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lunes, 9 de enero de 2012

LA QUIMICA DEL AMOR.

Ese día teníamos Prueba de Química y yo no había estudiado. Así es que empecé a toser patéticamente y entré a la cocina en piyama y con cara de zombi.
-Me duele la garganta y creo que moriré-anuncié con voz de profecía maya.
Mi mamá, dulce madre ingenua, me tocó la frente y opinó que tenía fiebre. Me devolvió a la cama, me llenó el guatero y me preparó un té con jugo de limón.
-No se destape-me ordenó mientras se alejaba.
Pero yo me levanté y fui a mirar por la ventana.
¡Qué triste día invernal! El cielo estaba pálido como si se fuera a desmayar y los árboles de la calle tiritaban, arropados en la niebla.
En la esquina vi un bulto esperando locomoción. Una súbita disminución de la niebla hizo que su anónimo desdibujamiento diera paso a una nitidez arrebatadora. Era un muchacho de pelo alborotado y barbita insinuada como un almácigo bajo su labio inferior.
Me quedé muda contemplándolo. Al parecer, esperaba un bus con la ingenuidad de quién espera la segunda venida de Cristo. O sea, inútilmente y envuelto en un halo de santidad.
-¡Qué  lindo!-exclamé.
Pero escuché  los pasos de mi madre y me vi obligada a acostarme y asumir cara de gripe aviar.
Cuando volví a la ventana, él ya no estaba.
-¡Mísero sueño de amor, qué poco duraste!
Me abracé al guatero, que con su tibieza le devolvió la vida a mi entumido corazón.
Al otro día, cuando llegué al colegio, Javiera comentó:
-Tienes cara de marraqueta cruda.
Yo, como perdida en un mágico sueño respondí:
-Es que estoy enamorada.
-Acido nítrico más sulfato de sodio-opinó Francisca, que se preparaba para dar prueba oral.
-¿Y de quién, si puede saberse?
-Eso es lo malo. No puede saberse porque yo misma no sé quién es.
-¿Y no podrías averiguarlo?
_No tengo cómo. . . -suspiré resignada,  pero dichosa de acaparar su atención, sintiéndome ya una heroína de novela.
-¡Sulfato cúprico! ¡Eso es!-exclamó Francisca, como quién acaba de descubrir una verdad irrefutable.
Días después, caminaba por la Plaza acompañada de un ex-interés amoroso llamado Patricio. El chupaba un botón desprendido de su sweter y contaminaba el ambiente con gases de melancolía.
De pronto, alguien pasó a nuestro lado y lo saludó.
-¡Era él! ( ¿Como que cuál "él"? ¡El de la barbita en el paradero de buses, atinen!)
Con fingida indiferencia para no despertar suspicacias le pregunté a Patricio:
-¿Quién es ese chiquillo?
-¡Ah! Un antiguo compañero del Grange.
-¿Y cómo se llama?
-Jovino, pero no sé por qué te interesa. -observó receloso.
-¡Ah, no! Es porque se parece a un amigo mío, Jovino Barros.
-No, este es Jovino Nolasco-contestó Patricio y de pura frustración, se tragó el botón  que estaba chupando, al darse cuenta de con qué poco esfuerzo le había sacado el apellido de mi nuevo amor.
Salí corriendo a estampar en mi diario aquel nombre venerado y olvidé despedirme de Patricio.
Me dí vuelta a tiempo para hacerle un gesto de adiós. Estaba parado donde mismo, con aspecto taciturno,  dando vueltas el cigarrillo en su boca como si quisiera atornillárselo en las amígdalas.
Días después, en el colegio, Javiera copiaba en la pizarra unas fórmulas de química, cuando yo, en un súbito arranque de amor, escribí con letras de molde:
JOVINO NOLASCO.
-¡Bah! ¿Y quién escribió eso?-preguntó Mónica.
-Yo. -respondí desafiante-¿Tienes alguna objeción al respecto?
-No. Es que ese tipo es primo mío.
Crucé corriendo la sala y caí sobre ella como un alud de huesos.
-¡Cuéntame! ¡Cuéntame de él, por favor!
-Bueno, y si no lo conoces ¿por qué escribiste su nombre?
-Es un asunto de Amor incógnito- respondí suspirando.
-Mira, estudia Ingeniería civil y creo que vive en Las Gualtatas. Más datos en el Guía Telefónico-terminó con desdén y me volvió la espalda.
Esos datos fueron eficientes como bomba molotov para desatar el incendio de mi pasión. Lo único que necesitaba ahora era elaborar un plan para acercarme al corazón de Jovino.
En esos días se iba a celebrar un baile pro fondos del viaje de estudios y decidí enviarle una invitación.
En el guía comprobamos la dirección por el nombre de su papá, el mismo de su idolatrable hijo. Desconfiando de la eficacia del Correo, le pedí a Javiera que me acompañara a dejarla personalmente.
Avanzamos cautelosas hasta la casa y la notamos desierta.
-¿Estás segura de que es aquí?
-Bueno, la dirección coincide.
-Pero se ve tétrico. Parece una casa en la que se cometió un crimen-fantaseó Javiera, que era loca por las novelas de Sherlock Holmes.
-Está oscura porque salieron y punto-respondí yo,  enojada.
-No, si aquí hay señas de una ausencia prolongada. ¡Mira la sequedad del pasto! Escaparon después de cometer el asesinato. ¡No sería raro que el cadáver de Jovino esté escondido en un closet, agusanado como un queso holandés!
Hice caso omiso de las elucubraciones de Javiera y deslicé la invitación por entre los barrotes de la reja.
Iba, naturalmente, dirigida a él, con una nota en la que firmaba Ligia, que así es como me llamo, para que sepan. En ella le ponía con letras de imprenta: "Se encarece su presencia".
Me separé de Javiera y me dirigí a mi casa, en medio del anochecer invernal. Un nudo de ansiedad me apretaba la garganta.
¿Qué pensaría él al ver la invitación? ¿Sentiría curiosidad por conocerme?
Tenía muchas dudas,  pero al menos estaba segura de que haberlo intentado era mejor que quedarme sentada esperando que el Destino hiciera algo por mí.
Anocheció y la luna apareció pálida como si hubiera recibido una mala noticia. Tal vez un telegrama relativo a algún Agujero Negro, de esos que se tragan a las estrellitas ingenuas.
Apresuré el paso y ya en mi dormitorio, me tiré sobre la cama a estudiar química, para evitar preguntas indiscretas.
¡Por fin llegó el ansiado Sábado en que se realizaría la fiesta!
Desde temprano preparé una máscara de belleza con los ingredientes que usaba mi hermana mayor. (Aparentemente, eran efectivos, porque ya estaba de novia. )Les agregué miel, como ella hacía y los puse a entibiar en el horno micro ondas. Salió un repugnante olor a consomé de pulgas, pero con valor lo apliqué sobre mi cara.
No borraba las pecas, eso era mucho pedir, pero me dejó el cutis terso y resplandeciente.
Me embadurné las pestañas con máscara negro azabache y mis ojos quedaron misteriosos y oscuros como los Diálogos de Platón.
Llegó a buscarme Javiera, envuelta en un perfume denso, capaz de anestesiar a un hipopótamo. Su papá nos llevó en auto y dijo con voz severa:
-¡A la una y treinta llegaré a buscarlas! Y no quiero escuchar protestas. . .
Javiera acató en silencio las admoniciones de su papá, mientras yo, presa de un ataque de nervios, le daba mordiscos a  mi cartera.
Al  llegar nos topamos con Mónica, que advirtiendo mi estado febril me preguntó:
-Y a ti ¿qué te pasa?
-Estoy nerviosa, porque hoy es el Día D. El día de mi invasión al corazón de Jovino.
-¿Cómo? ¿Qué va a venir?
-¡Claro! Si le eché una invitación por los barrotes de la reja.
-¡Ay!-exclamó Mónica con voz culposa-Es que olvidé decirte que Jovino se cambió de casa hace un par de semanas.
Al ver mi cara apenada, se compadeció y me dijo: No te preocupes, puedo conseguirte su número de celular.
Hizo un par de llamadas y luego se acercó a mí triunfante, con un papelito en la mano.
Lo llamé.  ¡Sí! Y contestó.  ¡Sí! Y fue a la fiesta ¡Sí!
 (Pero lo demás fueron puros ¡No! como se verá más adelante. )
Cuando me confirmó que venía, de la emoción le di un mordisco a un cojín y quedé con la boca llena de plumas. Javiera me llevó al baño y para calmarme, me dio tres vasos de agua y dos puntapié en las canillas.
Al rato me avisaron de que alguien en la puerta preguntaba por Ligia.
Tragué saliva y me dirigí hacia allá, cimbreante como una palmera hawaiana.
-Yo soy Ligia-le informé, extendiéndole la mano con gesto cinematográfico.
Y nos quedamos en silencio, mirándonos, sin saber qué decir.
Alguien me tocó el hombro  para invitarme a bailar y cuando me volví hacia Jovino, había desaparecido.
Al rato nos cruzamos en la pista. El apretaba ferozmente a una rubia como si quisiera arrancarle algún secreto. Me sonrió distraído y siguió bailando.
Comprendí que no había química entre los dos. El corazón de Jovino era indisoluble en el ácido corrosivo de mi amor.
Bailé y bailé durante horas, mirándolo a él de lejos, siempre pegado a la rubia, que brillaba como un tubo de neón. Cuando lo vi invitarla al buffet, comprendí que estaba todo perdido. Hombre que gasta plata en una mujer  es que está sinceramente interesado.
Casi me alegré cuando apareció el papá de Javiera a buscarnos.
Me sentía cansada y triste. Sólo quería estar en mi cama, abrazada a mi guatero, llorando mi decepción.
Con la postrera esperanza de que me pidiera mi número de teléfono o mi mail, me despedí de Jovino tres veces, pero creo que él, a causa del tumulto o de la rubia, ni siquiera se dio cuenta de mi partida.

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