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miércoles, 1 de junio de 2011

ESPLENDOR DE ORIENTE.

Querida Betty:
Tú, pasándolo regio en las Termas de Chillán y yo aquí, viviendo situaciones de lo más escabrosas o al menos, pintorescas. Mejor paso a contarte y tú ahí opinarás.
Fíjate que hacía una semana que tenía un dolor en el cuello que, si lo tiene una jirafa, se muere. Como mi cuello es más corto, yo resistía con estoicismo.
En el Taller se lo conté a la María Pía y ella me aconsejó que recurriera a un masajista.
Tú sabes que a mí, eso de los masajes siempre me ha parecido algo equívoco. Como cargado a lo erótico o pecaminoso de frentón. Tú me comprendes. De inmediato me imaginé a un mocetón rubio y musculoso, vestido apenas con una zunga, que me arrastraba sin miramientos a una camilla para hacerme objeto de toda clase de ofensas al pudor.
No te niego que me daban unos escalofríos de lo más excitantes ante la idea.
Pero reaccioné y le dije a la María Pía que no, que prefería el paracetamol y el guatero de semillas.
Pero, ella me insistió y disipó todos mis temores.
No se trata de masajistas suecos en zunga- me dijo severamente- Es un Doctor chino llamado Ping Tun Cheng, que en castellano se traduce como "Esplendor de Oriente". O sea que tú pasas del más negro túnel sin salida a un radiante estado de sanación total.
No sé cómo me convenció. Sería porque el dolor me tenía exauta y sin voluntad, pero la cosa es que fui.
Era un edificio moderno con una oficina bien iluminada. Nada de medias luces incitantes.
Una niña oriental de bata blanca me hizo pasar a una sala de espera. Había los típicos cuadros de bambúes y de garzas, unos sillones rojos y en una esquina, unos palillos de incienso le rendían homenaje a una estatua de Buda.
Al rato, la misma niña me hizo pasar a la consulta del médico.
Salió a mi encuentro un chinito encorvado, no tanto por los años como por las sucesivas reverencias. . Me hizo tomar asiento y me preguntó:
-¿Qué dolol atolmental a la honolable dama?
Noté que hablaba muy poco castellano así que le señalé mi cuello con una mueca explícita.
-¡Ah! Sel honolable cuello que dolel. Sel tensión. Yo rogal a la honolable dama relajalse y pensal qué pleocupación la atolmenta en este momento.
Para serte franca, la única preocupación que me atormentaba era como llegar a fín de mes después de cancelar sus honorarios. Pero cerré los ojos y me dejé ir.
El puso sus dedos en mi cuello y presionó ligeramente.
Solté un ¡Ay!
El dijo-Peldón. Sel nudo de nelvios que atolmental. Yo rogal a la honolable dama que se relaje.
Así lo hice y creo que por unos segundos me dormí porque me ví caminando por la Muralla China tomada de la mano con un tipo de lo más regio.
Cuando desperté, noté que el cuello me dolía igual que antes, pero disimulé y salí de ahí, alivianada en mi chequera pero sobrecargada en mis preocupaciones. Financieras, tú comprendes.
Le mentí a la María Pía diciéndole que estaba mejor y que el Dr. "Esplendor de Oriente" le hacía honor a su nombre.
Pero la verdad es que el dolor se me fue pasando solo, porque es tensional, claro, y lo que necesito es esparcimiento.
Cuando vuelvas de Chillán, podríamos inscribirnos en el curso de "Baile Entretenido". Ahí botaríamos las tensiones y aprovecharíamos de adelgazar. ¿Qué te parece?
Con cariño, Nora.
P. D. Igual me compré unos palillos de incienso y ahora mi departamento huele de lo más oriental. "Esplendor de Oriente" que le llaman, digo yo.

2 comentarios:

  1. Querida Lilly: Tu historia me recordó la ocasión en que debía fotografiar a una conocida acuputurista. La capté poniendo agujas en los brazos de una paciente.
    Terminado mi trabajo, la experta me ofreció demostrar las bondades de su ciencia.
    Inocente de mi me acerqué indefenso y confiado. Y me dió un pellizcón en el cuello, que me hizo ver asnos mas que opacos. Y en seguida me plantó una aguja. ¿Ve que no duele? Me dijo sonriente. Lo cual era una gran verdad. El pellizcón previo y alevoso enmascaraba cualquier dolor que hubiese provocado la agujita.
    Me fui con tortotícolis de la consulta prometiéndome no volver a ser conejillo de Indias de nadie...

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  2. Te luciste con tu humor. Es bueno terminar un cuento con la sonrisa en los labios.

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