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sábado, 14 de enero de 2012

EL SECRETO DE LETIZIA.

Aunque fue mi esposa durante casi cuatro años, creo que nunca llegué a conocerla del todo.
Siempre hubo en ella algo enigmático para mí. Tenía una sonrisa extraña. Indecifrable. Creo que si los gatos pudieran sonreír, lo harían como Letizia.
Hablo como si no la hubiera amado, pero es el rencor el que dicta mis palabras. Porque la amé locamente, pero mi amor pareció estrellarse siempre contra esa especie de muro que ella misma alzaba a su alrededor.
Lorenzo fue el primero que la conoció y cuando la trajo al grupo, ya estaba enamorado.
Vuelvo a verlo riéndose, con su cara pecosa y su pelo rojo cayéndole sobre la frente.
Fue ese día en que la trajo al café por primera vez y ella se colgaba de su brazo, callada, con esa sonrisa extraña, entre dulce e irónica, llena de una especie de sarcasmo, como si se burlara de todos.
Yo también caí bajo su hechizo, pero supe disimularlo bien y siempre mi amistad por Lorenzo fue para mí más valiosa que la atracción que sentía por ella.
Era evidente que se querían, pero ¡todo duró tan poco!
Él murió en un absurdo accidente de motocicleta y ella pareció derrumbarse.
Todos fuimos al funeral y la vimos abrazarse al ataúd llorando enloquecida. La sacaron casi inconsciente de la iglesia.
Después del entierro Letizia desapareció. Ni Alicia, su mejor amiga, sabía donde estaba. Estuvo fuera de Santiago creo que siete u ocho meses. Su familia guardó un silencio pétreo. Creo que alguien dijo que andaba viajando. Por el extranjero, creo.
Cuando volvió, estaba muy cambiada. Físicamente más madura, más hermosa aún si se quiere. Pero algo había en sus ojos. Una sombra y un rechazo que mantenía alejados a quienes quisieron acercarse.
Yo me dí cuenta que seguía sintiendo por ella esa facinación que me despertó al conocerla y en secreto, no perdía la esperanza de llegar a conquistarla.
Enamorado como nunca, empecé a frecuentarla. No me hacía la ilusión de que hubiera olvidado a Lorenzo, pero al menos confiaba en que su dolor se hubiera calmado en parte.
Le pedí varias veces matrimonio y siempre me dijo que no. Pero insistí con paciencia,  rodeándola de atenciones y de ternura y creo que al final logré que me quisiera un poco.
Al principio, yo tenía ilusiones. ¡Estaba tan ciego!
Me daba cuenta de que mi amor parecía chocar contra una pared de hielo, pero creía que con el tiempo esa pared caería en pedazos y ella me permitiría llegar hasta su corazón.
Todas las tardes salía.
Cuando volvía del trabajo, nunca la encontraba en la casa.
-Salí a caminar –decía -A tomar aire.
Y no le sacaba otra respuesta. No era que dudara de su fidelidad, pero esa reserva, ese distanciamiento me hacían daño.
Para afianzar nuestro matrimonio, le pedí que tuviéramos  un hijo.
Se puso pálida como una muerta y me dijo que no, que no quería hijos.
Comprendí que no había olvidado a Lorenzo ni un solo momento de nuestra vida juntos.
Ese fue el día exacto en que empezó el derrumbe de nuestro matrimonio. Al poco tiempo nos separamos.
¡Ojalá hubiera podido sacarla de mi vida!
Pero bastó que alguien me contara que estaba trabajando en una Empresa cercana, para que empezara a ir a espiarla.  
La veía salir sola y tomar siempre el mismo bus.
Un día subí yo también, confundido entre la gente. Quería saber a donde iba y con quién vivía.
No eran celos, era más bien frustración. Su enigma, su misterio no descifrado me enloquecían.
La seguí hasta una casa en un barrio periférico.
Sacó una llave, pero antes  de que la pusiera en la cerradura, se abrió la puerta y salió una mujer de delantal blanco precedida de un niño que corrió a abrazarse a su cintura. Tendría cinco años lo más.
-¡Mamita! ¡Llegaste!-gritó.
Letizia apretó contra su cuerpo la tierna cabeza cubierta de rizos rojos y la carita pecosa se hundió en los pliegues de su vestido.
-¡Lorencito, mi amor!-exclamó ella y abrazados entraron en la casa.

1 comentario:

  1. Hola Lilly, qué bueno tu cuento, lleno de emociones, como una aventura. Me gusta también porque me recuerda que los finales sorprenden, y no siempre son felices...

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