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viernes, 10 de agosto de 2012

FRUSTRACION.

Había pasado otro día ocioso y melancólico, sin haber escrito nada.
Mi mente se encontraba vacía de ideas, como si nunca hubiera albergado el más mínimo pensamiento susceptible de llevarse al papel.
Mi lápiz yacía ocioso sobre el cuaderno y molesto, soltaba de vez en cuando una mancha de tinta sobre la página en blanco, queriendo llamar mi atención.
Pero nada lograba distraerme de mis tristes cavilaciones.
Y me rondaba una idea extraña que más de alguna vez me había asaltado: No era yo quién escribía los cuentos.
Cuando poseída por una inspiración casi sonámbula, llenaba y llenaba páginas sin descanso, este pensamiento se colaba en mi espíritu con molesta insistencia.
Muchas veces mis creaciones me parecían ajenas, como si esos argumentos y esas palabras provinieran desde afuera, desde el eter, por decirlo así, y mi único trabajo fuera llevarlos al papel.
Resumiendo, en más de alguna ocasión jugué con la inquietante idea de que el espíritu de un escritor frustrado se había posesionado de mí.
Y esa tarde, más que nunca me angustiaba el pensamiento de que el espíritu en cuestión me había abandonado, dejándome en la más completa sequía literaria.
La penumbra del anochecer, quebrada apenas por la luz de una lámpara, iba invadiendo con sus sombras cada rincón de mi escritorio.
Me sacó de mis penosas reflexiones, la extraña sensación de no encontrarme sola.
Escruté las sombras con fijeza y creí vislumbrar una silueta junto a la ventana.
Se encendió el farol de la calle y un rayo pálido cayó sobre la figura de un hombre.
Llevaba un impermeable y aunque afuera no llovía, se veía empapado. Gruesas gotas de lluvia resbalaban de sus cabellos y caían sobre su frente. El las enjugaba con un pañuelo.
-¿Quién es usted?- le pregunté asombrada de no haberlo visto entrar.
-Deberías suponerlo-me respondió algo molesto-¡No en vano te he acompañado durante tanto tiempo!
Se veía cansado y sin mirarme, se dejó caer sobre la silla que había frente a mi escritorio.
-¿Quiere decir que es un espíritu?- pregunté yo, viendo confirmadas mis insistentes sospechas.
-Sí-respondió melancólico- Yo fui en vida un escritor que no logró publicar su obra.
-La tarde en que morí me dirigía a una editorial, llevando mis cuentos. ¡Era la última puerta que me quedaba por tocar, después de muchos humillantes rechazos! Llovía a cántaros y al cruzar una calle, me resbalé frente a un autobus. El chofer no alcanzó a frenar y dio un grito.
-Yo morí en silencio, como había vivido. La carpeta con mis relatos se soltó de mi mano y cayó en un charco. Ahí quedó abandonada. Nadie se molestó en recogerla.
-¿Y son esos los cuentos que he escrito durante todo este tiempo?
-Bueno, no todos. Sólo los mejores. Los otros los has inventado tú, imitando mi estilo....Y sin ánimo de ofenderte, te han quedado harto mediocres.
Esto último me lo dijo con un tono petulante que me molestó. Herida en mi amor propio, me sumí en un terco silencio.
Pero luego pensé que no me convenía enemistarme con el espíritu y escondiendo mi resentimiento, le pregunté humildemente:
-¿Y dónde has estado estas semanas en que no he podido escribir?
-Me invitaron a un Congreso de escritores difuntos. Pero no creas que lo pasé muy bién. Había ahí un par de Premios Nobel pagados de sí mismos, que me trataron con menosprecio.
-¡Debieran suponer que si hubiera vivido más tiempo, habría llegado a ser tan famosos como ellos!
Guardé silencio, pensando que se sobre estimaba. ¡Su talento sólo alcanzaba para poner cuentos en un blog!
Suspiró agobiado por la frustración y se levantó para irse.
La lluvia de aquel día nefasto seguía empapando sus ropas y goteando de sus cabellos.
-¿Volverás?- le pregunté ansiosamente.
-Trataré- me respondió, dándose importancia.
Y sin agregar nada más, se esfumó en las sombras, dejando un charco de lluvia sobre el parquet.

2 comentarios:

  1. ¡Vaya, Lillian, finalmente me has descubierto! Mira que intenté guiar tu mano lo más anónimamente posible pero hasta los espíritus dejan huella allí donde pasan...
    Volveré a visitarte, descuida.
    :)

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  2. Creo que ese fatuo espíritu no pudo haber hecho una mejor elección. Y que Lillian dijo una mentirilla piadosa al hacerle creer en su valía.

    Bien sabemos, que Lillian no necesita de esas inspiraciones fantasmagóricas para arrobarnos con su brillante pluma.

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