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lunes, 8 de abril de 2013

LUCIA Y LA LLUVIA.

Lucía se demoró en conciliar el sueño, oyendo la lluvia golpear en la ventana.
Tenía miedo de esa lluvia incesante, pero más que el miedo, lo que la desvelaba era la ausencia de Juan.
Lo conocía desde hacía apenas una semana.
El había llegado al pueblo, manejando su camión, para comprar la cosecha de manzanas.
Se quedó por dos días en el hotel frente a la plaza, y todas las mañanas aparecía muy temprano en los huertos, para vigilar a los cosechadores.
Ella lo había visto el primer día, tendido en el pasto, a la orilla del río.
Mordisqueaba un tallo de hierba y miraba pasar las nubes, con los ojos levemente entornados.
Lucía estaba en la otra orilla, tejiendo una corona de margaritas, para la imagen de la Virgen.
Bajo un techo de madera, habían instalado una imagen de yeso de la Señora, en el cruce de tres caminos.
Así, los que pasaban, podían rezarle una jaculatoria y encomendarse a su protección.
Lucía lo miraba desde lejos y veía su cabello rubio lanzar destellos por entre los tallos de la alfalfa.
 El seguía tendido cara al cielo, pero algo en la tensión de su cuerpo indicaba que la había visto y que estaba consciente de su presencia.
A la tarde siguiente, lo vio de nuevo en la orilla del río.
Sin ponerse de acuerdo, empezaron a caminar en la misma dirección, separados por la corriente.
Cada tantos pasos, se miraban muy serios.
Ningún gesto, ninguna seña se intercambiaba entre ambos, pero sabían que iban juntos, uno al lado del otro, distanciados por la anchura del río.
Caminaron largo rato, hasta llegar al puente que unía las dos riberas.
Empezaron a cruzarlo al mismo tiempo y se encontraron en el medio.
Cuando estuvieron frente a frente, se miraron con intensidad.
-Me llamo Juan- dijo él.
-Yo soy Lucía.
Y comprendieron de golpe, en un solo estremecimiento de su piel y de su corazón, que estaban enamorados.
Pero, el que piensa que las cosas del Amor se dan fáciles, es que no ha amado todavía.
Juan le dijo que se iba al día siguiente, a continuar su recorrido por la zona. Su trabajo era ir por los pueblos, comprando la cosecha de manzanas. Y debía apurarse, porque unas nubes bajas y algodonosas presagiaban una lluvia temprana.
Ella lo miró con sus dulces ojos llenos de preguntas y aunque no formuló ninguna, él las respondió todas, diciendo que sí.
¡Sí, sí!  Y que volvería.
Era todo lo que ella necesitaba escuchar.
Al día siguiente se descargó la lluvia y borró con una cortina densa los contornos del paisaje.
El abuelo de Lucía había partido hacía una semana a la capital, a ver un negocio, y ella estaba sola en la casa, con su perro "Capachito".
Lo había bautizado así cuando lo encontró, porque llevaba en el hocico un pequeño canasto de mimbre. Dentro había una llave, pero nunca supo qué puerta abriría.
Era un perro blanco y lanudo, pero estaba sucio y con espinas adheridas al pelaje. ¡Quizás cuantos días llevaba perdido!
    Al amanecer, seguía lloviendo y en Lucía se acrecentaba el miedo.
 La tarde anterior había notado como el río se desbordaba y el agua empezaba a entrar en el patio trasero.
Con la luz del día, la despertó un sonido diferente. Era el agua ya estaba en su dormitorio.
Sus zapatitos flotaba indecisos, como no sabiendo si quedarse o salir a navegar por el mundo.
Se vistió rápidamente y fue a la cocina a buscar una botella de agua y un pedazo de pan.
Luego tomó en brazos al perro, que gemía suavemente, y por el altillo, se deslizo hasta el tejado.
Un inmenso desierto de agua rodeaba la casa y era evidente que el río seguía subiendo.
No sabía qué hora era, pero un suave resplandor perlecente se insinuaba detrás de los cerros.
Apretó a Capachito contra su corazón y le dijo, más que todo por reconfortarse a sí misma:
-¡No te asustes!  Pronto amanecerá y vendrán a rescatarnos.
Vieron escombros de casas flotando  en la corriente y una cerda que acababa de parir, pasó sobre una tabla, amamantando a sus cerditos.
Estuvieron todo el día sobre el tejado, esperando.
Lucía le dio agua al perro y juntos mordisquearon un pedazo de pan.
Al atardecer, el cielo se quitó su manto de nubarrones, como enormes flores de color púrpura, y aparecieron las estrellas.
Llegó la noche, serena y límpida. y una luna grande, como una moneda de oro, rodó sobre las aguas.
Lucía vio venir un enorme barco blanco lleno de gente. Traía muchas luces y música y las personas que estaba en la borda, le hacían señas.
Cuando entre ellos divisó a sus padres, que hacía tiempo que habían muerto, comprendió que se había quedado dormida.
Capachito había puesto la cabeza en su regazo y se quejaba suavemente, como si también estuviera soñando.
Al amanecer del segundo día, escuchó el rítmico sonido de unos remos.
Un bote se acercaba rápidamente, y ahora sí que no era un sueño.
Navegaba directamente hacia ella y cuando estuvo cerca, el hombre que remaba la llamó:
-¡Lucía!
Y ella vio que era Juan, que venía a buscarla.

2 comentarios:

  1. Hola, Lilly, no me olvido de tí, y tan pronto vuelva a circular te leo y comento.
    He estado unos días ausente y hoy vuelvo a publicar pues es un día especial para mí, me quedo unos días más y tan pronto me sea posible pasaré a leerte con tranquilidad para disfrutar de tu espacio.
    Te deseo una buena semana.
    Un abrazo.
    Ambar

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  2. un relato que nos habla de esas esperanzas que se cumplen...no siempre es así
    pero que existe claro que si...
    saludos siempre!

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