En el último tiempo he hecho algunas observaciones que me parecen dignas de interés.
Muchas personas creen que la amistad entre un hombre y una mujer es imposible, por la innegable atracción entre los sexos. Reconozco que esa atracción está siempre latente, pero no imposibilita la amistad.
Por el contrario, le agrega un leve y agradable sabor.
Imagínense un litro de agua pura. Si se le agrega una cucharadita de azúcar ¿Pierde por eso su transparencia? Sólo al paladearla con mucha atención, podremos distinguir el leve dulzor del azúcar agregado.
He ahí, para mí, la amistad entre sexos.
Pero, hay hombres que se sienten amenazados por las mujeres. Creen que una mujer, por el hecho de estar sola, se trasforma en una moderna Cirse, deseosa de atraerlos a su Isla, para seducirlos y convertirlos en cerdos. (Claro, hay algunos a los que les gusta el afrecho).
Ellos tratan primero de impresionarnos, como su ego lo exige. Pero, cuando creen sentir que lo han logrado, se asustan. Retroceden y empiezan a deslizar repetidamente en la conversación las palabras "mi familia", "mi esposa" y poco les falta para lanzarse a dar voces de alarma, como si una pirómana se aprestara a pegarles fuego a su casa.
Pero, no puedo negar que, personalmente, las amistades masculinas me resultan muy atractivas.
Mis mejores amigos han sido siempre hombres.
Es cierto que siempre hubo en el vaso de agua pura unos granitos de azúcar. Pero, en dosis tan pequeña que no podrían haber causado una diabetes sentimental.
Mucha simpatía y amenidad.
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