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lunes, 19 de agosto de 2013

EL TRIUNFO DE MOIRA.

Moira había muerto.
Aunque Nelly se encontraba al borde de su tumba abierta, aún no se convencía de que fuera cierto.
Llovía piadosamente sobre los rostros de los que no lloraban. Sobre el rostro de ella, que deliberadamente no había abierto su paraguas, para recibir sobre su frente las gotas heladas.
Gracias a esa lluvia benévola, nadie podría distinguir entre aquellos que estaban de duelo y los que se encontraban ahí por mero compromiso. O quizás  para hacer valer la frase: "Hoy por ti y mañana por mí" , que les aseguraba que no estarían solos el día que les tocara a ellos ser bajados a la fosa.
¿Quién, en un funeral, no piensa con horror en su propia muerte?
Marcos estaba pálido y no miraba a nadie. Parecía ajeno a todo, mientras la tela de su traje se iba oscureciendo, empapada por la lluvia.
Pero, eran verdaderas lágrimas las gotas que rodaban por sus mejillas y su rostro delgado se veía envejecido y crispado por el dolor.
Nelly estaba a su lado y, aunque trataba de no mirarlo, sentía en su hombro los movimientos convulsivos de su cuerpo.
Sollozaba sin darse cuenta de que lo hacía. Sumergido en el dolor de la muerte de ella, como en un agua turbia que lo cubría por completo.
Moira había sido su primera mujer.
Desde el principio, Nelly presintió que Marcos no la había olvidado.
Su recuerdo lo asediaba, aún en los momentos en que la abrazaba y le decía que la quería.
Cuando la llevó a conocer a su madre, comprendió que ella sería su enemiga.
Sabiendo que irían, había puesto ostensiblemente un retrato de Moira sobre la chimenea.
- ¡Es ella la que debería estar al lado de Marcos y no tú, pajarito enclenque!- parecían decirle sus ojos mientras la recorrían de pies a cabeza, con desdén.
Marcos se molestó y en un gesto rápido, volvió la fotografía contra la muralla.
Pero Nelly había alcanzado a verla y su belleza la había atravesado como un puñal.
Comprendió entonces por qué Marcos no había podido olvidarla.
La madre, al notar su desazón, pareció darse por satisfecha con el golpe asestado. Y durante el resto de la visita, la trató con dulce conmiseración, como perdonándole la osadía de pretender reemplazar a Moira.
Con el tiempo, quedó claro que no la aceptaba y que la consideraba un pobre sustituto de la única mujer a quién Marcos había amado.
Sin embargo, ella sabía que Moira había abandonado a su hijo y que la humillación y el dolor habían hecho tambalear su vida.
¿Por qué entonces continuaba prefiriéndola?  Era evidente que tenía la esperanza de que se  reconciliaran y que veía la aparición de ella como un obstáculo.
Cuando  Nelly lo conoció, Marcos venía saliendo de su largo infortunio.
Se refugió en sus brazos como un náufrago que alcanza por fin la playa, después de haberse debatido en un mar tumultuoso que no lo quería soltar.
Pero, todo había sido en vano. El amor de ella no fue capaz de derrotar a esa sombra incorpórea que se interponía entre ellos.
Cuando visitaba a su suegra, Nelly comprobaba que el retrato de Moira seguía sobre la chimenea.
 Irradiaba la fría hermosura de un trozo de hielo que encerrara una llama.
Fuego y hielo, eso había sido ella.
Pero, Marcos, al entrar, dirigía su mirada a la fotografía y ya no se molestaba en volverla contra la pared como había hecho al principio.
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Ahora, Moira estaba muerta.
Dos hombres bajaron lentamente el ataúd al fondo de la fosa. Marcos exhaló un gemido y pareció tambalearse. Luego dio un paso hacia adelante, como si quisiera impedir que se la llevaran.
Nelly intentó sujetarlo, pero él se desasió con brusquedad y le lanzó una mirada de odio.
Su madre, entonces se acercó a él y lo cogió del brazo con ternura.
Lo condujo  al borde de la tumba y ambos permanecieron allí en silencio, unidos  por esa extraña devoción  que los mantenía apartados del resto del mundo.
Y contra la cual Nelly no podía luchar, porque ni la misma Muerte podía derrotarla.


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