Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 8 de abril de 2013

UN PAQUETE DE CARTAS.

Rufino estaba aburrido de ser cartero.
Había empezado a los dieciocho años y era increíble como habían cambiado las cosas en tan poco tiempo.
Caminaba el mismo número de cuadras, bajo un sol abrasador o una lluvia gélida, pero cada vez tenía menos cartas que repartir.
Y ahora eran puras cuentas o folletos de propaganda, de esos que se botan sin leer.
Ya la gente ni le abría la puerta cuando él se anunciaba con su característico campanilleo doble.
¡En cambio, antes!  ¡Con qué ansiedad esperaban su llegada y cómo apretaban contra su corazón la carta del novio o del hijo, que escribía desde el extranjero!
El correo electrónico y los teléfonos celulares. Esos eran los asesinos del romanticismo.
Se le dijo la señorita Mariana, una soltera bastante madura ya, que siempre abría la puerta para recibir los folletos.
Rufino pensaba que la pobre no tenía a nadie con quién hablar y por soledad, salía a recibirlo, aunque no esperara carta de nadie.
Se lo confirmó ella misma, en su monólogo melancólico:
-¡Qué ganas!- suspiró- ¡Qué ganas de recibir una carta como las de antes, con varias páginas y y un sobre con estampillas! ¡Ya nadie escribe!  Y como yo no tengo correo electrónico, sencillamente no recibo noticias.  ¡Habiendo tanto medio de comunicación nuevo, cada día que pasa la gente está más sola!
Rufino, de puro sentimental y aburrido, decidió escribirle una carta. Darle una ilusión por qué vivir, a la pobre señorita Mariana.
¡Tan flaca y sin gracia!  ¡Y tan sin esperanzas de subirse al tren! Parada en el andén, mirando... Y con la boletería cerrada a esas alturas.
Recordando que ella le había contado sobre su juventud en Marchigüe, un pueblecito del sur, urdió un personaje del que a ella le resultaría difícil dudar.
Juan Pérez, un antiguo admirador, ahora radicado en la capital, que habiendo conseguido por azar su dirección, se decidía a escribirle...
Le resultó fácil, porque echó mano a un romanticismo algo cursi, sacado de las novelas que leía su hermana. Y cuando le fallaba la inspiración, le daba una mirada a las rimas de Bequer, y agarraba nuevos bríos.
La primera carta fue bien corta y respetuosa, como corresponde a un caballero cincuentón, que no quiere mostrarse confianzudo. O que no sabe todavía qué terreno pisa y espera la respuesta de ella, para ir de a poco abriéndole su corazón.  
Mariana la recibió con sorpresa, no exenta de temor.
¿Quién podía escribirle a ella?  ¿Y quién era ese remitente anodino, que no le recordaba a nadie?
Rufino le sonrió, alentador.
-¡Abriéndola saldrá de dudas, pues, señorita! ¿Cómo sabe si es un viejo amigo del que ya se olvidó?
A los pocos días, la vio parada en la puerta, esperando su llegada.
-¿No hay nada para mí?- preguntó, ansiosa y ruborizada.
Rufino supo que había dado en el clavo.
Se sintió apóstol de una nueva religión. De ahora en adelante, su misión en la vida era darle ilusiones a la señorita Mariana.
Por varias semanas, le escribió cartas románticas. Astutamente, se fue perfilando como un hombre tímido, que eludía un encuentro, por temor a decepcionarla.
"El paso de los años no ha sido del todo benévolo conmigo- decía-En cambio, seguro que usted sigue tan hermosa como siempre".
La entrega de la carta se trasformó en un rito semanal.
Mariana salía a la puerta, radiante.
Se había ondulado el pelo y teñido las incipientes canas. Sus mejillas sonrosadas por la excitación y sus ojos brillantes, le daban un aire de renovada juventud.
Pero Rufino empezó a dudar. ¿No estaría llevando las cosas demasiado lejos?
¿No se cansaría ella, y con razón, de aquella correspondencia platónica?  ¿Qué haría Rufino, si le proponía que se juntaran?
La verdad era que se estaba aburriendo del juego y no hallaba como terminarlo.
Si dejaba de escribirle de repente, rompería su corazón.
Por otra parte, podía ser que Mariana, desesperada, fuera a la dirección de remitente que le había dado y descubriera que era el modesto departamento que Rufino compartía con un amigo.
¿Qué hacer?
Ya no se sentía apóstol de nada y cada vez le daba más flojera escribir.
Además, la ruborizada emoción de la señorita Mariana, en lugar de conmoverlo, había terminado por parecerle ridícula.
Dejó pasar una semana sin escribirle.
Cuando ella extendió confiada su pobre mano, Rufino le entregó una cuenta y la propaganda de un Laboratorio Dental...
Ella se puso pálida y él fingió no darse cuenta de nada.
A la semana siguiente, se repitió la escena.
Esta vez, los ojos de Mariana se llenaron de lágrimas y, ahogando un sollozo, cerró la puerta de golpe.
Rufino comprendió la magnitud del estropicio que había originado.
Incapaz de seguir soportando el espectáculo de ese dolor, pidió en la Oficina de Correos, que le cambiaran el recorrido.
También se fue del departamento de su amigo y arrendó una pieza en una pensión de los suburbios.
Como un criminal, borró todas las huellas y se sumergió en el anonimato.
No alcanzó a gozar ni cuatro semanas de tranquilidad.
Una tarde, al llegar a la pensión, lo llamó la dueña, que estaba en el salón, leyendo el diario.
-¡Mire, Rufino! ¡Aquí sale algo curioso, que a usted, como cartero, le va a interesar!
Le señaló una noticia corta, en una esquina.
"Presunto suicidio"- decía- "A orillas del río se halló un abrigo y una cartera de mujer. También un par de zapatos, que, se presume, la víctima se quitó antes de adentrarse en la corriente. En el interior de la cartera no había documentos, solo un paquete de cartas amarradas con una cinta. El nombre de la destinataria hace suponer la identidad de la mujer. El cuerpo aun no ha sido encontrado".
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario