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miércoles, 16 de febrero de 2011

ROSAS ROJAS PARA MONICA. Cuento

Fue un día Lunes cuando vimos llegar a Mónica con dos rosas rojas. También traía un pequeño florero y las puso sobre su escritorio. Todo en silencio pero con gestos que evidentemente perseguían llamar nuestra atención.  
Le dimos en el gusto, claro, porque le teníamos cariño.
-¡Qué lindas tus rosas!-le dijo Patricia-Se vé que te fue bien el fin de semana.
Ella se sonrojó y sonrió como si guardara un secreto demasiado precioso para ponerlo en palabras. Y aunque no dijo nada, se notó que estaba satisfecha por haber logrado impresionarnos.  
Llevaba casi un año en la Sección, y apenas la conocíamos. Una que otra frase trivial en el casino, pero su vida privada seguía siendo un misterio.
Tampoco vimos nunca a nadie llegar a buscarla a la salida o que recibiera algún llamado telefónico. Inclinada en su escritorio, su melenita descolorida le tapaba a medias la cara, siempre absorta en revisar alguna carpeta.
Pero ese Lunes había llegado cambiada. Algo le brillaba en la cara, como una luz que le brotara de adentro.
Nora comentó en el baño:
-La Mónica anda radiante, ni que se hubiera tragado una ampolleta.
Era evidente que el asunto tenía que ver con las rosas.
Lo primero que hacía al llegar era cambiarles el agua y revisaba cada pétalo, con temor de encontrarlo mustio.
Cuando sonaba el teléfono se sobresaltaba y aunque fingía no prestar atención, parecía decaer, incluso disminuir de tamaño cuando resultaba que el llamado era para otra. Y como de por sí era bajita, al final de la semana, con tantos llamados inútiles, apenas parecía sobresalir de su escritorio.
Se fue poniendo mustia de a poquito, igual que las dos rosas. Ya por el Miércoles, empezaron a caer los pétalos sobre sus carpetas. Les cambiaba el agua hasta dos veces al día, como si de la vida de las rosas dependiera una esperanza que a ojos vista se le iba marchitando también.
El Lunes siguiente anduve fuera casi todo el día, visitando unos clientes. Al caer la tarde, cuando volví, ya todas se habían ido.
En el papelero de Mónica ví tiradas las rosas rojas. Y recién me dí cuenta de lo irónico que era ver esas rosas marchitas en la basura, porque justo ese día era San Valentín.

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