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martes, 31 de enero de 2012

LA HISTORIA DE RAQUELITA

Dicen que el sufrimiento puede volver mala a la gente.
Pero no a toda.
Que existen aquellos que, por el contrario, se hacen más sensibles al dolor ajeno. Que si ven sufrir a alguien, perciben en ello el reflejo de sus propios dolores y se esfuerzan por prestar consuelo.
De todo hay en la Viña del Señor, como dice el refrán. Pero no creo que halla nada que pueda explicar el caso de Raquelita.
¡Era una niña tan hermosa! Rubia y alta, tenía el porte de una reina. Cuando los Domingos paseaba por la plaza del pueblo, a la salida de misa, las amigas que la acompañaban parecían meras damas de honor en torno a una soberana.
Enmudecían los hombres a su paso y un vientecillo de anhelo y de ensoñación erótica parecía estremecerlos. Luego se quedaban silenciosos, como aturdidos por aquella imagen arrebatadora, por aquella representación cabal de La Belleza en toda su perfección divina, que pasaba junto a ellos, inalcansable.
Raquelita tenía una nana que la había criado. Vieja campesina, conocedora de hierbas misteriosas. Algunas curaban males y otras los provocaban.
Toda su sabiduría de "meica" se la traspasó a la niña.
Ambas gozaban probando sus efectos. Había una yerba que mezclada con las hojas de té, provocaba verdaderos maremotos intestinales en quienes la ingerían.
Raquelita invitaba a sus amigas a una inocente merienda y al otro día, las pobres incautas casi se iban por las cañerías del sanitario. Quedaban deshidratadas y laxas como si las hubieran estrujado con un rodillo.
Esa noche, la vieja y su niña se desternillaban de risa en la cocina sin que la madre de Raquelita sospechara por qué. Ni se preocupara mucho tampoco, inmersa en sus propias diversiones.
Existía otra yerba secreta que mataba de a poco, sin dejar huella.
El día antes de su boda,la nana se la regaló en una bolsita de terciopelo,atada con una cinta azul.
-Por si acaso,niña, la llegara a necesitar.Total, una nunca sabe....
Raquel se casó con un hombre joven y apuesto, dueño de vastas tierras y de cientos de cabezas de ganado.
El día de su boda, el pueblo entero se agolpó en la Iglesia. Y los que no cupieron, esperaron en la plaza, para ver la salida de la novia.
Salió del brazo del marido, rubia y marfileña, aureolada de azahares.Todos lanzaron un ¡Ah! de asombro y recogimiento. No habría sido mucho más grande la conmoción si hubieran visto salir a Nuestra Señora, llevando en sus brazos al Niño...
Pero ningun niño, por cierto, llegó a alegrar el hogar de Raquelita.
Su marido, a los pocos meses, empezó a pasar las noches con los amigos, jugando a las cartas y emborrachándose hasta el amanecer.
Nadie se explicaba cómo podía abandonar así a su bella esposa ni tampoco por qué había cambiado su modo de ser de hombre serio y trabajador a disipado y embrutecido.
Cuchicheaban las viejas, murmuraban los hombres, pero todo parecía destinado a quedar oculto entre las paredes del dormitorio nupcial.
Raquelita continuó yendo a misa todos los Domingo, sola y majestuosa, vestida de oscuro y con el cabello rubio cubierto por una mantilla de encajes.
El cura la invitó al confesionario, por si había alguna inquietud en su corazón que quisiera desahogar. Pero ella sonrió con dulzura y negó con la cabeza.
-Otro día,Padre. Ahora voy apurada.
Su marido montaba a caballo y salía a recorrer sus tierras, cuando estaba sobrio. Su rostro enrojecido, sus facciones embotadas habían dejado sólo en el recuerdo la apostura que luciera en su juventud.
Un día se empecinó en montar ebrio, aunque el capatáz trató de disuadirlo. Y así fué como el caballo, espoleado con crueldad, arrojó a su jinete contra una cerca.
Quedó inconsciente y los peones lo llevaron en una camilla improvisada hasta la casa patronal.
Raquelita lo miró llegar serena, sin hacer un gesto. Luego dió órdenes de que le prepararan la cama y mandó llamar al único médico del pueblo.
A todo ésto, Armando, que así se llamaba el herido, había recuperado la conciencia y sólo se quejaba, rabioso, de dolores musculares.
El médico ordenó reposo por una semana.
Raquelita no se despegaba de su lado, arreglándole los almohadones y sirviéndole las comidas.
Sobre todo, se preocupaba ella misma de prepararle un té de hierbas recomendado por su nana. Infalibles según parecía, para curar todos los males.
Sin embargo, con el paso de los días, el enfermo parecía empeorar.Cuando se desesperaba al notar que no recuperaba sus fuerzas, llegaba Raquelita , solícita, con un té recién preparado y le decía:
-Esto te curará, Armando. Es cosa de paciencia....
El médico no se explicaba el paulatino decaimiento del enfermo.Tan fuerte que había sido, tan vital, y ahora se veía consumido, como si un mal interno lo estuviera minando. El anciano doctor lo atribuía a una conmoción de sus víceras, por efecto de la caída y se atrevió a insinuar un traslado al Hospital de la ciudad cercana.
Pero Raquelita movió la cabeza con escepticismo. Los remedios naturales eran los mejores...
Y se esforzaba por deslizar entre sus labios resecos, una cucharadita de aquel té milagroso.
-Es cosa de paciencia-le repetía.
Se lo repitió hasta dos días antes del funeral.
Al volver del cementerio, sacó del fondo de un cajón de la cómoda la bolsita de terciopelo.Sonrió satisfecha al ver que aún quedaba la mitad de la hierba.
La amarró firmemente con la cinta azul y volvió a esconderla entre sus ropas.
-Total,una nunca sabe.

1 comentario:

  1. ¡Qué peligro tienes, Lillian...! jaja Algunas de tus protagonistas son malas, malas, malas. ¡Cuántos casos de estos se habrán dado a lo largo de la historia! De hecho, la mayoría de los asesinatos por venenos, están realizados por mujeres. ¡Y vaya cosas le enseña la nana a la jovencita...! Aunque menuda elementa la tal Raquelita.
    José

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