Al principio te hablaba jubilosa. Sentía que de mi boca brotaban pájaros que volaban hasta tu cielo.
No sabía que los derribarías con flechas.
Una a una pisoteaste las flores de mi jardín. Te enfurecían sus tallos delicados y sus frágiles pétalos.
No volverán a brotar sobre la tierra yerma.
Hoy, guijarros resecos cubren mi corazón.
Y ya no te hablo.
Mis labios están soldados con el metal del silencio. Y entre tú y yo se alza un cerco de púas al que se aferran mis dedos sangrantes.
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