Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



lunes, 31 de octubre de 2011

SANANDO A MI DOCTOR.

Empezaba mi segundo año de Arquitectura, cuando me vino la más feroz de las depresiones.
Lo primero fue descubrir que , después de todo, no era eso lo que quería estudiar. Que me había matriculado para darle el gusto a mi padre, el famoso arquitecto Fulanito de Tal, "cuyas creaciones transparentes y fluídas, verdaderos desafíos estructurales",  se erguían en varias ciudades de América del Sur.
Al principio creí que lo lograría, pero a comienzos del tercer semestre me empecé a sentir extenuada y confusa. El camino delineado frente a mí se borró de pronto. Me desorienté y no supe qué hacer. Ni siquiera tenía claro cual era mi verdadera vocación. Empecé a dormir mal y a sentirme mareada. Cuando comencé a olvidar hechos cercanos en el tiempo, me asusté y decidí ir a la consulta de un psicoanalista.
Una amiga, que había tenido serios problemas con el divorcio de sus padres, me recomendó al Dr. Soldán.
Y fue así como una tarde me ví instalada en un sillón, frente a un hombre flaco con lentes de marco de carey que me miraba con simpatía.
Una pequeña grabadora sobre su escritorio reemplazaba al block y al lápiz con que a los caricaturistas les gusta dibujar a los psiquiatras.
Nos observamos durante un rato. Pensé que sería él quien abriría el fuego y él parecía pensar lo mismo con respecto a mí. Pero, al verlo echar una furtiva ojeada a su reloj, rompí mi mutismo y empecé a contarle el problema que me llevaba  a su consulta.
Descubrí que era más fácil de lo que pensaba y pronto me encontré vomitando mi frustración mientras mis mejillas ardían por la violencia de mi catarsis. Hablé como veinte minutos sin parar, mientras él me contemplaba impávido. Se terminó el tiempo y quedé citada para la semana siguiente.
Al salir, todavía turbada y temblorosa, fui traída bruscamente a la realidad por la voz de la secretaria:
-Son cincuenta mil pesos, señorita.
¡Menos mal que los éxitos profesionales de mi padre podían solventar esos  aranceles!. No sentí remordimientos por ocasionarle semejante gasto. Al fin y al cabo, por darle el gusto a él había caído en el agotamiento nervioso en que me encontraba.
Para resumir mi trayectoria hacia la salud mental diré que asistí a la consulta durante varias semanas
A medida que yo iba aclarando mis ideas y sintiéndome más serena, empecé a notar al Doctor algo distraído.
En las últimas sesiones observé que una arruga profunda partía en dos su entrecejo y la tensión endurecía su mandíbula.
Se notaba que luchaba por mantenerse atento a mis palabras, pero pronto sus ojos, aprisionados tras los lentes con marco de carey, se le escapaban a vagar por el cielo raso.
Una tarde me quedé muda al verlo de improviso taparse la cara con las manos y emitir un gemido.
-Doctor ¡no se aflija!-le dije ingenuamente. Si estoy casi bien. . .
-¡No! ¡Soy yo! ¡Soy yo!-repitió desesperado y lanzando lejos los lentes,  enjugó sus ojos llorosos con un pañuelo.
Demás está decir que quedé petrificada.
Sollozó unos minutos y luego me dijo con voz quebrada:
-No sé qué hacer con mi vida. Todo da vueltas a mi alrededor. He perdido la vocación. Ya no puedo ayudar a mis pacientes. . .
-No, Doctor, se equivoca. A mí me ha ayudado mucho.
Ni siquiera me escuchó y siguió gimiendo:
-¡Es que usted no sabe! Siento que de pronto me debato entre tinieblas. Ya no duermo y en el día me acosan ideas suicidas. Me receté unos ansiolíticos pero veo que en mi caso son inútiles.
-Hable, Doctor. ¡Desahóguese!. -Le dije, sacando una libreta y un lápiz de mi cartera.
Durante más de media hora me habló de su infancia, de la severidad de sus padres, de una adolescencia atormentada y de esa profesión abrumadora que le estaba devorando la vida. . .
-¡Y ahora mi mujer quiere el divorcio!-sollozó, golpeándose la frente contra el escritorio.
Al final se calmó y me miró algo turbado.
-¡No sabe lo bien que me ha hecho contarle mis problemas!
-Me alegro, Doctor. Pero se acabó el tiempo. Son cincuenta mil pesos.

1 comentario:

  1. Has reflejado al final algo que muchos especialistas médicos hacen con sus pacientes: les importan poco y son como ganado al que esquilar...
    No creo que alguien escuchando lo que otra persona quiere decir, sepa desentrañar problemas graves que angustian o causan dolencias.

    ResponderEliminar