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lunes, 14 de enero de 2013

UNA VOZ EN LA NOCHE.

Me había acostado hacía rato cuando sonó el teléfono.
Una voz de hombre, ronca y como velada por la ansiedad, me preguntó:
-¿Marita?
-Lo siento, equivocado.
Al rato, volvió a sonar.
-¡Marita! No me cortes. ¡Escucha!
-Por favor, ya le dije que está equivocado. Es un poco tarde para molestar ¿no cree?
Apagué la luz del velador y traté de dormirme, ordenando mi agenda mental para el día siguiente.
Desde mi ruptura con Antonio, tomaba somníferos. Y aunque el dolor de su ausencia había menguado, aún me costaba conciliar el sueño.
Estuve un par de días fuera, en casa de mi hermana, y por supuesto, me olvidé de los llamados nocturnos.
Por eso, me sorprendió tanto que ya muy tarde, volviera a sonar el teléfono.
-¡Marita! Soy Pablo. Te estuve llamando. ¿Por qué no contestabas?
Me dio pena esa voz tan triste, que vagaba en la noche, buscando inútilmente a alguien a quién no podía hallar.
Con paciencia, le contesté:
-Lo siento, Pablo, de veras lo siento. Yo no soy Marita.
-¡No trates de engañarme!  Te reconozco la voz. Sé que no quieres hablar conmigo, pero necesito explicarte...
Y así, los llamados siguieron noche a noche.
Reconozco que me servían de distracción, en medio de mi insomnio.
Al final, ya no le cortaba el teléfono. Lo dejaba que hablara y que suplicara perdón por desconocidos agravios.
Y dejé de repetirle que yo no era Marita...
-¡Tú sabes que era a ti a quién de verdad quería! Dime que me crees, por favor...
¿Quién sería en realidad esa mujer, a todas luces abandonada por este tipo infiel?
Al día siguiente, le pregunté al portero quienes habían ocupado el departamento antes que yo.
Me dijo que una señora viuda que había fallecido y que luego estuvo desocupado durante varios meses.
¿Lo habría habitado en ese lapso de tiempo un fantasma llamado Marita?
¿Y era el espectro de su amante culpable el que la llamaba desde el más allá, suplicando que lo perdonara?
Cualquier fantasía me resultaba bienvenida, a la hora de explicar el misterio de los llamados.
Una noche, Pablo me llamó más tarde de lo acostumbrado y con voz urgente, me pidió que nos juntáramos.
-¡Es preciso que te vea, Marita! Por teléfono es imposible que nos podamos entender. Te esperaré mañana a las cinco, en el café frente a la Plaza X.
Y cortó antes de que pudiera negarme.
Estuve todo el día pensando en eso.
Sentía curiosidad y pena por él, porque había terminado por convencerme de que era sincero.
Pero había algo más fuerte que esas consideraciones.
Me daba cuenta de que, de tanto aceptar que era Marita, en esas largas conversaciones de trasnoche, había terminado por identificarme con ella.
Aunque fuera un fantasma.
Porque, a fin de cuentas, desde mi ruptura con Antonio, iba por la vida en calidad de espectro.
Sea cual fuera el motivo que me impulsó a ir esa tarde al café, era una fuerza incontrolable que encaminó mis pasos hacia allá, sin que ningún razonamiento pudiera detenerme.
A través de la vidriera, espié el interior del local y al principio, me pareció vacío.
Empujé la puerta y entonces lo vi.
Sentado frente a una taza de café estaba Antonio, el infiel que hacía un año me había roto el corazón con sus mentiras.
Al principio, creí que era una portentosa casualidad. Que segundos después entraría Pablo...
Pero, al ver su sonrisa irónica, comprendí la verdad.
Indignada, me paré frente a él y no atiné a otra cosa que a reprocharle, absurdamente:
- ¡Tú no eres Pablo!
-¿Y qué?-me respondió burlón- ¡Tú tampoco eres Marita!
Roja de vergüenza y de furia, le volví la espalda y me alejé de él, sorteando las mesas.
Pero, antes de que llegara a la puerta, dos férreos brazos me atenazaron por detrás, impidiéndome todo movimiento.
Al principio, me debatí, rabiosa, pero él no cedió en la fuerza de su abrazo.
Poco a poco, me fui quedando quieta, envuelta en aquella tibieza tan añorada...
Oprimí mi cabeza contra su pecho y sentí que su mano me acariciaba el pelo de la nuca, en esa caricia tan conocida, que precedía al beso...
Y sentí que mi corazón aleteaba entre angustiado y jubiloso, como una abeja que  embriagada, se ahoga en su propia miel.

2 comentarios:

  1. Aunque la primera impresión da a entender una reconciliación entre los personajes, me he fijado en ciertos detalles que apuntan hacia otra dirección, por más que la mujer ande desesperada de cariño. Pobre "abejita", sí, jaja.
    Saludos.

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  2. Dice María Teresa Hernández, de Venezuela:
    Te sigo leyendo y es muy de mi agrado. Por lo que ví en tus últimos cuentos, andas muy inspirada. Me encantó el de Marita...¡Qué ocurrencia!

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