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lunes, 31 de octubre de 2011

NOCHE DE HALLOWEEN.

Partí a la fiesta vestido de la mejor manera que pude, dados mis escasos recursos.
Después de cubrirme la cara con talco, me pinté ojeras negras y sangre chorreándome por las comisuras de la boca. Una polera desgarrada y un pantalón roto y manchado de barro completaban mi atuendo.
-El disfráz de muerto viviente es el más barato que existe-pensé y me miré en el espejo satisfecho.
La fiesta era en una Discoteca del barrio y había quedado de juntarme ahí con la Jennifer, que también iría de zombi, para que hiciéramos pareja. Su hermano Bruce quería conseguir un terno negro y una capa, para disfrazarse de Drácula. En fin, que estábamos de lo más entusiasmados.
Ya era más de las doce y a esa hora los niñitos ya habían terminado sus rondas de "Dulce o travesura". Seguro estarían acostados con retorcijones de estómago de tanto comer golosinas.
Las calles se veían medio desiertas, excepto por alguno que otro disfrazado que se dirigía a su respectiva fiesta.
En una esquina de la Plaza, junto a un banco, ví a una especie de novia-cadáver que me dejó impresionado. ¡Se veía tan real! Llevaba un traje blanco que le cubría hasta los pies, guantes de encaje y una máscara de calavera coronada por un cintillo de flores sosteniéndole el velo. La miré de cerca y les juro que daba miedo. ¡Parecía salida de una pesadilla!
Como la ví tan sola le pregunté si esperaba a alguien y si quería que la acompañara un rato.
-Espero a mi novio-me respondió en voz baja, casi un susurro.
-Oye-le dije-Tu disfraz sí que es real. Debes haber gastado mucho en arrendarlo.
Guardó silencio y con un leve crujido del tafetán de su traje, se sentó en el banco.
Decidí acompañarla, no fuera que alguien llegara a molestarla.
Por más que la miraba, no lograba verle los ojos, perdidos tras las cuencas de su máscara. Ella no me hacía ningún caso y estaba tentado de irme, cuando apareció el novio.
Venía de frac, con camisa blanca y corbata de seda. Llevaba una máscara igual a la de ella, y era más bién una calavera completa, con algunos mechones pegados en la coronilla.
-¿Ustedes van a la Discoteca "Tauro"?-les pregunté.
-Sí, podría ser. Nos gustaría bailar un poco. No bailamos desde aquella vez que nos tocaron el vals de los novios, cuando nos casamos-suspiró melancólico.
-Ja ja. ¡Bueno el chiste!-exclamé,  pero no me acompañaron en la risa.
-¡Así que ustedes representan a una verdadera pareja de novios muertos! ¿Y cómo se les ocurrió la idea?
-Bueno. Venimos desde hace años haciendo lo mismo-contestó él-Todas las noches de Halloween salimos a recorrer Santiago.  ¡Nos sentimos tan libres!
-¡Vamos entonces a la Discoteca!-los urgí-Allá tengo unos amigos esperándome.
Ellos se tomaron del brazo y creí escuchar un entrechocar de huesos. Los miré asustado, pero ellos caminaban serenamente, como la cosa más natural del mundo, y no repararon en mi impresión.
-Pero, cuéntenme. ¿Dónde arrendaron esos disfraces tan buenos?-les pregunté, más que todo para tranquilizarme a mí mismo.
-Por allá, por el barrio Recoleta-dijo ella vagamente y se acomodó la corona de flores que se le resbalaba sobre un ojo. Mejor dicho sobre una órbita, de la que,  para más realismo,  colgaba un gusano.
En la Discoteca los perdí de vista. Las luces y el estruendo de la música me envolvieron, devolviéndome el entusiasmo.
Encontré a mis amigos en el Bar y nos felicitamos mutuamente por lo bien que lucíamos.
-¡Eso que ustedes no han visto a la pareja con que me encontré! Venían de esqueletos y les juro que al caminar les sonaban los huesos como castañuelas.
-Ya ¡sale! ¡Las cosas que se te ocurren!-dijo la Jennifer-¡Vamos a bailar mejor!
Su hermano ya se había perdido en la pista , de la mano de una vampira.    
Al amanecer salimos cansados y algo achispados. La Jennifer se colgaba de mi brazo, muerta de sueño y le sugerí que tomáramos un taxi.
Ya íbamos en él, cuando divisé a la pareja de novios caminando del brazo en la claridad lechosa  del alba.
-Pare-le pedí al chofer y me ofrecí a llevarlos.
-¿Para donde van?
-Vamos a Recoleta-dijo el novio-No creo que ese sea su destino.
-¡No importa! Igual los llevamos.  ¡Suban!
La Jennifer iba durmiendo y la corrí para la punta del asiento. La pareja se subió y la verdad era que apenas ocupaban espacio.
Se bajaron frente al Cementerio y ya sin mucho asombro los ví pasar a través de la reja cerrada y perderse entre las tumbas.  
La Jennifer seguía durmiendo en su rincón y no se dio cuenta de nada. El chofer, menos.
Entonces me acordé de lo que el novio me había dicho:
-Cada noche de Halloween aprovechamos de recorrer Santiago. ¡Nos sentimos tan libres!
Me dio un escalofrío al sospechar que no todos son disfrazados los que vemos esa noche. Algunos son auténticos cadáveres que salen a festejar.  ¿Qué mejor ocasión para pasar desapercibidos?

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