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lunes, 15 de abril de 2013

ALAS EN LA NOCHE.

Era casi media noche y la Estación del Metro estaba desierta.
Pablo se dejó caer en un asiento y se cubrió la cara con las manos.
Sentía que todo había terminado para él.
En el lapso de un día lo había perdido todo. Trabajo, familia, reputación.
Por ser jefe de una Sección importante en un Banco, había cargado con la responsabilidad de un desfalco, siendo inocente. O más bien, no. Era culpable. Por exceso de buena fe, por haber creído ingenuamente en la honradez de otros.
Pero, al menos tenía, en esa línea de tren, la posibilidad de acabar con todo.
Dentro de unos momentos, entraría un convoy en la estación y sólo necesitaría un segundo de valor, para arrojarse a los rieles.
De pronto, sintió que alguien se sentaba a su lado.
Era una niña vestida de blanco, con un largo pelo rubio que le caía por la espalda. En sus manos sostenía una pelota.
-¡Estás llorando!- le dijo, asombrada.
-¿Y tú?  ¡Qué haces aquí sola, a estas horas?
Ella no le respondió y con su mano, le limpió las lágrimas que caían por sus mejillas.
Se acomodó a su lado y lo miró de frente.
-Piensas que has perdido algo y que nunca lo vas a recuperar ¿verdad?  Por eso estás tan triste...Pero, no debes perder las esperanzas.
-¿Y qué puede saber de estas cosas una niñita como tú?
-¡Claro que sé! Porque el verano pasado, en la playa, el mar se llevó mi pelota.
-Vi como las olas la arrastraban cada vez más adentro y creí que nunca me la devolvería.
¡Qué malvado es el mar!- pensé- ¿Por qué me ha quitado mi único juguete, teniendo él tantas cosas con qué jugar? Los barcos, los peces, las gaviotas...
-Pero, mi mamá me dijo que no llorara más. Que todas las tardes iríamos a la playa, cuando subiera la marea, y que seguramente un día, las olas me traerían de vuelta mi pelota.
-Y un día la vi venir. Flotaba suavemente, acercándose. Al final, un golpe de espuma la depositó a mis pies.
-¡Aquí la tengo! ¿Ves?- le preguntó, apretando la pelota contra su pecho.
Pablo callaba.
-Ahora eres tú quién no debe llorar. ¡Vámonos de aquí!  ¡No mires más esos rieles!
Se volvió hacia ella asombrado, con las certeza de que la niña lo había adivinado todo.
Vio que su cara refulgía como la luz de una lámpara.  Y pensó que era un ángel y que Dios le había mandado para evitar que cometiera una locura.
Juntos salieron de la Estación.  
En la vereda, la niña quiso tomar su mano y la pelota se le escapó, rodando.
Corrió tras ella y se perdió en la noche.
Lo último que vio Pablo fue el lazo de su vestido, que se agitaba en la sombra, como las alas de un ángel que emprende el vuelo.

1 comentario:

  1. Vaya que si
    como afortunadamente hay seres que nos salvan d e tanta porquería de la vida...
    nos muestran una esperanza nueva , lo hacen tangible, tan auténtico , no estamos solos
    siempre hay un ángel que nos protege solo que a veces somos tan ciegos que nunca le reconocemos o pasmaos a su lado sin verlo realmente

    un abrazo!

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