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lunes, 15 de agosto de 2011

NOVELA ROSA.

El padre los abandonó cuando aún eran niños. Al principio, la mamá trabajaba en la oficina de un Ministerio. Pero pronto se vio que no podría seguir. Un desequilibrio mental ya insinuado en su juventud, acabó por derrotarla.
Terminaron viviendo en una pieza de pensión. Separados por un biombo, Elisa y la madre y al otro lado Eduardo, que tenía catorce años y que pronto, por intermedio de un pariente, consiguió una beca en un internado.
Las tías llegaban a la pensión puntualmente los Miércoles en la tarde. Era su obra benéfica obligatoria. Traían té, azúcar y algo de dinero.
Elisa tenía diecisiete años y se había vuelto muy hermosa. .
-¡Tiene que casarse!-dijo la tía Cármen. -Y casarse bien. Es la única forma de sacar adelante a esta familia.
Elisa tenía un novio al que adoraba. ¡Patricio! Un chiquillo sin futuro alguno, al decir de las tías.
-¡No sacas nada con seguir ese romance!
Y ahí entró la tía Flora a pasar revista a sus numerosas relaciones. Y se acordó de Pablo, ese empresario exitoso y todavía soltero. Es cierto que bordeaba los cuarenta, pero ¡mejor!. Un hombre de experiencia para una chiquilla tan atolondrada como Elisa.
Y se hicieron los arreglos para propiciar el encuentro.
La tía Flora invitó a Pablo a su casa de Zapallar y él llegó, elegante, vestido de blanco, en su auto deportivo último modelo. El asiento de atrás colmado de frutas y flores para su anfitriona.
Convenientemente, salió a recibirlo Elisa.
Fue inevitable que él se enamorara. Su cara de niña y aquella figura esbelta que recogía tantas miradas lo sedujeron por completo.
El día antes del matrimonio, ella llamó a Patricio y le pidió que se encontraran. Quiso entregarse a él, ofrendarle su ser en una postrera despedida. Pero, él no aceptó. Desató los brazos de Elisa que encadenaban su cuello y se alejó. Esa noche, ella se acostó llorando.
La música del Ave María se dejó escuchar en la Iglesia. Elisa avanzó toda blanca del brazo del tío Alberto.
Y mientras se acercaba al altar donde la esperaba Pablo, pensó,  con la ingenuidad de una eterna lectora de novelas rosa, que ese día, el cáliz de la misa lo llenaría ella con la sangre de su corazón.

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