nadie. Es un secreto entre las dos.
Meses después, Mariana volvió a la casa de su prima. Ahora era Verano y el sol arrancaba destellos de oro a las olas del mar.
-Y Maúd ¿ aún está aquí?- le preguntó a Rosalba.
- No. Hace tiempo que está en la casa de su hijo, pero he dejado su dormitorio intacto, porque sé que volverá a visitarme en estos días.
Esa tarde, Rosalba salió a comprar y Mariana corrió a la habitación de Maúd.
La ventana estaba entreabierta y una suave brisa mecía las cortinas color melocotón. Aún flotaba en el aire el perfume de lavanda que usaba la anciana.
La llave estaba donde mismo.
Sin vacilar, Mariana abrió la puerta para ingresar de nuevo a su recuerdo más querido.
Pero, en lugar del aire frío, la recibió un calor pesado que marchitaba las flores del cementerio.
Se encontró llorando ante la tumba de sus padres, que habían muerto juntos en un accidente aéreo.
Ese día en que se había sentido inerme frente al mundo, huérfana del único amor verdadero que había conocido en su vida, era su recuerdo más penoso , el que siempre había luchado por expulsar de su memoria.
Salió corriendo de la habitación y no se detuvo hasta llegar al vestíbulo. Lloraba convulsivamente.
Rosalba, que entraba en ese momento, se alarmó al verla presa de semejante dolor.
-¡Mariana!  ¡ Por Dios!  ¿ Qué te pasa?
-Los recuerdos....La habitación de los recuerdos... -gemía Mariana.
- ¿ Qué dices?  ¡No te entiendo!
- Maúd me dijo que no entrara si ella no estaba... Pero no  hice caso a su advertencia.
-A ver, Mariana. Cálmate primero y después explícame  de qué hablas. No sé a qué habitación te refieres.
Mariana la tomó de la mano y la llevó al dormitorio de Maúd.
-¡ Es esta puerta!  No me explico cómo no sabes...
-Pero, si esta puerta no lleva a ninguna habitación. ¡ Mira!
Y la abrió sin dificultad.
Se encontraron en el jardín trasero de la casa. Brillaba el sol sobre las matas de hortensias y un pájaro cantaba, posado sobre la tapia .  Desde lejos, les llegaba el rumor de las olas.
-¿ No ves, tontita, que aquí no hay nada?  Fue cosa de tu imaginación...


domingo, 4 de enero de 2015

LA PESCA MILAGROSA.

Hacía semanas que volvían a la costa con las redes vacías.
¿ Qué se habían hecho los cardúmenes que antes abundaban mar adentro?
Seguramente las corrientes cálidas inusuales para esa época se los habían llevado lejos. O tal vez la culpa era de los grandes barcos extranjeros que tenían licencia para llenar sus bodegas con el sustento de los pobres de la aldea.
¿ Y qué sacaban con averiguar la causa?   Lo cierto era que todas las tardes regresaban derrotados sin nada que llevar al mercado a la mañana siguiente.
-¿Qué voy a hacer?-se quejó Pablo- Necesito comprar leche para mis hijos..¡ y pan!  Cuando vuelvo, mi mujer me mira en silencio con ojos angustiados y no sé qué responder a su muda pregunta.
-¡Cálmate, amigo!- le aconsejó Pedro, poniendo sobre su hombro una mano callosa y requemada por el sol- Hoy seguramente tendremos más suerte...
-Pero ¡mira!  El cielo se está oscureciendo. Hacia el horizonte vi relumbrar un relámpago.  ¡Seguro que se viene una tormenta!
- ¡Igual tenemos que arriesgarnos!  Acerquemos el bote a la orilla y preparemos la red.
Se les unió Juan, que era muy joven y no tenía familia a quién alimentar, pero que también vivía de la pesca, como todos ellos.
Se aprestaban los tres a partir cuando vieron parado en la orilla a un extraño que los miraba. Era muy flaco y llevaba barba. Sus ojos eran mansos y dulces, llenos de una infinita serenidad, como si ya viniera de vuelta de todos los pesares.
Se lo quedaron mirando y Pedro le gritó:
-¡Qué tal, amigo!  ¿ Nos da una mano?
El hombre se acercó en silencio y se puso a ayudarlos con la red.
-¿ Viene con nosotros?- le preguntó Pablo.
No dijo nada, pero se subió a la barca y se acomodó en la proa.
El cielo se había ido cubriendo de grandes nubes color púrpura que se abrían como flores malignas. Relumbró un relámpago y a lo lejos retumbó un trueno.
Se adentraron en el mar y tiraron las redes en el mismo lugar donde día tras día no habían pescado otra cosa que botellas plásticas y bolsas de basura.
Las olas se hacían cada vez más gruesas y violentos golpes de agua los hacían tambalear.
Se miraron preocupados y lamentaron haber arrastrado  al extraño en su temeraria aventura.
Pero éste se veía muy tranquilo. Se había acomodado en el duro banco y parecía dormitar. Sobre sus labios flotaba esa misteriosa sonrisa que les había llamado la atención desde que lo vieran en la playa.
En ese instante, una ola gigantesca empezó a crecer frente a ellos, como una muralla gris contra la cual chocarían inexorablemente.
El estruendo del agua los ensordecía. La barca pareció hundirse en un abismo tenebroso, pero luego volvió a cabalgar sobre la cresta de la ola. La próxima sería quizás la última...
-¡Despierte, amigo!  ¡Nos llegó la hora!- gritó Pedro, remeciendo al desconocido por los hombros.
El abrió los ojos y lo miró con una dulce ironía que lo desarmó. Parecía decirle:
-¡Hombre!  ¿ De qué tienes miedo?  Yo no veo ningún peligro...
Súbitamente, el mar se había calmado y la tormenta se alejaba hacia el horizonte, bramando como un animal furioso.
La inesperada bonanza los dejó atónitos.
En ese momento, Pablo gritó:
-¡Muchachos!  ¡ La red!   ¡Está llena de peces hasta reventar! ¡ Ayúdenme a subirla!
Vaciaron en el fondo del bote un millar de pescados que saltaban y se retorcían, haciendo que sus escamas refulgieran como plata.
Asombrados, se miraban sin dar crédito a lo que veían. ¡Era una pesca milagrosa!  ¡Nunca les había pasado algo igual!
De pronto Pedro gritó:
-¿ Y el extraño?  ¿ Donde está el extraño?  ¡ Se cayó por la borda!  ¡ Qué desgracia, Dios mío!
- ¡Cálmate, Pedro!- le respondió Juan, con la ingenuidad de un niño- Lo vi irse recién, caminando sobre el agua.
-¿ Cómo que caminando sobre el agua?  ¿  Te volviste loco?
-Pero, si todavía se alcanza a ver...¡Allá va!   ¡Míralo!
Los tres se quedaron absortos contemplando la silueta que se alejaba hacia la costa, con sus pies desnudos que parecían apenas rozar el agua.
El desconocido se volvió a mirarlos y en ese instante, un rayo de sol se abrió paso entre las nubes y coronó su frente con un nimbo de oro.