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jueves, 13 de octubre de 2011

NIEBLA EN LA CARRETERA.

Eran recién las siete y la mañana se veía muy oscura. Noté que había niebla. Era como si la casa flotara en medio  de las nubes.
Me llegó el ruido que hacía Toby, mi perro, rasguñando la puerta para que lo dejara salir. Me puse el pantalón encima del piyama y fui a abrirle. Desde el dormitorio de mis padres me llegaba el leve rumor que hacía mi madre, suspirando mientras se vestía.
Toby salió como una tromba y se perdió en el potrero. Corrí tras él, pero lo perdí de vista en la niebla. Aunque lo llamaba, no me obedecía y oía su ladrido cada vez más lejos, yendo hacia la carretera.
Empezó a llegarme el bramar de los camiones y los autos que pasaban a gran velocidad y tuve miedo de que lo atropellaran.
-Toby, Toby-grité y en mi carrera, casi tropecé con una mujer que estaba sentada en unas piedras.
Me pareció extraño verla ahí, en la humedad y el frío de la niebla, pero no me detuve a pensarlo mucho y le pregunté si había visto pasar a un perro amarillo.
-No-me respondió-No ha pasado. Y es mejor que no te acerques a la carretera.
-¿Por qué?
-Porque dentro de unos minutos va a haber ahí un gran accidente y podrías salir herido.
-¿Y cómo sabe usted que va a pasar eso?
-Porque he venido a recoger las almas de los que van a morir.
Entonces la miré, sobrecogido.
Era una mujer hermosa, envuelta en un manto. Su rostro era sereno, casi inexpresivo, pero sobre sus labios flotaba una sonrisa triste.
-Entonces ¿ Ud.  es La Muerte?-le pregunté,  sabiendo que no necesitaba respuesta.
Ella clavó en mí sus ojos profundos como dos pozos de agua oscura y permaneció muda.
De pronto sentí rabia y le grité:
-¿Y para qué viene? ¿Por qué no deja vivir a la gente?
-No soy yo la que los hace morir, son ellos mismos en su loca imprudencia. Tampoco soy la dueña de su destino. Es Otro, que manda  sobre mí.  Sólo debo venir para recibir sus almas. ¿Crees que podría dejarlos solos y asustados, en medio de las tinieblas?
-Pero muchos van a sufrir y llorar cuando los vean muertos.
-Ya lo sé. No creas que me gusta este  trabajo. Mi hermana, La Vida, tuvo más suerte que yo. Escuchar el primer vagido de un niño. . . ¡qué dulce debe ser,  comparado con recibir el último suspiro de un hombre!.
De pronto nos llegó desde la carretera un estruendo terrible. Entrechocar de fierros seguido de gritos.
La mujer se levantó y se envolvió más en su manto. Un capuchón cayó sobre su frente, ocultando casi por completo su rostro. Sólo vi sus labios, hermosos y fríos, cuando se abrieron para despedirse.
-Vete a tu casa. Tu perro ya habrá vuelto. Yo debo irme ahora a cumplir mi tarea.
Se fue caminando hacia la carretera. A su paso, la hierba se inclinaba y la niebla se apartaba,  como se abre en dos el mar cuando pasa un navío.
Antes de desaparecer, se volvió hacia mí y me dijo:
-Avísale a tu padre, para que venga a socorrer a los heridos.
Corrí hacia la casa y me tropecé con él que salía. Había escuchado el choque y se veía pálido y asustado.
-Papá, ¡te piden que vayas a ayudar a la gente!
-¿Tú estabas ahí? ¿Con quién hablaste?
Me arrojé a sus brazos llorando:
-Con una señora, padre. Con una señora muy hermosa que también iba a ayudar.  

1 comentario:

  1. Escalofriante pero atrayente como un imán. La imagen de la Muerte, transfigurada en la mujer que viene a recoger las almas de los que mueren es genial. Y posee ternura y sensibilidad al envidiar a su hermana la Vida, que recoge el vagido de los niños que nacen.

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