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viernes, 4 de marzo de 2011

MAR DE LÁGRIMAS. Cuento

Decidí  ir en un viaje corto a la playa, a visitar a mi cuñado, que está viudo hace años y vive  solo con sus libros, en una casita cerca del mar.
Ni siquiera sabía donde iba a alojar, pero al descender del bus, alguien me puso en la mano una tarjeta con la dirección de una residencial. ¡Qué alivio! Primer escollo superado.
Me dieron una pieza con baño y se almorzaba en el patio, bajo un toldo de colores.
Me sentía feliz, sobre todo al escuchar, llegándome desde lejos, el fragor del mar, tantas veces añorado.
A las cuatro partí a la casa de Carlos, que se encontraba un poco apartada, atravesando el pueblo. Lo encontré viejo y triste, como todos los viudos que no se recuperan. Ya era muy tarde para buscar otro amor y sólo le quedaba ir alimentándose de la nostalgia, masticando pedacitos de recuerdo y haciéndolos durar en la boca como hacen los niños con los caramelos.
Estuvimos conversando en la penumbra de su living, hasta que cayó la tarde y el crepúsculo se ahogó en el mar.
Le pedí que me acompañara al otro día a la playa, pero no quiso.
-Estoy muy viejo y me duelen los pies-dijo con melancolía, y antes de que me fuera, me llevó a ver su jardín.
Había unas preciosas matas de gladiolos, con flores que simulaban llamas. Esas plantas tenían una bonita historia.
Meses atrás, él había admirado los gladiolos del jardín de un vecino. Y una mañana, muy temprano, mientras Carlos dormía, ese señor vino despacito con sus herramientas de jardinero y le plantó un macizo de esas flores en la puerta de su jardín.
¿Alguien haría algo así aquí en Santiago, en que todo es indiferencia y cemento, que parece que tuviéramos encementado hasta el corazón?
Al otro día fui a la playa sola.  ¡Qué glorioso encuentro entre el mar y yo!
El sol atravesaba con mil flechas de oro las esmeraldas del agua. Volaban gaviotas y a lo lejos un barco atravesaba el horizonte, quizás con qué destino desconocido y exótico.
Esa tarde volví a Santiago. Ya no me quedaba nada por hacer.
Carlos me había contagiado una parte de su melancolía y cuando el bus dobló por un recodo y el último destello esmeralda desapareció tras los cerros, sentí que un poco de esa agua salobre se me había metido en el corazón.

1 comentario:

  1. Lograste traer a nosotros la atmósfera del mar y del verano. Y también la tristeza de ese "mar de lágrimas". Bien.

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