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lunes, 28 de febrero de 2011

AMORES DE VERANO. Cuento

"No culpes a la playa"-canta Luis Miguel.  
Pero sí. Yo la culpo de todas maneras.
Porque fue ahí, en la arena, cuando lo vi por primera vez.
Vestido a la más "dueño de yate", yacía tendido leyendo a Hemingway en inglés.
-¡Qué snob!-dije para mis adentros. Pero, más tarde supe que era profesor de Literatura Inglesa y que estaba preparando una clase.
Yo venía desde el hotel, en traje de baño, y como era temprano, la playa estaba casi desierta.
Una mañana gloriosa.
Mar iridiscente, gaviotas decorativas, un barco en lontananza dibujando la línea del horizonte.
Venía dispuesta a darme un baño, desafiando el agua helada y cuando lo ví pensé que no era como encontrar una aguja en un pajar sino un diamante en un arenal.
Arrojé la toalla, estratégicamente cerca y le agregué el resto de mis accesorios.
-¡Puedo dejar mis cosas aquí?-pregunté casual.
Claro, por supuesto-contestó y siguió leyendo ensimismado.
Corrí hacia el mar, soñando que me seguía con la mirada (¡ja!), me lancé bajo una ola y nadé con brazadas  elegantes. El agua gélida me escupió hacia afuera y sacudí mi melena mojada en un gesto a lo Farra Fosets.
El no miraba. Hemingway era más interesante.
Pero, cuando me eché sobre la toalla, tuvo la gentileza de preguntarme lo que era obvio:
-¿Está fría el agua?
Yo daba diente con diente, pero contesté con valor:
-Un poco. .
Y ese fue el comienzo de mi romance unilateral con el profesor Rojo.
Sí, unilateral, porque mi corazón hizo todo el gasto y quedó sobregirado. El se metió la  mano al bolsillo y la sacó vacía. No tenía cambio ni para propina. Se encontraba en bancarrota emocional.
Pero, igual fue memorable.
Nos vimos varios días en la playa. Hablamos de libros, discutimos mil temas. Para mí, fue un desafío intelectual y una hecatombe sentimental. Se me llegaban a trizar los huesos cuando me miraba con sus ojos verdes, mansos como mar en calma. (Yo habría preferido una ola tipo tsunami revolcándome en la arena. )
Fue sólo una semana, pero cuando nos despedimos me pidió mi número de teléfono.
El partió primero y después de eso, las veces que miré el mar, ya no lo ví. Toda la Belleza del mundo había desaparecido.
En Santiago, pasé una semana echada en la cama al lado del teléfono. Al final, una tarde sonó y él me dijo:
-¡Hola, nena!
A la más Humprey Bogart.
Realmente era un poquito snob.
Me invitó a asistir como oyente a sus clases de Literatura Inglesa.
Lo primero que pasamos fue "El corazón de las tinieblas" de Joseph Conrad. Fui la única que compró el libro, para congraciarme, claro y me hice muy popular entre la  chiquillería, permitiendo que lo fotocopiaran.
De a poco me fui dando cuenta que el profesor me había invitado para "hacer número", porque tenía pocos alumnos y así, el título del libro se convirtió en "Tinieblas en el corazón".
Cuando íbamos a pasar "El Gran Gatsby" comprendí que para mí la situación se había convertido en "El Gran Chasco" y preferí retirarme.
Le escribí una carta en la que le decía:
Tú sabes que yo esperaba que me quisieras. Ahora, después de cada clase tuya, mi corazón queda tan cansado como si hubiera caminado kilómetros en un desierto. Así es que mejor me alejo de ti"
El me contestó con una más cursi todavía:
"Sufro una crisis existencial terminal. Mi historia llega a sus últimos capítulos y en ellos sólo hay espacio para los recuerdos"
¡Patrañas!
En alas de mi imaginación vuelo atravesando kilómetros y llego a la playa donde lo conocí.
El mismo mar resplandeciente, talvez otro barco, otras gaviotas.
Pero por más esfuerzos que hago, ya no veo a nadie tendido en la arena. Ningún señor con gorra de capitán de yate, ninguna señora de mediana edad con ilusiones románticas. ¿Dónde se habrán ido? Quizás en un álbum de fotos amarillentas los puedas encontrar.

1 comentario:

  1. Hola Lillian, lo que más me gusta de tus cuentos es el humor que intercalas aunque la historia tenga un desenlace menos alegre. Cómo sobrevivir sin humor...

    Él se lo perdió en todo caso...

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