Mientras Julio se arreglaba la corbata frente al espejo, veía tras de él a Nora, que lo miraba con tristeza.
Sus grandes ojos oscuros se destacaban en su cara pálida y consumida. El embarazo, en lugar de embellecerla le había hecho mal. Se quejaba de náuseas y dolores de espalda. Y su cuerpo deformado había llegado a provocarle rechazo.
Ahora estaba parada tras de él, mirándolo arreglarse para ir a la fiesta de la oficina. Se notaba que no quería que fuera, pero él, por nada del mundo renunciaría a ir. Porque allá estaría Inés, la nueva secretaria, de quién estaba enamorado.
No, enamorado no. Al contrario, la detestaba. La encontraba tonta y desvergonzada. Sin embargo, no podía apartar de su mente las curvas de su cuerpo ni su boca roja que parecía reclamar besos.
Y esa noche era la ocasión de estar cerca de ella, de sacarla a bailar y lograr, por fin, conquistar su atención.
-No vayas-dijo Nora de pronto. ¡No me dejes sola esta noche, por favor!
-Pero Nora, no puedo faltar. El Gerente toma muy en cuenta la asistencia de los empleados. Y esta noche va a anunciar algunos cambios buenos para mí.
Las lágrimas empezaron a correr silenciosas por las mejillas pálidas.
Julio sintió remordimientos y vergüenza por sus disculpas mentirosas. El quería a Nora. Al menos, sentía por ella ternura aunque el fuego de su pasión había durado muy poco.
Al verla llorar se sintió un canalla.
¡Está bien, me quedo!
Pero Nora, arrepentida de su debilidad, se sobrepuso. Sonrió entre lágrimas y lo obligó a ponerse el abrigo.
-No, Julio. No me hagas caso. Yo estaré bien. Te lo prometo.
Con alivio cerró la puerta a sus espaldas, antes de que ella se arrepintiera.
La vergüenza y los remordimientos se habían disipado antes de llegar a la esquina. Toda su mente estaba ocupada con la figura de Inés, con su boca roja invitadora.
Apresuró el paso rumbo al estacionamiento, ajustando el nudo de la corbata.
Así no más son las vicisitudes de la vida en pareja. Y uno cree que quedó atrás el tiempo en que las mujeres recibían al marido borracho o mandaba a algún hijo a buscarlo a la cantina; el tiempo en que la mujer estaba para criar hijos, cocinar y nunca decir que no; el tiempo en que porque era él el que trabajaba y ganaba plata en vez de cuidar la casa y los niños, era el que mandaba. No hay rey sin súbditos.
ResponderEliminarYa es malo que te sean infiel pero encima que le hagan a uno sentirse culpable para facilitar el camino del engaño... Yo no pienso que ese tipo de gente en realidad quiera a sus parejas de ninguna manera.
ResponderEliminarHablando de vida conyugal, aquí tenemos un caso de un yugo que nada bueno aporta.