Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



martes, 25 de octubre de 2011

OFELIA.

La madre murió de una enfermedad lenta que pareció ir devorándola por dentro. Fue como si una maquina alojada en su interior fuera triturando su carne hasta dejar sólo la piel que envolvía sus huesos.
El padre pasaba los días junto a su cama. Ester y Camila hacían inútiles esfuerzos para que saliera siquiera al jardín a respirar  aire fresco. Se negaba a abandonar a la enferma, aferrándose a los últimos días  que le quedaban para  gozar de su presencia. Aunque ya no podía decirse gozar sino sufrir, pero, al menos estaba allí. Aún podía tomar su mano y lograr que lo mirara y le sonriera con sus labios resecos. .
El médico les advirtió que temía por la salud de su padre, después de que ella falleciera.
-Muchos viudos-dijo-sobreviven menos de un año a la pérdida. Languidecen y se van consumiendo sin encontrar nada que los retenga en este mundo. Y en el caso de él, que la quiere tanto. . . .
-Siempre han sido tan unidos-dijo Camila-Como una pareja de enamorados. Si hasta parecía que nuestra presencia de hijas les resultaba superflua.
Sonrió al decirlo, pero sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca de amargura.
Cuando el final llegó, la casa pareció quedar vacía. ¡Era increíble cómo la presencia de la madre moribunda se había adueñado de todas las habitaciones!
Vino el doctor y les aconsejó que tomaran una enfermera para que acompañara a su padre durante el primer tiempo. Alguien que lo llevara a caminar, que lo distrajera y se preocupara de sus medicamentos y de sus horas de reposo.
Así llegó a la casa Ofelia, una mujer de mediana edad y de  aspecto anodino.
Vestía de oscuro y su rostro pálido y alargado parecía despreciar los cosméticos. Daba la impresión de que en algún momento de su vida había aspirado a entrar a un convento y luego se había decidido por la enfermería.
Llegaba puntualmente a las ocho, cambiaba rápidamente su vestido por el uniforme blanco y se entregaba a sus tareas con eficiencia. El anciano, al principio reacio, terminó por aceptar su compañía.
Por alguna razón desconocida, la cocinera y la doncella le tomaron antipatía. Tal vez pensaban que su presencia les significaba más trabajo.
Le servían las comidas en una bandeja y  Ofelia las tomaba en la habitación. El padre comía con sus hijas en el comedor y ellas notaban que iba superando la melancolía que lo aquejara las primeras semanas.
Al poco tiempo, el anciano sugirió que Ofelia los acompañara en la mesa.
Era tan silenciosa y modesta que apenas se notaba su presencia. Sólo hablaba si le dirigían la palabra, cosa que ninguna de las hermanas se molestaba en hacer. Pero si alguien le formulaba alguna pregunta, respondía con una dulce sonrisa que prestaba cierto encanto a su cara deslavada.
A la cocinera sí le molestaba servirla y se lo demostraba poniendo en su plato porciones mezquinas y fingiendo no oírla si le pedía más pan o un vaso de agua.
Por su parte, la doncella se demoraba adrede en abrirle la puerta cuando llegaba en las mañanas. Sobre todo si estaba lloviendo o hacía frío. Parecía causarle gran placer hacerla esperar tiritando en la puerta de calle.
Ofelia soportaba todos los desaires con un rostro impasible, pero a veces, un relámpago de odio se filtraba bajo sus párpados y desaparecía de inmediato.
El anciano había iniciado una rutina saludable de caminatas y lectura. Al pasar frente a su habitación, se escuchaba la suave voz de Ofelia leyéndole alguna novela y en las mañanas ambos comentaban animadamente las noticias de los diarios.
Un día, Camila y Ester notaron al mismo tiempo un sutil cambio en el aspecto de la enfermera. ¡Había empezado a maquillarse! Una delicada sombra en los ojos y un suave rosa en los labios fue lo primero que llamó su atención. Luego fue el peinado. El severo rodete en la nuca dio paso a suaves ondas enmarcando su rostro.
Ambas lo comentaron sonriendo burlonamente.
-¿Será que ha conseguido novio?
-¡Ay! ¿Y quién? ¡Por favor! Con esa cara. . .
Pero, no cabía duda de que Ofelia había cambiado. Sus vestidos oscuros se veían realzados  con pañuelos de colores o cuellitos de encaje. Y ¿era sólo una impresión o ahora llevaba la basta de la falda por sobre la rodilla?
Mientras, su padre se veía cada vez más animado. Dormía bien sin la ayuda de somníferos y ya había dejado hacía tiempo la melancólica costumbre de quedarse mirando el retrato de la difunta.
-Creo que ya es hora de que Ofelia se vaya-dijo Ester-Es evidente que papá ya no la necesita. Superó la etapa más dura del duelo y sólo le queda la natural nostalgia. Y esa no creo que lo abandone jamás. . .
Es cierto-comentó Camila-¡Hasta lo noto rejuvenecido! . Esas vitaminas que le dio el doctor han obrado milagros.
Decidieron que esa misma noche, a la hora de comida y antes de que Ofelia se fuera, plantearían el tema.
-Papá-empezó Camila, apenas terminaron el postre-Aprovechando que Ofelia está aquí queremos decirte que pensamos que la presencia de ella ha dejado de ser necesaria. Tú estás recuperado por completo y ánimo no te falta para retomar tu vida.
-Ofelia-agregó Camila-Creo que para usted será cómodo que le demos un aviso de dos semanas. Sé que en la Agencia la colocarán de inmediato.  Le daremos una excelente recomendación.
El anciano sonreía en silencio, dejándolas hablar.
Extendió su mano por sobre la mesa y Ofelia se la oprimió con ternura.
-Me han dado la ocasión precisa para anunciarles la buena noticia. ¡Ofelia no tiene que irse porque ha aceptado casarse conmigo!
Las dos hermanas palidecieron y se quedaron atónitas mirando a la enfermera.
Esta había cambiado en segundos su aspecto dócil y recatado. Se erguía en su silla con una seguridad y un aplomo casi autoritario. Ambas notaron al mismo tiempo que sobre el encaje de su blusa blanca brillaban las perlas que habían sido de su madre.
-¡Querido!-exclamó Ofelia-No sólo tus hijas tienen que alegrarse con nuestra felicidad. También el servicio doméstico debe participar de este momento especial.
Y tocó la campanilla para llamar al comedor a las que tanto la habían humillado.
Sonreía con dulzura,  pero súbitos relámpagos de odio se filtraban entre sus pestañas.

2 comentarios:

  1. Bueno, por una vez en este tipo de historias, se queda en segundo plano la conquista amorosa de la cuidadora y cobra interés el conocer qué venganzas tramaría contra la cocinera y la doncella, tan ladinas ellas.
    Suspense...

    ResponderEliminar
  2. Interesante juego psicológico con una sorprendente muestra de caracteres.

    ResponderEliminar