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lunes, 31 de octubre de 2011

EL ARBOL MAGICO.

Tomás tenía quince años cuando sus padres se separaron y a él lo cambiaron a otro colegio.
Era caro, pero como tenía buenas notas y su padre era primo del Rector, no fue difícil conseguirle una beca.
No le importó dejar su antiguo colegio, porque no tenía amigos. Pero, acá se sorprendió de que todos se conocieran y se saludaran como si acabaran de estar juntos el día anterior. Luego comprendió que veraneaban en el mismo lugar, que sus padres eran amigos y que en las vacaciones de Invierno, subían juntos a esquiar a la montaña.
A él no lo conocía nadie.
El Colegio había sido originalmente sólo para hombres, pero luego se había integrado con los restos de un colegio de niñas en franca decadencia, a pesar de su pasado de alcurnia.
Las niñas se sentaban adelante y en los recreos formaban un grupo inexpugnable que se reunía junto a la cancha de Basketball.
El segundo día la descubrió. Era rubia y chiquita, con el pelo cortado en redondo, como un yelmo de oro que protegiera su cabeza.
-¡Juana de Arco!-pensó-¡Isolda!-Porque era aficionado a la Literatura y acostumbraba a introducir en la realidad  el contenido de los libros.
Puso atención a la lista y supo que se llamaba Beatriz. Sus amigas le decían Betty.
Soñaba con que se fijara en él, pero no se le ocurría como lograrlo.
Había descubierto detrás de la capilla un sitio encantador que al parecer nadie más conocía. Era un árbol de morera, redondo como una enorme sombrilla verde y bajo él había un banco.
Muchas veces iba allí a leer y a pensar en el cambio que había sufrido su vida.
Cuando sus padres se separaron sintió como si una grieta se abriera a sus pies. De la noche a la mañana su mamá empezó a trabajar en una Agencia de Turismo y su padre se fue a un pequeño departamento. Cuando iba a pasar el fin  de semana con él, debía dormir en el sofá del living.
Juntos,  habían sido sus padres. Separados,  eran dos extraños.
Pero Beatriz había introducido un elemento nuevo en su vida. Se hizo menos comunicativo aún con su madre, pero en las noches, cuando compartían la cena, su silencio estaba lleno de algo contenido y emocionante. Ella lo miraba de reojo, preocupada al pensar que la separación lo había afectado mucho, pero él de pronto sonreía como si un pensamiento dichoso cruzara por su mente y ella se tranquilizaba.
En los recreos empezó a vagar en torno al grupo de niñas. Un día se animó a acercarse y a lanzar una broma. Varias se rieron y entre ellas, Beatriz.
Otro día lo llamaron y le preguntaron qué estaba leyendo. Era "La Divina Comedia", porque ahí figuraba Beatriz, la amada del Dante, que lo esperaba a la entrada del Cielo.
-¡Uy! ¡Qué lata! ¿Cómo puedes leer ese mamotreto?-exclamó la más impertinente de las niñas.
Tomás se devanaba los sesos pensando en cómo apartar a Beatriz del grupo y hablar a solas con ella.
Soñaba con llevarla al lugar mágico detrás de la capilla. Sentía que bajo el árbol, sentados ambos en el banco, su lengua se soltaría por milagro y podría decirle todo lo que imaginaba cuando estaba solo. Sostendrían un diálogo encantador, ágil y plagado de mutuas confidencias. El se mostraría simpático, con una personalidad abierta, lleno de confianza en sí mismo. El árbol haría la magia de transformarlo en otro, sin cambiar su corazón.
Pero pasó el año y nada ocurrió.
En los días de Invierno, las niñas se refugiaban en el salón de actos y los niños jugaban voleiball en el gimnasio techado.
Tomás se iba a leer a la biblioteca, perdida ya toda esperanza de acercarce a Beatriz.
Ella lo miraba desde lejos y aveces, en clases, sus ojos se encontraban, pero él nunca tuvo el valor de hablarle.
En Octubre, la morera dio pequeños frutos rojos que rápidamente se tornaban oscuros y caían a los pies del árbol. Tomás retornó a sentarse en el banco, siempre con un libro que a menudo permanecía cerrado, mientras él se entregaba a su melancolía.
Sumido en sus pensamientos, no advirtió que alguien lo había seguido desde  lejos hasta descubrir su escondite. Una cabecita rubia, como cubierta con un yelmo de oro,  centelleó entre los arbustos y luego retrocedió.
Llegó el último día del año escolar.
Todos se abrazaban, intercambiando datos de lugares y fechas.
-¡Nos vemos allá!-era la frase más repetida.
Tomás se encaminó hacia la capilla y dio un rodeo tras la mole gris. Quería ver por última vez el mágico árbol de sus fantasías. Quizás imaginar de nuevo aquel diálogo con Beatriz, en el que le contaba todo: La separación de sus padres, su soledad y al final, su amor por ella.
De lejos vio a alguien sentada bajo la morera. Le pareció un sueño y corrió hacia la imagen antes que se desvaneciera en la sombra verde salpicada de oro.
Pero la figura se hizo más nítida. Era Beatriz, que lo esperaba sonriendo.

1 comentario:

  1. Bien, bien, bien. ¡Un final esperanzador!
    Normal que el protagonista vea tan difícil comunicarse con la chica, más viniendo de la acostumbrada separación de sexos propia de las enseñanzas religiosas y privadas. ¿Quién enseña sobre las relaciones? Nadie.
    Lo normal es que en la vida real esta historia no terminara así pero viene bien dejar un final feliz de vez en cuando. ¡Sube la moral!
    ¡Y ya tiene mérito leer con 15 años "La Divina Comedia"... jaja!
    Una sonrisa para ti.

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