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martes, 28 de mayo de 2013

ALICIA.

Alicia estaba lavando las verduras en el chorro de agua helada que brotaba del caño.
Esa mañana no se había atrevido a pedirle a Roberto que le dejara algo de dinero, cuando salió apurado hacia el taller. Se había despedido de ella con un beso desabrido y se veía que iba pensando en otra cosa.
Así es que no podría salir de compras y tendría que preparar la cena con lo poco que quedaba en el refrigerador. Si en la noche, él reclamaba por la pobreza del guiso, entonces le diría todo lo que pensaba...
Apretó los dientes con rabia, mientras las manos se le iban poniendo rojas en el agua fría del lavaplatos.
Sonó el teléfono y estuvo tentada de no contestar. ¡Otra grabación, seguramente!  O una propaganda política, de las que abundaban últimamente...
Pero, al final se decidió a tomar el fono, aunque solo fuera porque el sonido de la campanilla le crispaba los nervios.
¡Era Elena!  ¡Elena Aránguiz, después de tanto tiempo!
-¡Nenita!  ¡Qué alegría! ¿Y cómo conseguiste mi número?
-¡Llamé a tu mamá, pues, tontita!  ¿De qué otra manera iba a ser?
Así es que Elena había hablado con su mamá... ¿Le habría dicho ella en qué barrio vivían?
¿Le habría contado cosas que Alicia prefería ocultar?
-¿Y conversaste mucho con mi mamá?
-No, casi nada. Se notaba que ella no se acordaba de mí.
Alicia se sintió aliviada y prorrumpió en un jubiloso torrente de recuerdos, de cuando ambas
 eran compañeras en el Liceo.
Elena se rió, contenta y le sugirió que se juntaran esa tarde a tomar un café.
Alicia aceptó, por supuesto, pero después de cortar, se quedó pensativa.
Miró sus manos ásperas, tocó su pelo mal cortado...Y se preguntó, como hacen todas las mujeres:  "  ¿Y qué me pongo?"
No quería que Elena adivinara su situación. ¡Y por ningún motivo le revelaría el modesto empleo que desempeñaba Roberto!  
Pasaba todo el día con la cabeza metida en los motores. Y aunque se duchaba al salir del taller, su pelo olía siempre a aceite quemado y a grasa.
Todas las tardes volvía de mal humor y quejándose de los abusos y las prepotencias del dueño...
Alicia miró dentro del closet y no vio ningún vestido presentable. Pero, con alivio, sus ojos tropezaron con el abrigo nuevo.
Lo descolgó y acarició la tela azul con deleite.
Roberto se había enojado cuando la vio llegar con el paquete.
-¿Y para qué quieres tanto lujo?-le preguntó, sarcástico- ¿Para ir a comprar al almacén de la esquina?
 ¡Pero, ahora se justificaba!  Porque se juntaría con Elena y podría demostrarla que ella no era la única a la que le había ido bien en la vida....
La vio de lejos, parada en la esquina en la cual habían acordado encontrarse.
Alta, rubia y con esa elegancia fingidamente descuidada, que sabía manejar con tanto aplomo.
¡Nena!  Una oleada de cariño sincero la envolvió con su tibieza... Y sintió aún más calor, en aquella tarde primaveral en que el abrigo ya no se justificaba.
Pero, se lo cerró más aún, sobre su vestido raído. Gotas de sudor aparecieron sobre su frente.
Elena la miró con curiosidad y Alicia notó que hacía una rápida inspección a la modestia de sus zapatos.
Pero, luego le sonrió con afecto y la guió hasta una lujosa confitería.
-¡Yo te invito, Alicia!  ¡Si fue mía la idea de juntarnos!
La tarde trascurrió muy rápido.
Alicia habló del éxito de Roberto en su trabajo. ¡Ahora era socio en el taller y ya no tenía que lidiar más con la grasa!  Solo dirigir el trabajo de los mecánicos, dando órdenes desde su escritorio.
Cuando se casaron eran pobres, pero ahora les iba muy bien. ¡Y estaban a un paso de tener casa propia!
Elena la miraba con una ternura llena de escepticismo y la dejaba hablar, sin interrumpirla.
Pero, los ojos se le iban sin querer a las manos ásperas de Alicia, que cerraban el abrigo azul hasta el cuello, para ocultar lo que había debajo....
De pronto, Alicia miró la hora en su reloj y se asustó.
Roberto llegaría del taller y se enfurecería si encontraba la casa a oscuras y la cena sin calentar.
Se levantó precipitadamente.
Habría querido prolongar un poco más el deleite de esas horas pasadas en el salón de té. Tan tibio y profusamente iluminado, muy distinto a la penumbra de veinticinco watt que la esperaba en su casa.
Se disculpó diciendo que había olvidado que tenían invitados a cenar. Roberto había encargado todo preparado en un elegante restaurant, para que ella no trabajara y pudiera divertirse como los demás...
-Pero, igual tengo que llegar a organizarlo todo ¿no crees?
Partió casi corriendo, seguida por la mirada compasiva de Elena.
Cruzó la calle sin mirar.
El semáforo cambió la luz y escuchó un frenazo y gritos.
¡Atropellaron a alguien! pensó. Pero no se detuvo. Solo veía ante sí la cara alterada de Roberto. Y el miedo a su enojo la empujaba hacia adelante, como una mano de hierro que presionara su espalda.
Miró su reloj y estupefacta, vio que el vidrio estaba quebrado y faltaba el minutero. Se había detenido en las seis y quizás qué ...
¿Cómo se había roto?  ¿En qué momento?
La sirena de la ambulancia pasó a su lado, bramando.
Se volvió a mirar y vio a un grupo de gente que rodeaban a alguien que yacía tendido bajo las ruedas de un autobús.
Era una mujer.
 Alicia pensó, sorprendida: Lleva un abrigo azul, igual al mío.
Pero no detuvo su carrera.
 Ni siquiera cuando notó que la tarde se había oscurecido de pronto y que una especie de niebla iba borrando los edificios.
Ni siquiera cuando descubrió que la vereda por la cual corría, no conducía a ninguna parte.

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