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domingo, 16 de febrero de 2014

SOLO UN MANIQUI.

Juan estaba sin trabajo y deambulaba por la ciudad, buscando algo que acortara sus horas.
Un día se paró frente a una tienda, admirando un maniquí vestido con un traje de fiesta. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Una melena rubia enmarcaba su rostro con suaves bucles dorados y sus labios pálidos parecían un capullo de rosa a medio abrir.
Se quedó mirándola embobado y al cabo de un rato, el maniquí se rió con malicia y le preguntó:
-¿Te he impresionado acaso?
Juan se quedó estupefacto y no atinó a decir palabra.
Ella entonces le preguntó:
-¿Como te llamas?
-Juan. ¿Y tú?
-¡Oh! A mí nadie me ha puesto nombre, pero me gustaría llamarme Olivia.
 -¿Y eres feliz en esa vitrina, Olivia?
-No mucho. Es cierto que me cambian a menudo el vestido y que la gente se detiene a admirarme. Pero yo me siento prisionera en una jaula de vidrio. ¡Querría poder salir de aquí y y conocer el mundo!
En ese momento, dos mujeres se acercaron a mirarla y Olivia, rápidamente, volvió a su pose original. Sus ojos de vidrio se fijaron en un punto indefinido y su boca permaneció tan cerrada como le corresponde estar a unos labios pintados sobre una cara de yeso.
Juan volvió al otro día, pensando que había soñado o se había imaginado su conversación con Olivia.
¿Estaría borracho?-se preguntaba. Muy raro sería porque nunca bebo...¿O fue su belleza la que me embriagó?
Se acercó a la vitrina y comprobó que no había nadie mirando.
A Olivia le habían cambiado el traje y ahora tenías puesto uno de lanilla azul, que parecía fundirse con el color de sus ojos. Sobre sus cabellos rubios llevaba una boina que la hacía aún más seductora.
Al ver a Juan, sonrió complacida.
-¿Qué te parece ?  ¿Como me veo?
El temblaba. ¡Después de todo, no había sido una fantasía!  ¡Ella estaba viva!  ¡Era real!
-Olivia- le confesó- he pensado en ti todo el tiempo. Anoche me desvelé y en el poco rato que logré dormir, soñé contigo.
-Yo también ansiaba que volvieras, Juan. Creo que tú puedes rescatarme de esta prisión y llevarme lejos. ¡Iré a donde tú quieras!  ¡El mundo es tan grande!
-Pero ¿ cómo?  ¿Cómo podría sacarte de ahí?
El portero de la tienda ya había notado la presencia de Juan dos días seguidos, parado absorto frente a la vitrina.
Se acercó a él y le preguntó:
-¿Busca trabajo?  Porque el dueño necesita a alguien para el aseo.
¡Parecía un sueño!  Podría estar cerca de Olivia y planificar la forma de sacarla de su encierro...
Llegaba muy temprano todos los días y se ponía a limpiar el polvo de los estantes. Luego se quitaba los zapatos y entraba con cuidado al interior de la vitrina. Agitando el plumero, se acercaba al maniquí y disimuladamente le apretaba la mano con ternura. Ella correspondía a su gesto y le susurraba en voz casi inaudible:
-¡Te quiero, Juan!
-¡Te quiero Olivia !- susurraba él y sentía que el corazón le iba a estallar de gozo.
Pasaba el tiempo y el amor de Juan crecía a la par que su desesperación. ¡Necesitaba estar con Olivia!  Sacarla de ahí y llevarla con él, a su casa...
Una noche, se decidió. Fingió que se iba y luego se escondió en el cuarto de los escobillones.
Se apagaron las luces de la tienda y sólo quedó encendida la de una pequeña oficina, donde el nochero dormitaba frente al televisor.
Juan entró sigilosamente al interior de la vitrina y cogió a Olivia entre sus brazos.
Corriendo atravesó la puerta y salió a la vereda.
Justo en ese momento, doblaba la esquina un policía.
-¡Alto!  ¿Qué hace usted?  ¿A donde va con ese maniquí?
-Oficial ¡no es lo que parece!  Ella es mi novia, Olivia, y se va conmigo por su propia voluntad.
-Así que su novia...¡Qué buen chiste! Me salió un ladrón ingenioso, por lo que veo...
-¡Olivia! ¡Dile, por favor!  ¡Dile que no te estoy robando! Que tú me pediste que te llevara...
Pero ella permanecía muda, con sus ojos opacos carentes de expresión, fijos en un punto lejano.
El policía trató de arrebatársela y se quedó con un brazo en la mano.
-¡Ya pues, hombre!  ¡Entréguelo de una vez!  ¿Que no ve que se está desarmando?
Hizo salir al nochero y le devolvió el maniquí roto. Luego, llamó por  teléfono y al poco rato llegó un carro policial. Se llevaron a Juan esposado, mientras un llanto de humillación le sacudía el cuerpo.
Lo dejaron libre esa misma noche, después de unas horas de incertidumbre, que pasó sentado en un banco, junto a un borracho que roncaba y a una prostituta que sonreía con displicencia.
Se fue directo a la tienda. Aún no amanecía.
Vio que en la vitrina había un nuevo maniquí. Una mujer morena, de labios rojos, envuelta en un abrigo de piel.
Al doblar la esquina, casi chocó con los contenedores de basura. En uno de ellos estaba Olivia.
La habían desnudado y le habían arrancado la peluca de cabellos rubios. Se veía fea y mísera.
Juan se acercó a ella y la contempló con lástima.
¡Tenía razón el policía anoche!  ¡Sólo es un maniquí!  ¿Cómo pude imaginarme que me hablaba?
Se alejó rápidamente, porque en la comisaría le habían prohibido que se acercara a la tienda.
Casi corría, por miedo a que lo detuvieran otra vez.
El ruido de sus pasos le impidió escuchar una voz llorosa que salía del contenedor de basura.
-¡Juan!  ¡No te vayas!  ¡No me dejes aquí!  ¡ Está tan oscuro y tengo tanto frío!


2 comentarios:

  1. Este cuento me gusta mucho. ¡Claro! Porque lo escribí yo....Pero, ¿por qué nadie parece apreciarlo? ¡Ay!

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