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jueves, 3 de febrero de 2011

LA PULSERA. Cuento

Era el último día de clases. Nadie sabía que Graciela  no volvería al año siguiente. Ni que se iba del pueblo porque a su papá lo habían trasladado.
No pensaba decírselo a nadie. Seguro que no les importaría. En todo el año no tuvo ninguna amiga. Ella sola se apartaba y si alguien trataba de incluirla en los juegos, se negaba con hosquedad.
En los recreos, las niñas se reunían para hablar de películas. Ella no había visto ninguna. Hablaban de sus lugares de veraneo. Ella siempre se había quedado en el pueblo. A veces, si tenían plata, iba con sus hermanas a la piscina municipal. Pero ¿Iba a contarles eso?
Había una niña, Carmen, que era la líder del grupo. Todas se agolpaban a su alrededor. Aparte de linda, era amable con todas. También con Graciela. Pero a ella le daba rabia que le hablara. Lo tomaba como una condescendencia que la humillaba.
Carmen la invitó a su fiesta de cumpleaños. Graciela no quería ir pero su mamá le insistió. Le arregló un vestido de su hermana mayor y hasta le compró unos chocolates para que le llevara de regalo.
La casa de Carmen era grande y llena de luz,  ¡Y tenía una pieza para ella sola!. Con una colcha de raso rosado y una repisa llena de figuritas de porcelana. Se quedó embobada mirándolas. Carmen entró y sonriendo le preguntó: ¿Te gustan?
Por una fracción de segundo creyó que le diría: Elige la que quieras y te la regalo.
Pero sólo venía a buscarla para que fuera al salón, donde abriría los regalos.
El más lindo fue el que le dio su papá: una pulsera dorada llena de campanitas. Al mover su mano, tintineaban con unos sones que a Graciela se le clavaron como agujas en el corazón.
Todo el año sufrió, viéndosela brillar en la muñeca.
Ahora, era el último día de clases. En la sala, Carmen estaba regalando sus cuadernos. Todas querían uno de recuerdo, por los lindos dibujos con que ella los adornaba. Graciela mira desde lejos y cuando terminó de vaciarse la mochila, vio que en el fondo algo brillaba.
Todas salieron corriendo al patio y Graciela se precipitó al banco de  Carmen. Hundió la mano en la mochila y sus dedos tocaron la pulsera. Rápidamente la sacó y la escondió entre sus ropas.
Después, ya no le importó nada. Sólo quería irse luego a su casa y sacar por fin la pulsera. Mirarla, acariciarla, ponérsela y escuchar cómo tintineaban las campanitas.
Todas se abrazaban y se despedían hasta el próximo año. Carmen vio alejarse a Graciela y corrió a detenerla:
-Graciela, espérame. Sé que te vas del pueblo porque a tu papá lo trasladaron. Yo quería darte un regalo de despedida. Te traía mi pulsera, que sé que te gustaba tanto. Quería dártela de recuerdo, pero en el recreo, alguien me la sacó de la mochila.  

1 comentario:

  1. Carlos Morales Encina20 de febrero de 2011, 7:55

    Bien estructurada y con sorpresivo final. ¡Bien!

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