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jueves, 5 de enero de 2012

CORAZON REMENDADO.

Anselmo tenía el corazón roto.
Lo sabía porque al suspirar escuchaba dentro de su pecho un extraño ruido de engranajes sueltos y de ruedecillas que giraban sin propósito.
Y lo peor era ese vacío que no alcanzaba a ser dolor. Que era precisamente la ausencia de todo sentimiento y de toda ilusión.
Sabía exactamente el día y la hora en que su corazón se había roto.
Fue aquella tarde en que se dirigió a casa de Margarita.
No sabía si ella se encontraba ahí ni qué pensaría al verlo llegar de improviso. Pero había salido lleno de esperanzas, apretando contra su pecho un ramo de las flores que llevaban su nombre.  Tiernas margaritas,  como niñas de rostro dorado tocadas con sombreritos blancos.
Le faltaba media cuadra para llegar a la casa de ella, cuando divisó a un joven parado frente a la reja.
Tendría apenas treinta años y sonreía satisfecho mientras se arreglaba el nudo de la corbata.
Tocó el timbre con una confianza que a Anselmo le pareció descaro y casi de inmediato apareció Margarita.
Su pelo oscuro peinado en un moño alto y con un vestido que Anselmo no le conocía. Sonrió llena de placer al ver al joven y en seguida se cogió de su brazo.  
Anselmo retrocedió tras un árbol y se quedó parado allí hasta que los vio doblar la esquina.
Luego caminó lentamente hasta la casa de Margarita. Miró su triste ramo de flores que en cosa de segundos se había marchitado, tal vez porque lo llevaba apoyado sobre la desolación de su pecho. No sabiendo qué hacer con él, se quitó la corbata de los Domingos y lo ató con ella a los barrotes de la reja.
Y fue en ese instante en que se rompió su corazón.
Iba a cumplir setenta años y Margarita tendría apenas treinta.
Loco había sido al pretender que le correspondiera. Pero se dejó engañar por la gentileza con que lo atendía cuando iba a comprar el pan. Pensó que sólo a él le sonreía de ese modo, haciéndolo sentir como si la Primavera irrumpiera en un jardín escarchado.
El de su vida de hombre solo y sin ilusiones.
Se fue enamorando de ella con el último fuego que le quedaba de su juventud y que era más bien un rescoldo entre cenizas.
Regresó a su casa caminado a paso lento, encorvado, como si los años le hubieran vaciado sobre la espalda una paletada de escombros.
Dentro de su pecho, el cerrojo de su corazón se abrió como el de una caja de música destrozada, vomitando un montón de piezas sueltas que rechinaban y giraban sin destino.
¡Por supuesto que siguió viviendo! ¡Hay tantos que viven así! Pero desorientado y sin saber qué hacer con el tremendo estropicio que la decepción le había causado.
Una tarde en que salió a caminar por unas callecitas de barrio que no conocía, pasó frente a un pequeño local que exhibía un letrero:
"COMPONGO RELOJES. "
Y luego, con letra más chica:
"Y corazones rotos. "
Le pareció tan extraño, que detuvo sus pasos y se asomó por la vidriera. Adentro vio a un anciano trabajando con finos instrumentos en el interior de un cronómetro.
Lo rodeaban relojes de todo tipo, la mayoría modernos.  Pero no faltaban los de péndulo en sus cajas de caoba ni los de sobremesa que dejaban escuchar sus hermosos carillones.
Anselmo entró y el relojero, levantando la vista de su trabajo, le preguntó con voz afable:
-¿Reloj o corazón?
-Corazón-respondió Anselmo en tono bajo y algo ruborizado.
El relojero lo estuvo mirando unos minutos y luego le advirtió:
-Por su edad no podré instalarle un dispositivo moderno como lo hago con los jóvenes. En realidad, son ellos los que más vienen. A nuestros años no es tan frecuente que nos ocurran tragedias de amor. . .
Anselmo se ruborizó aún más e hizo ademán de irse.
-Espere, no se ofenda. Lo que quiero explicarle es cuál será el tipo de repuesto que tendré que usar en usted para arreglar el desperfecto de su corazón. No podrá ser electrónico,  porque no armonizaría.  Será de los más antiguos, pero igual de fiel y duradero. Quizás más, si usted se acuerda como hacían las cosas antaño. . .
Anselmo asintió y abandonó su aire de desconfianza.
-Pero no entiendo-arguyó-¿Usted arregla los corazones con piezas de relojería?
-¡Pero si es casi lo mismo!. El reloj es el corazón del tiempo y late casi igual que el de los humanos. ¿No cree ?
-Y ¿qué tengo que hacer yo?
-Por el momento, nada. Por favor, descanse en ese sillón mientras termino este trabajo urgente.
Anselmo estaba muy fatigado y obedeció dócilmente,  apoyando su cabeza en el mullido respaldo.
Al principio se entretuvo mirando la cantidad de relojes que decoraban la pared y luego el monótono tic tac de sus mecanismos lo fue adormeciendo.
No supo cuanto había dormido, pero al despertar vio que las sombras del atardecer iban borrando los contornos de las cosas.
Tras el mostrador, el relojero lo miraba satisfecho.
-Todo listo, señor. Ya solucioné su problema. El mecanismo de su corazón quedó como nuevo.
-Pero ¿cómo? Si no supe nada. . .
-Claro, se quedó dormido y con eso me facilitó la tarea.
-¿Y podría decirme qué repuesto me puso?
-El que tenía más a mano, el mecanismo de un reloj cú cú.
-¿Y eso qué significa?
Que ahora lleva dentro del pecho un pájaro que cantará marcando las horas. ¡No cabe duda de que le mejorará el ánimo!
NOTA:
Naturalmente, esto fue sólo un sueño que tuvo Anselmo, cuando se quedó dormido en la tienda,  mientras le cambiaban la pila a su reloj.

1 comentario:

  1. Me encantó este cuento, muy fantasioso. Pero uno se halla dispuesto a comulgar con esta fantasía sin ponerle objeciones. De todos modos, es prudente la aclaración final de que sólo se trata de un sueño.

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