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lunes, 2 de enero de 2012

UN CUENTO PARA LAURA.

Hay una chica llamada Laura que dejó en mi blog un comentario en el cuento: "Pastillas para olvidar". Imagino que ella es muy joven y que al leerlo se sintió identificada, porque también tenía el corazón triste. Para ella es esto.

UN CUENTO PARA LAURA.

Mucho tiempo después soñé con él, cuando creía que por fin había logrado olvidarlo.
Fue un sueño impreciso y tenue como un hilo de niebla filtrándose en mi mente, pero desperté de golpe con la viva sensación de haber vuelto a abrazarlo.
Fue tan real  y me llenó de tanta melancólica dulzura, que luché por reanudar el sueño. Y casi de inmediato, volví a dormirme y su rostro apareció frente a mí, sonriendo.
A la mañana siguiente le escribí un correo bien tonto deseándole Feliz Año Nuevo, aunque ya estábamos en Abril.
Dejaba de lado por completo cualquier alusión a nuestro pasado romance. Sólo le decía que había soñado con él.  Que tal vez ese sueño era un mensaje suyo camuflado y que me parecía que no sería educado de mi parte dejarlo sin contestación.
Pasaron los días sin recibir respuesta y mi alma se fue convirtiendo en una habitación gris llena de telarañas. Nadie entraba en ella, excepto la Tristeza al atardecer. Lo hacía de puntillas para no distraer a la pobre ingenua que revisaba su correo inútilmente.
Hasta que una mañana vi que tenía un nuevo mensaje y era suyo.
Decía: "Tengo mucha curiosidad por conocer el  tonto sueño de que me hablas.  ¿Se trata del tipo "Pesadilla por excesiva alimentación nocturna"?
No podré escribirte seguido porque este semestre Ingeniería aprieta como engranaje de hierro. Ya desde el principio nos abruman con Controles  y mi cerebro gotea sobre los libros una sustancia oscura indefinible. Supongo que es mi vocación de ingeniero que anhela irse por el desagüe.
Escríbeme cuando quieras. ¡Me alegró mucho volver a saber de ti!  ¿Ya decidiste qué carrera seguirás el próximo año?"
Comprendí que ese intercambio de mensajes debía quedar hasta ahí.
Y los días empezaron a pasar, exaltados y tristes.
¿Por qué mi amor por él había vuelto,  resucitado por un sueño irresponsable?
Y ¿era amor por él o amor por el Amor mismo, lo que me hacía falta para poder vivir?
Pasó un mes en que mi corazón se debatió desesperado en su jaula de soledad. Hasta que no pude más y volví a escribirle. Fue un mensaje absurdo, dictado por la incoherencia de mi agobiada tristeza.
"Desde tu ventana verás los altos campanarios oscuros.
Detrás de ellos hay una chiquilla muy tonta que confunde las hojas del calendario.
Y te escribe a ti, que estás parado en la ribera opuesta del río del Tiempo, agitando tu mano. Y ella supone que le dices ¡Hola! porque no quiere darse cuenta de que le dices ¡Adiós!
Y leerás esto sólo hasta la mitad. De prisa, consultarás tu reloj y él, cuyo corazón electrónico no entiende de sentimentalismos, te dirá: ¡No hay tiempo! Y apagarás el computador.
La oscuridad de su pantalla entrará a mi pieza y se extenderá por todos los rincones. Sobre todo invadirá aquel donde almaceno los recuerdos.  (Su guardiana es una araña gris que le teje  calcetines a los duendes. ) "
Demás está decir que él no contestó, pensando, posiblemente que ya me habrían internado y que de todas formas no podría abrir mi correo, maniatada por la camisa de fuerza. . .
Un día, al volver del Liceo, tuve el súbito impulso de caminar hasta su casa.
Tenía un jardín cerrado por una verja de hierro y en la entrada, un gatito plomo se desperezaba al sol. Apoyada en la puerta del garage estaba su moto, tapada con una funda.
¿Y si alguien me veía agarrada a los barrotes de la reja con cara de hambrienta y salía a ofrecerme pan?
Me aparté rápidamente y entré a una frutería que se ubicaba en la esquina.
Entraban señoras con sus bolsos de compras y yo pensaba temblando: ¡Si apareciera su mamá!
Ella no me conocía pero se me ocurría que con sólo mirarme, lo adivinaría todo.
Porque era tanto lo que pensaba en él que debía llevar impresos sobre los míos los rasgos de su cara. Y era con sus ojos con los que yo miraba y era con su boca con la que sonreía.
Pasé no sé cuántas veces frente a su casa. Hasta me atreví a llamar al gatito, con un "chiss, chiss" sigiloso, no fuera cosa que de pronto se abrieran todas las ventanas y aparecieran sus papás, sus hermanos y sus tíos.  Y hasta su abuelita. . . Todos preguntándome al unísono:
-¿Qué busca usted aquí?
¿Y cómo explicarles:
-Busco a un muchacho de ojos oscuros que se introduce en mis sueños por la noche pero de día no se deja ver?
Las exigencias de las clases me obligaron a dejar aquel dulce espionaje. No en vano era mi último año de educación secundaria y era necesario enfrentar con seriedad el Futuro que se me venía encima.
Y también abandoné con el tiempo la esperanza de un correo que nunca llegaría.
Ahora que ya pasó, no puedo evitar recordarlo todo,  con la sonrisa irónica con que se reviven las más absurdas y queridas nostalgias.
Y si cierro los ojos, sólo tengo que esperar unos segundos para verlo a él caminar erguido, con su pelo oscuro al viento.
Se ajusta el casco, monta sobre su moto y antes de partir levanta su mano y me hace un gesto de adiós. . Y esta vez, yo también le digo ¡Adiós!.

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