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Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



domingo, 27 de julio de 2014

EL LIBRO DE AUTOAYUDA.

Genaro andaba desganado y con cara de asco, como zombie a dieta de lechuga.
Sus amigos le hacían el quite, porque dicen que la depresión se pega, igual que el cáncer...Al cruzarse con él en la calle, pasaban de largo, con una sonrisita incómoda y una palmadita en la espalda:
-¡Hola, viejo!  ¿Qué tal?  Voy apurado...Otro día hablamos.
Algunos llegaban al extremo de cruzar a la vereda de enfrente, cuando lo veían acercarse arrastrando los pies.
Pero uno, que venía saliendo de un descalabro parecido, se sentó a su lado en el café y le recomendó un libro de autoayuda.
-¡No sabes lo bien que me hizo!- le aseguró- Anduve meses como farol apagado y tú me ves ahora. ¡La vida me cambió!
  Y le mostró una sonrisa con más dientes de los que aparecen en los manuales de anatomía.
-No creo que leer me ayude- suspiró Genaro-No tengo ánimo ni para atarme los cordones de los zapatos...
-Leer cualquier cosa no, pero este libro sí.  ¡El autor es un tipo macanudo!  ¡Se sabe todos los secretos para alcanzar la felicidad ! 
Y le anotó el nombre del escritor y el título de la obra,en un pedazo de papel.  Luego se alejó apurado, no fuera a ser que el barniz de optimismo se le resquebrajara con el roce.  Genaro, en los buenos tiempos había sido su amigo, pero ahora era portador de los agentes patógenos de la tristeza y había que evitar su contacto.
Genaro no creía en los beneficios de ese tipo de lectura, pero al fin, con esa frase fatalista de "¿ Y qué puedo perder, si ya lo perdí todo?" entró a una librería y lo compró.
Vio que en la pared tenían una  lista de los más vendidos  y que el libro de marras iba punteando...¡Desde hace diez semanas!  le informó el vendedor , satisfecho.
Al principio lo hojeó con desconfianza y una sonrisita desdeñosa se paseó por sus labios. Pero, sin darse cuenta fue cayendo en su hechizo.
El autor le pareció un tipo simpático, que hablaba con sinceridad de su propia experiencia de vida.
Uno a uno iba enumerando y deteniéndose en los numerosos peldaños de la escala hacia el éxito y la felicidad. Describía con franqueza el esfuerzo y la tenacidad que se requerían para ascender de uno en uno.
Aveces- decía- uno se tropieza en la propia desconfianza que le aconseja desistir en el intento... Se cae estrepitosamente, perdiendo todo lo ganado. Pero era preciso levantarse.
"No importa cuantas veces caigas, lo que importa son las veces que te vuelvas a levantar"  rezaba una de las frases más repetidas a lo largo del libro.
Genaro lo convirtió en su manual de cabecera, en su Evangelio. Y sintió que de a poco, al influjo de esas frases mágicas,iba emergiendo de un pozo oscuro y divisaba, muy lejos todavía, allá en lo alto,  la luz de una nueva vida.
Sus amigos notaron el cambio y volvieron a acercarse.
-¡Qué gusto verte, viejo!  ¿Nos tomamos una cerveza a la salida de la pega?
¡No hay como los amigos para compartir las alegrías! ( De las penas no hablemos. Esas, por educación hay que sufrirlas solo. ¡No es cosa de andar incomodando a los demás, tampoco! )
Genaro aceptaba sus veleidades con generosa ironía. Tal vez porque sentía que su verdadero y único amigo era el autor del libro de autoayuda.
En la contratapa aparecía su fotografía. Un tipo bien parecido, de mediana edad. Los ojos chispeantes de optimismo y la expresión serena del que ha superado todos los escollos.
A Genaro se le ocurría un nadador que ha cruzado un río caudaloso, nadando contra la corriente y que ahora descansa en la orilla, mientras el sol le calienta los miembros.
-Si él lo ha logrado ¿ por qué yo no?
Cada día se sentía mejor y en el último tiempo, su estado de ánimo no había sufrido grandes recaídas...
Una noche, entró a un bar, a tomar una cerveza.
Relajado, observaba a la gente, cuando vio en una mesa de un rincón a un hombre que se veía muy deprimido. Con la cabeza baja y una mano sobre los ojos, permanecía inmóvil frente a un vaso a medio llenar.
Genaro se sintió impulsado a hablarle y se le acercó, llevando su cerveza.
-¿Me puedo sentar?
El otro ni lo miró y continuó con el rostro oculto a medias con su mano. Lo que quedaba al descubierto revelaba una barba crecida y una boca plegada en un gesto amargo.
-Amigo, no quiero ser impertinente, pero lo veo muy desanimado. ¿No tiene ganas de desahogarse?
-No tengo ganas de nada. Querría estar muerto. La vida carece de sentido.
-Pero, hombre ¡no puede ser tan grave!  Todos pasamos por momentos de desesperanza en que desconfiamos de nosotros mismos.
-¡Sí!  Pero, lo mío es peor, porque soy un fraude.
-Nunca es tarde para enmendar rumbo. Somos dueños de nuestro destino- afirmó Genaro, convencido, repitiendo sin darse cuenta una de las frases de su autor favorito- Hay un libro que estoy leyendo y que quiero recomendarle...
El hombre levantó la cabeza sobresaltado.
-¿Un libro, dice?  ¿ Me está tomando el pelo?
Al ver de frente su cara congestionada, Genaro lo reconoció. Era el autor del libro de autoayuda.


domingo, 20 de julio de 2014

UN HOMBRE.

(Basado en el poema homónimo de Nicanor Parra.)

Esa tarde, aprovechando un rato libre, el hombre decidió ir a ver a su madre.
Tocó el timbre varias veces sin que acudiera nadie. Preocupado, iba a bajar a hablar con el concerje cuando la puerta se entreabrió apenas y por el resquicio se asomó el rostro desencajado de la anciana.
-¡Mamá!  ¿Qué tienes?  ¿Estás enferma?
-No sé, hijito...Estoy mareada- gimió ella, oprimiéndose el pecho y se tambaleó como si hubiera perdido las fuerzas.
El la sostuvo antes que se desplomara y casi en brazos la llevó a la cama.
Le buscó el pulso y lo encontró débil y agitado. Pensó que estaba a punto de sufrir un infarto.
Asustado, le ordenó:
-No te levantes de nuevo, por favor... ¡Voy a buscar un médico!
Se acordó del Doctor que tenía su consulta unas cuadras más allá.
Mientras caminaba, se fijó que delante de él iba una pareja.  Atónito, reconoció a su mujer, quien iba acompañada por un hombre joven.
El le rodeaba la cintura con un brazo y ella se apretaba contra su cuerpo, acuciada por el deseo.
Reprimió un grito y rápidamente se escondió tras un árbol.
De árbol en árbol los fue siguiendo, consciente de su humillación, oscilando entre la incredulidad y el dolor.
La pareja llegó hasta una puerta sobre la cual centelleaba un letrero de neón que anunciaba un hotel.
Los vio entrar abrazados y alcanzó a oír una risa de ella, ronca y procaz, que nunca antes le había escuchado.
Se apoyó en el tronco del árbol y lloró.
 Un transeúnte que venía en sentido contrario se detuvo junto a él. Lo miró inquisitivo y al reconocerlo, exclamó:
-Pero , no es posible...¡eres tú !
El levantó la cabeza y vio a su lado a un compañero de Universidad que con el tiempo había llegado a ser su amigo.
 Este continuaba hablando, excitado:
-¡Tanto tiempo que no te veía!  ¿Y qué haces aquí?  Te veo alterado....¿Lloras?
-¡Como se te ocurre!  Es la alergia que me provocan estos malditos plátanos orientales...
Su amigo lo miró dudoso y prefirió fingir que le creía.
-¡Bueno! ¡Este encuentro amerita un trago! Vamos a ese bar...¡Arreglemos el mundo como antes lo hacíamos!
El hombre bebió con ansias y sintió que una bruma algodonosa le iba envolviendo el cerebro. Ya no recordaba qué lo había llevado hasta ahí y su dolor se había hecho sordo como el malestar de una muela, calmado por la anestesia. Una bienechora turbiedad embotaba su conciencia.
Se fijó que la mesera lo miraba insistente. Dos veces había venido a traerles más vino y las dos veces se las había arreglado para rozarlo al pasar. Desde detrás del mesón, lo seguía mirando.
Cuando su amigo se despidió, el hombre se quedó rondando alrededor del bar hasta que ella salió y se dirigió hacia él, como si ya estuvieran de acuerdo.
El le rodeó las caderas con un brazo y la atrajo hacia sí.
Ella le dijo: Conozco un lugar donde estaremos más cómodos.
Lo condujo al mismo hotel donde horas antes había visto entrar a su mujer.
Una punzada ardiente se le clavó en la sien, pero no le hizo caso.
Se aprestaban a entrar, cuando alguien gritó desde la calle.
-¡Una ambulancia!  ¡Que alguien llame a una ambulancia!
Había un hombre tendido en el suelo.
Corrieron hacia él y vieron que una poza de sangre se iba extendiendo sobre la vereda.
-¡Quédate con él!- exclamó el hombre- ¡Yo pediré un teléfono en esa casa que está iluminada!
Le abrió la puerta unas mujer de rostro cansado.
-¿Qué desea?
Al escuchar su voz, la reconoció de súbito. ¡ Era Olivia, su novia de juventud !
Ella también lo reconoció y sonrió entre sorprendida e incrédula.
-¡No lo puedo creer!  ¿Tú aquí ?  Creo que te he traído yo misma, de tanto pensar en ti...
  Habían pasado quince años, por lo menos. Le extrañó verla tan avejentada. ¿Me veré así yo también?  se preguntó, consternado.
Olvidó por completo al herido que yacía en la calle y a la muchacha del bar.  Aún obnubilado por el alcohol, aceptó la invitación a entrar que le hacía Olivia.
Ella sacó del aparador una botella de licor y dos vasos.
-¡Tenemos que festejar este encuentro!   Hay tantos recuerdos que compartimos...
La miró  y sintió que todo el ayer se abalanzaba sobre él como una ola turbia. Pensó que no quería recordar nada...
Ajena a su rechazo, ella seguía hablando con entusiasmo. Preguntándole cosas. Entre brumas, le oyó decir:
-Y tu mamá ¿cómo está?
-Mi madre...- balbuceó, sobrecogido- Mi madre está enferma...¡Dios mío! ¡Tengo que ir a buscar un médico!
Recordó todo de pronto y  espantado, salió de allí sin despedirse.
Había caído ya la noche y se encontró en una calle desconocida.
Miró hacia todos lados tratando de orientarse y echó a correr.
A medida que corría, iba rogando desesperadamente, sin saber bien a quién se dirigía:
- Por favor, por favor... ¡que no sea demasiado tarde! 


domingo, 13 de julio de 2014

LA DERROTA DE DIOS.

El Demonio estaba henchido de vanidad.
Había recibido la visita de un ángel que le traía un mensaje de Dios.
El ángel había  tenido que atravesar nubes incandescentes, que le habían chamuscado las alas y su rostro mostraba disgusto y repugnancia.
El Demonio hizo caso omiso de su gesto, porque la sorpresa y la curiosidad lo embargaban por completo.
¡Así que Dios lo necesitaba!  ¡Vaya!  ¡Vaya!
 ¿Y para qué sería?
Pero dominó su impaciencia y decidió demorarse un rato en acudir. Humillar a Dios haciéndolo esperar era algo demasiado exquisito como para desaprovecharlo.
Ya bastante humillación había sufrido él cuando fue expulsado del cielo.  ¡Este era sólo un pequeño desquite!
Calculó una demora de media hora, en la cual se entretuvo mirando por Internet las últimas guerras que se desarrollaban en el mundo. Esto siempre lo ponía de excelente humor. Esta vez, lo que pasaba en la Franja de Gaza colmó sus expectativas. Después de todo, la máxima violencia la estaba desatando el pueblo elegido de Dios...
Cuando transcurrió el tiempo de espera, se rizó el bigote con gel, le dio lustre a sus pezuñas y partió a la inesperada cita.
Dios lo aguardaba sentado en su trono y su rostro sereno no mostraba que hubiera advertido la demora. Sin embargo, el Demonio notó que se veía apesadumbrado y ésto lo llenó de un secreto placer.
-Bueno, tú me llamaste- le dijo- Espero conocer la razón.
Dios lo miró con sus bellos ojos colmados de tristeza.
-Te llamé para decirte que tú has ganado. Te dejo el campo libre. Yo me voy.
Los ángeles gimieron y se cubrieron el rostro con sus alas blancas.
El Demonio sintió que un júbilo triunfal lo invadía. ¡Por fin Dios reconocía su derrota! 
Pero, con un rasgo de inusitada delicadeza, se tapó la boca para que no viera su sonrisa.
-¡Cómo! -exclamó, fingiendo una sorpresa que en realidad no sentía- ¿Abandonas la lucha así como así?  ¿Dejas en mis manos a los hombres que tú mismo creaste?
-Ellos ya no me necesitan- suspiró Dios - Tienen la tierra llena de becerros de oro a quienes adorar y me han reemplazado por ídolos que ellos mismos inventan.
-Sin embargo, de vez en cuando, todavía te nombran... -insinuó el Demonio con perfidia.
-Sí, pero es para jurar mi nombre en vano. No finjas que te sorprende tu triunfo. Creo que desde hace tiempo lo vienes disfrutando.
El Demonio se irguió y pareció agigantarse. Relucieron sus ojos como carbones encendidos y desplegó sus alas negras, agitándolas con soberbia.
Los ángeles retrocedieron amedrentados.
Dios se levantó de su trono y cogiendo una jaula en la que llevaba una paloma blanca, emprendió la retirada.
-¡Cómo!  ¿Te vas solo?  Y tu hijo ¿donde está?
-Supongo que te refieres a Jesús. No, él no era mi hijo. Fue tan sólo un hombre bueno que predicó lo imposible. Poner la otra mejilla, amar a tu prójimo como a ti mismo...¡Ah! Eso no está en la naturaleza de los hombres. Tú ves como terminó. Fue una oveja entre lobos. ¿Cómo lo vas a ignorar tú, si fuiste el que susurró en el oído de Judas la idea de su traición?
Después de decir ésto, Dios abrió la puerta de la jaula y la paloma blanca emprendió el vuelo y se perdió entre las nubes.
El se envolvió en su manto, como si súbitamente sintiera frío y se alejó. Caminaba encorvado, como un anciano agobiado por la decepción.
El Demonio se acercó con cierta cautela al trono vacío.
Palpó con deleite los mullidos cojines y sus largas uñas acariciaron con avaricia el oro del respaldo.
Luego, al comprobar que nadie se acercaba a impedírselo, se sentó y se arrellanó triunfalmente.  ¡Por fin ocupaba el sitial que le correspondía!
Los ángeles volaron espantados y el entrechocar de sus alas estremeció el cielo por breves instantes.
Después, todo se llenó de sombras.

domingo, 6 de julio de 2014

MORIR POR UN SUEÑO.

Una tarde en que Marcos vagaba ociosamente por Internet, se encontró con un sitio que le pareció intrigante. La dirección era :  www. sueños realizados. com
Primero pensó en una Empresa turística, después en juegos de azar y por último, se le pasaron por la mente varias  imágenes pornográficas, cuando leyó la frase:  Satisfacción garantizada.
Pero, en general, en el sitio mismo no aclaraban nada. Sólo daban una dirección en un edificio céntrico.
Como a Marcos el tiempo le sobraba porque estaba sin trabajo, fue a averiguar de qué se trataba.
Le abrió la puerta una mujer muy bella, de edad indefinida.
-¡Estoy sin secretaria!- le informó- ¡Pase, por favor!
Lo hizo tomar asiento y luego extendió la mano, con cierta impaciencia:
-Bueno, lo trajo, me imagino...
-¿Qué cosa?  No entiendo...
-Su sueño, pues. ¿ Y si no, a qué vino ?
-La verdad es que yo no tengo sueños. Sólo vine por curiosidad.
-¡Qué suerte para mí ! - dijo la mujer-  Ya que está aquí ¿no le interesaría el puesto de secretario?  Mire, tengo todas estas postulaciones que ordenar...
Marcos se pasó la tarde archivando papeles. Cada uno correspondía a una petición para  realizar un sueño. La mayoría eran sueños de dinero o poder.
Grandes fortunas, viajes de placer, influencias...No faltaba el que soñaba con ser rey. Otro, con ser el sultán de un harem de hermosas mujeres.
 En general, sólo cosas materiales. Pero, había una excepción.
La solicitud la firmaba Emelina, de diecisiete años. Ella escribía :  Mi sueño es conocer el Amor.
Al igual que las otras postulaciones, incluía sus datos personales y su fotografía. Era una chica de rostro dulce e ingenuo y a Marcos no le extrañó que fuera tan romántica.
La dueña, al explicarle el manejo de la agencia, nunca le había mencionado el dinero ni ninguna otra forma de pago. Extrañado, Marcos la interrogó al respecto.
-Mira, aquí no se engaña a nadie- le respondió ella con frialdad-A todos les advertimos que el precio es alto. Al cabo de un año, morirán.
-Pero ¿por qué?- exclamó Marcos, aterrado.
-Porque quien les cumple los sueños es La Muerte. Supongo que ya te habrás dado cuenta de que es más poderosa que La Vida. Lo que La Vida te niega, La Muerte sin problemas te lo puede conceder...
A Marcos le pareció que le hacía propaganda al negocio.
-¿Pero, qué gana ella con eso?
- Bueno, le ayuda a cumplir con las cuotas que le son asignadas. La gente tiene vidas cada vez más largas. Todos hacen lo indecible por seguir viviendo. Ni siquiera las guerras ni los crímenes son suficientes para garantizarle a La Muerte el cumplimiento exitoso de su tarea. Esta agencia ofrece realizar un sueño  a cambio de morir. Pero da un año de plazo para disfrutar la felicidad obtenida. Es un trato generoso ¿no crees?
Marcos pensó en Emelina, tan joven y  tan romántica, que sólo pedía ser amada y como Julieta, morir después de conocer el Amor.
-¿Y la gente acepta semejante condición?- preguntó dudoso.
-¡Claro!  Sólo les importa cumplir su deseo. Y están seguros de que después, con astucia, lograrán evadir el pago...
El rodaje de la empresa le pareció a Marcos francamente siniestro y decidió irse ese mismo día, sin dar ninguna explicación.
Sacó del archivo la petición de Emelina y el papel que contenía sus datos personales. Ningún rastro de ella quedaría en esa oficina...
En la tarde, la buscó en la dirección que aparecía en el documento.
-¡Oh! ¿Te mandaron a ti? -preguntó ella, ruborizada. Y parecía bastante satisfecha de que fuera él el encargado de cumplir su sueño...
Marcos la tomó de las manos y le confesó que había robado su solicitud.
-¡Ya no tendrás que morir a cambio!- le aseguró emocionado- Ellos ya no disponen de ningún dato tuyo para venir a cobrarte.
El Amor los envolvió en su manto y gozaron de su felicidad, sin notar el paso del tiempo.
Pero, al cabo de un año, Marcos recibió un llamado telefónico aterrador.
Reconoció la voz fría de la dueña de la agencia. ¡Esa mujer implacable que él había llegado a adivinar que era La Muerte en persona!
-¡Hola, Marcos!  ¡Qué agradable volver a escucharte!- lo saludó con un retintín de sarcasmo- Te llamo para decirte que aquí en la oficina, siempre guardamos una copia de las postulaciones. Por si se perdiera alguna ¿comprendes?  Y veo que hoy se vence el plazo de Emelina...Te aviso porque , si te apuras, quizás consigas alcanzar a despedirte....
Corrió desesperado hasta la casa de ella. Y mientras corría, se preguntaba que para qué se apuraba, si sabía bien lo que iba a encontrar al llegar allá.
Un carro fúnebre detenido frente a la puerta y la madre de Emelina, vestida de negro, llorando en el umbral.