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lunes, 1 de julio de 2013

UNA TARDE, EN EL METRO.

Esa tarde, al volver del trabajo, Laura había logrado un asiento en el Metro, lo que era bastante inusual, porque siempre le tocaba ir de pie.
De pronto, en mitad del túnel, el tren frenó bruscamente y ella se golpeó la frente contra un fierro.
Fue tan violento el impacto, que todo se puso oscuro a su alrededor y le pareció que caía en un pozo sin fondo.
Se recuperó en seguida y con sorpresa, se encontró en una estación del barrio en el que había vivido su adolescencia.
Caminó hacia el edificio ubicado frente a una plaza. Pensó que quizás esa tarde había proyectado visitar a su mamá y no se acordaba. Después del golpe recibido en el tren, aún se hallaba confusa y mareada.
Era un edificio sin ascensor y en la escala se encontró con Zulema, la señora que hacía el aseo en el departamento de su mamá.
Alcanzó a preguntarse, extrañada: -¿Que no había jubilado hace tiempo?
Pero Zulema le dijo con naturalidad:
-¡Apúrese, Laurita!  La señora está en cama con dolor de cabeza y va a necesitar que alguien le prepare el té.
Sin demorarse más, Laura corrió escalera arriba. Se detuvo en la puerta y maquinalmente buscó las llaves en su bolsillo.  ¡Y allí  estaban!  En el bolsillo de su chaquetón escolar....
Su mamá la recibió, quejosa:
-¡Por Dios, Laurita!  ¿Por qué no se viene directo cuando terminan las clases?
Laura se miró y se vio vestida con el uniforme del Liceo.
Desde la cama, su mamá, algo enojada aún, la miraba con ternura.
Laura no comprendía nada.
¿Cómo era posible que hubiera atravesado el tiempo y vuelto al pasado?
Se echó en los brazos de su mamá y empezó a besarla en la cara y en el pelo, apenas encanecido aún.
-¡Laurita, ya basta!- reclamó ella, sofocada por las caricias- Vaya mejor al salón, porque hace casi una hora que hay un muchacho esperándola...
Laura corrió, con la recuperada agilidad de sus quince años, a reencontrarse con Andrés.
¡Y ahí estaba, sentado en el sillón bajo la ventana, impaciente y malhumorado!
Al verla entrar, se paró de un salto y su cara se iluminó con una sonrisa.
-¡Andrés, qué alegría volver a verte!
(Sí, él no podía imaginar cuánta....!)
Contempló con avidez su rostro delgado y el rebelde mechón oscuro que siempre le caía sobre la frente.
 (Ahora era un señor canoso a quién podía ver de vez en cuando en los diarios, cuando publicaba un nuevo libro.)
El buscó en su bolsillo y le entregó una barra de chocolate.
¡Seguramente aquel gasto había sido un desangramiento en su presupuesto de estudiante!
Laura lo miraba sonriendo, pero su corazón se rompía de dolor, porque sabía que en unos meses más ella se enamoraría de otro.
-¡Andrés!- pensaba- ¿Por qué no supe quererte?  ¿Cómo pude cambiarte por alguien que a tu lado no valía nada?  ¡Cuántos desengaños vinieron después!  Y cómo llegaste a ser el más querido recuerdo de mi juventud.  Y la más desoladora nostalgia...¡Ay!  ¡Si yo pudiera cambiar lo que ya pasó!
Al verla tan silenciosa, él tomó su mano y la miró interrogante.
Abrumada por la tristeza, Laura cerró los ojos.
Cuando los abrió, pudo ver, inclinado sobre ella, al pasajero que había viajado a su lado, en el Metro.
-¡Señorita! ¿Se siente bien? Vi que se golpeó la frente con ese fierro...
-¡Estoy bien!- respondió Laura, confundida- ¿Estuve mucho rato inconsciente?
-¡No! Apenas unos segundos.
Vio que aún estaban detenidos en la oscuridad del túnel.
Casi en seguida, se encendieron las luces y el tren reanudó la marcha.
-¿Ve, pues? - le preguntó el hombre- ¡No fue nada!  Ya todo vuelve a la normalidad.
Y Laura, recuperando por completo la soledad de su presente, repitió como un eco:
-¡Sí! Todo vuelve a la normalidad....   

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