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miércoles, 15 de mayo de 2013

ALAS PARA EL AMOR.

Osvaldo se había muerto sin estar preparado para ello, como es natural que le pase a todos.
Pero, él tenía apenas veinte años y sentía que recién estaba atisbando el Futuro, por un resquicio de la puerta.
La Puerta de la Vida, quiero decir, esa que se nos empieza a abrir de a poco, en nuestra juventud y también de a poco se va cerrando a nuestras espaldas, a medida que el cuerpo se  nos marchita.
A Osvaldo se le cerró violentamente en la cara, una tarde de lluvia cuando resbaló frente a un bus del Trans-Santiago.
Al principio, todo se puso negro en torno a él y le pareció que sus huesos habían crujido, como hojarascas pisoteadas.
Escuchó gemir a alguien y luego descubrió que era él mismo, que llamaba despacito a su mamá.
Lo último que oyó fue la sirena de la ambulancia.
Luego lo envolvió una claridad y se encontró en una larga fila de gente que esperaba algo.
Pensó que, después de todo, no había muerto y que estaba haciendo cola para tomar el bus.
Pero, al llegar adelante, se encontró frente a un mesón, donde un viejecito de barba blanca le entregó una cartulina de color celeste.
Era un ticket para entrar al Cielo.
Y así fue como se vio muerto y trasformado en ángel, sin que le hubieran consultado su opinión.
Por supuesto, se rebeló ante tamaña injusticia.
Lo que más le dolía era haberse muerto sin alcanzar a amar.
Justo esa tarde fatal la había visto por primera vez.
Estaba en la acera opuesta, cargada de paquetes y la lluvia iba lentamente oscureciendo su pelo rubio.
Osvaldo quiso cruzar para ofrecerle su paraguas y en ese instante fue cuando se le acabó la vida.
Negándose a aceptarlo, elevó una solicitud en una oficina del Cielo, para que le permitiera regresar.
Le entregaron un formulario para que lo llenara. Vio que su número de postulación era el doscientos treinta y cinco millones, setecientos cuarenta y cuatro mil ochocientos noventa y ocho.
Como se puede apreciar, estar en el Cielo no era una cosa que entusiasmara a todos.
Muchos querían volver al sufrimiento de la Tierra, porque habían dejado algún lazo sin desatar o un amor sin llevar a cabo.
¿Cuánto tendría que esperar para que dieran curso a su petición?  Y lo más seguro era que la rechazarían.
Pensando así, decidió escaparse.
Una tarde de Sábado, en que la mayoría de los ángeles asistía a un campeonato de boleibol, Osvaldo fue de a poquito bajando de nube en nube, volando trechos cortos para disimular, hasta que llegó a la Tierra.
Escondió las alas en un matorral de un parque y notó que se encontraba en el mismo barrio en que la había visto a ella por primera vez.
Ahora era Primavera y el aire estaba impregnado de un aroma de flores que aceleraba los latidos del corazón.
Osvaldo tenía un poco maltrecho el suyo, desde aquel día aciago, pero no por eso dejó de sentir la belleza de los árboles florecidos.
En un banco del parque estaba ella, estudiando.
Temiendo que apareciera otro bus dispuesto a matarlo de nuevo, Osvaldo se apresuró a acercarse a hablarle.
Algo en la ansiedad de sus ojos o  la palidez de su cara, parecieron conmover a la niña.
Osvaldo traía el pelo empapado por la lluvia del día en que murió y toda su ropa olía a humedad.
-¿De dónde vienes, que estás tan mojado?- le preguntó Oriana, que era así como se llamaba ella.
-Me pilló un aguacero súbito, por allá- mintió él, señalando vagamente unos nubarrones oscuros, suspendidos sobre un pinar.
Y Oriana, con su pañuelito perfumado de violetas, le secó la frente y el mechón de pelo oscuro que le caía sobre los ojos.
Por supuesto que se enamoraron perdidamente.
¿Quién podría resistir el hechizo de la Primavera?
Pero, Osvaldo estaba inquieto.
Suponía que en el Cielo ya habrían descubierto su fuga y no tardarían en venir a buscarlo.
Días después, creyó ver a dos hombres altos, que lo seguían de lejos.
Ambos tenían una sospechosa joroba, que no podía ser otra cosa que las alas, escondidas bajo la chaqueta.
Y del borde de su sombrero, se escapaban súbitos destellos dorados, de la aureola que llevaban oculta.
Seguramente eran de la C.I.C.  Es decir, de la Central de Inteligencia Celestial. Era evidente que lo habían localizado y solo era cuestión de tiempo que lo detuvieran.
¿Por qué se demoraban?
Cuando Osvaldo estaba con Oriana, en el parque, los veía sentados en un banco cercano.
Ambos lo miraban fijamente y en sus ojos había una dura advertencia.
Pero, con el transcurso de los días, esa mirada se fue dulcificando, como si lo comprendieran y lo perdonaran.
Tal vez los perfumes del aire y el trino de los pájaros, los habían conmovido también.
Sin embargo, Osvaldo sabía que no podía prolongar aquel intermedio mágico ni abusar de la oportunidad que le brindaban los ángeles.
Había conocido el Amor y ahora estaba tranquilo.
Aceptaba su destino sin rebelarse, porque comprendía que eran los designios de Dios.
Así es que una tarde, abrazó a Oriana y le dijo que debía emprender un largo viaje. Pero, que estaba seguro de que algún día volverían a encontrarse.
Luego, se reunió con los dos ángeles que lo esperaban a la sombra de los pinos.
Juntos, se dirigieron al matorral donde Osvaldo había escondido sus alas.
Notó que los pájaros habían estado arrancándoles plumas para hacer sus nidos, pero no era tan grave el estropicio para que le impidiera volar.
Las sujetó sobre sus hombros y los tres se elevaron hacia el Cielo, sin pronunciar palabra.
Caía la noche y nadie los vio, porque el resplandor que los envolvía se confundió con el de las estrellas.  

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