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martes, 24 de enero de 2012

EL MANIQUI.

En la mitad de Enero declinó el calor y vinieron días más suaves. Una fresca brisa soplaba por las tardes, meciendo el follaje esplendoroso de los árboles.
Una mañana amaneció nublado y al atardecer el cielo se cubrió sorpresivamente de nubarrones como grandes flores de color púrpura.
Poco rato después, llovía.
Mariela se asomó al balcón y vió a los transeuntes caminar apresurados en busca de refugio.No se veían paraguas, porque esa lluvia inesperada los había sorprendido a todos.
Ella abrió el suyo con placer,rojo como una amapola, y salió a dar un paseo por las calles mojadas.
Parado frente a una vidriera vió a un joven rubio cuyo pelo, oscurecido por el agua, se pegaba en largos mechones sobre su frente.Llevaba un traje color pizarra y una corbata marrón que a esas alturas, parecía un guiñapo empapado colgando sobre su camisa.
El no reparaba en la lluvia que ya formaba una poza alrededor de sus zapatos.Permanecía inmóvil con la vista fija en la vitrina de la tienda.Su concentración era desesperada, como si lo que hubiera ahí dentro fuera la razón de su vida y quizás también la de su muerte.
Intrigada,Mariela siguió la dirección de sus ojos.Se trataba de una tienda de alta costura y,trás el cristal, en medio de un decorado de cortinajes, había un solo maniquí. Era una hermosa mujer de pelo oscuro, vestida con un traje de fiesta color rubí. En su rostro habían dibujado unos labios rojos que se abrían en una dulce sonrisa y sus ojos de cristal, sombreados por largas pestañas, parecían devolver la mirada del hombre.
Mariela se acercó más a él y vió que por sus mejillas rodaban lágrimas que se mezclaban con la lluvia.
Miraba al maniquí con desolada tristeza y a ratos, sus manos empuñadas se tendían hacia el vidrio,como en un gesto de súplica.
Mariela le tocó suavemente el brazo y le dijo:
-Se está mojando mucho. ¿No quiere refugiarse bajo mi paraguas?
El la miró un momento, como ausente, pero apartó la vista en seguida para volver a fijarla en el hermoso maniquí.
-¡No puedo irme!- respondió sin mirar a Mariela-¡No puedo dejarla sola! Yo sé que ella me ve.
Mariela pensó que era un loco, pero su cara tan hermosa y tan triste la mantenía subyugada.
-¿Está enamorado de ella?-le preguntó,cayendo a medias en su juego de locura.
-¡Es mi esposa!- gimió él-¡Es Flavia!
-Vino a trabajar hace un mes en esta tienda-continuó con voz ronca-La contrataron para que modelara los vestidos frente a las clientas adineradas.Al principio todo iba bién.Varias veces al día se cambiaba de traje y desfilaba por el salón, con aquella gracia y aquella elegancia que la hacían incomparable. Le pagaban bién y el dueño estaba encantado con ella.
-Eso me decía-continuó-Volvía cansada pero contenta. ¡Flavia, mi hermosa amada! Pero, un día no volvió....
Al anochecer fuí a buscarla y se burlaron de mí. Me dijeron que no la conocían, que nunca había trabajado en esa tienda. ¡Me hicieron salir con el guardia!
Pero al mirar la vitrina, la ví.Estaba ahí, inmóvil entre cortinajes de plata, modelando un vestido azul.
¡La habían trasformado en una muñeca de yeso!
Golpeé el vidrio,llamándola desesperado. Sus ojos se fijaban en mí, como pidiéndome ayuda.
¡Ella me veía y me escuchaba, pero no podía moverse!
Me echaron por la fuerza,llamándome loco,desquiciado y no sé cuántas cosas más.
Desde entonces,vengo todos los días a verla. Cada semana lleva un vestido distinto. Ayer estaba vestida de verde. Parecía una ninfa del bosque ataviada con musgo. Hoy va de rojo, como el color de sus labios. Ella me sonríe, usted lo nota ¿verdad? Trata de alentarme, para que no sufra tanto...
Continuó en su incansable delirio:
-¡No sé qué hicieron con ella! No sé qué hechizo emplearon para transformarla en una muñeca. ¡Pero a mí no me engañan! Apenas me ven llegar, sale el guardia y se para en la puerta a vigilarme. Ahora no ha venido, a causa de la lluvia y me han dejado que la mire en paz.
-¡Flavia!-suspiró. Pareció que el corazón se le escapaba en ese suspiro y apoyó su mano sobre el vidrio como si quisiera tocarla.
Mariela habría jurado que los ojos de cristal se clavaban en él, llenos de lágrimas.
¡Pero no! ¡Era una ilusión! ¿Estaba cayendo ella también en la loca fantasía?
Con una mirada de compasión se alejó del jóven, que ni siquiera notó que ella se marchaba.
Desde lejos lo miró,aún inmóvil frente a la vitrina. Mientras, de a poco iba dejando de llover y y en el cielo despejado aparecían las primeras estrellas.

1 comentario:

  1. Lillian, me he quedado con ganas de más leyendo este cuento. Más que para un relato la historia podría dar para una novela. El cuento tiende hacia el lado sentimental de los sucesos, sin entrar en el apartado del terror, que se adivina detrás de aquella vitrina.
    Por la trama, es inevitable acordarse de ciertas películas, donde las maniquís cobraban vida o bien mujeres pasaban a convertirse en muñecas de "cera".
    Y bueno, al pobre hombre no le creyó la policía ni Mariela, que al marcharse opta por considerarlo una especie de loco. Supongo que si el cuento fuera más extenso, se hubiera aliado con él para descubrir el enigmático asunto de la tienda.
    Saludos

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