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jueves, 25 de julio de 2013

AMANECER.

Anoche dormí muy mal.
En un desordenado duerme-vela, soñé con una especie de estación de servicio, donde el combustible que se vendía era Tiempo.
Compré dos botellas. Una grande, que contenía una hora y una chica, que supongo equivalía a quince minutos.
No tengo idea de por qué  hice esa compra tan rara, pero estaba soñando y los sueños son siempre inexplicables.
Pero me acuerdo que me fui feliz con mis botellas de Tiempo, porque así me aseguraba poder dormir un poco más.
Pero la campanilla del reloj me sobresaltó y me encontré inmersa en el bullicio de la ciudad que despertaba.
Hasta mí llegaba un rumor parecido al del océano.
Era el tránsito de millares de automóviles y de cientos de voces humanas que debatían el "ser o no ser" de otro día agotador y mezquino.
Pensé que podía atenuar mi angustia programando mi jornada.
Resolví dividirla en casilleros de colores distintos.
Amarillo para la mañana, verde para la tarde y violeta para el crepúsculo, cuando las urgencias se apaciguan y nos invade la melancolía de otro día que se acaba.
Para la noche reservé un color azul profundo, con que pintar las paredes de una gruta, donde reposar mi fatiga.
Pero ¡ay!  Sé bien que en el fondo de esa gruta me acecha siempre el insomnio, como un animal feroz.

1 comentario:

  1. Vaya
    me ha encantado tu cuento
    por lo mítico
    lo místico...lo indescifrable...
    que al albores del hoy no tenemos casi nada develado
    el tiempo es inconmensurable...
    y nosotros estamos de paso...
    encajó bien con la mística d e mis personales sueños
    abrazos amiga!

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