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lunes, 12 de noviembre de 2012

LA IMPOSIBLE.

Javier la vio una tarde, al pasar por el parque.
Reinaba el Otoño con su esplendor dorado que invitaba a caminar bajo los árboles.
Una alfombra de hojas secas se había depositado junto a los troncos y a él le encantaba hacerlas crujir bajo sus pies. Crepitaban como si ardieran y el sol del atardecer les arrancaba destellos rojos semejantes a llamaradas.
Caía una suave bruma, la primera tarde que la vio.
Estaba sentada en un banco, serena y erguida, como si esperara a alguien.
Javier temió acercarse, pero era tal la belleza de su cara, que no pudo apartar de ella sus ojos.
Esperó a cierta distancia, creyendo que vería llegar a su acompañante, pero ella permaneció sola, mientras las sombras caían sobre los prados húmedos.
Luego, la hermosa mujer se levantó del banco y se alejó, sin dirigirle ni una mirada.
Javier volvió al día siguiente, con la esperanza de verla y lo embargó un júbilo incrédulo al encontrarla sentada en el mismo banco.
Esta vez, ella clavó en él sus ojos, fríos e inexpresivos y luego los desvió, como si no lo hubiera visto.
Sintió desvanecerse la esperanza de poder hablarle, porque esa mirada era como un muro que ella había alzado entre los dos.
Se atrevió, sin embargo, a sentarse en un banco cercano, desde donde podía observarla.
Su rostro era pálido y lo rodeaba una espesa cabellera rojiza, del color de las hojas secas.
El sol también le arrancaba llamaradas, al filtrarse entre las ramas.
Sus labios parecían curvarse en un leve gesto de ironía, como si le divirtiera la extasiada contemplación de Javier.
Pero no había en ella ningún gesto invitador, ni una señal alentadora.
Al  tercer día, Javier no pudo contenerse más.
La misma extraña atmósfera, casi onírica, que rodeaba a la mujer, le dio valor para hablarle. Creyó estar viviendo un sueño y no tuvo miedo de un gesto osado que, despierto, no se habría atrevido a hacer.
Se acercó directamente a ella y le preguntó:
-¡Por favor, te lo ruego, dime quién eres!
Ella alzó hacia él sus ojos profundos y una luz fría, como la que atraviesa un pedazo de hielo, emanó de su rostro.
-Yo soy la Imposible.
-¿Qué dices?
-Ya lo escuchaste.  Soy la Imposible, la que no puedes amar.
Javier se sintió desfallecer.
Sin darse cuenta, cayó de rodillas a sus pies y tomó su mano helada.
Ella la retiró sin apuro.
Se diría que disfrutó por un instante el placer de ver esa cara contraída por la pasión insatisfecha.
Luego, sus labios se endurecieron y levantándose del banco, lo rechazó lejos de sí.
-Veo que no has comprendido- le dijo con frialdad- ¿Por qué insistes en tu deseo vano? Yo soy la que nunca podrás tener.
Javier se obstinó en seguir acudiendo  al parque. Ella siempre estaba ahí, majestuosa y remota.
Al verlo, no hacía ni un gesto, pero en el fondo de sus ojos parecía brillar una chispa de burla. Por sus labios entreabiertos pasaba la sombra de una sonrisa. Aleteaba un instante en las comisuras de su boca y  al esfumarse, Javier creía entender que le decía:
-¿Aún no te cansas? ¿Todavía estás aquí?
Pero, él no cejaba. La pasión insatisfecha le rasgaba el corazón, como si un tigre afilara en él sus garras. Sentía que nunca podría dejar de amarla.
Hasta que una tarde, vio que no estaba.
Día tras día, la buscó en vano por el parque desierto. Pero, ella no volvió.
Pensó que era una señal de que debía olvidarla y luchó por apartarla de su mente. 
Pero cada tarde regresaba al parque y vagaba alrededor del banco vacío. Se quedaba ahí, con los ojos fijos en las sombras crecientes, como si con la fuerza de su deseo pudiera lograr que la figura de ella se materializara una vez más.
Pasaron semanas. Llegó el Invierno y sintió que el frío de la lluvia parecía calmar el fuego de su ansiedad.
Retomó sus paseos por el parque, ya no con la esperanza de encontrarla, sino para recuperar el placer perdido de aquellas caminatas.
De pronto, una tarde creyó ver desde lejos una figura sentada en el banco que antes ocupaba Ella.
Corrió, sintiendo que el corazón quería escapársele del pecho y correr más veloz, adelantándose a sus piernas.
Pero al llegar, vio que en el banco estaba sentada una desconocida.
Era una joven de rostro dulce que alzó sus ojos hacia él y le sonrió, como si hubiera estado esperándolo.
Con un leve gesto de su mano, lo invitó a sentarse junto a ella.
Javier la miró asombrado.
Era tan hermosa como la otra. Y tan parecida,. que habrían podido ser hermanas.
Pero lo que había de frialdad y rechazo en la otra, en ésta se trasformaba en ternura y aceptación.
-¿Quién eres?- le preguntó.
-Yo soy la que te ama y a quién puedes amar. Junto a mí no conocerás ni la decepción ni el olvido.
Pero, Javier se apartó de ella bruscamente y con ojos angustiados, miró a su alrededor en una inútil búsqueda.
-Pero ¿donde está Ella? ¿Donde está la Imposible? ¡Es a Ella a quien ansía mi corazón!


2 comentarios:

  1. Sera posible?
    somos tan ciegos que nunca vemos el amor
    aunque nos este de frente...

    una imagen no lo puede todo...

    saludos!

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  2. ¡Uuuaaauuuuhhhh! ¡Qué buen e inesperado final! Me ha gustado mucho la historia.
    ¿Quién no se ha quedado atrapado por esa mujer imposible? Ahí se queda, anclada en nuestra pena.

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