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martes, 11 de octubre de 2011

DOBLE DECEPCION.

¡De nuevo el mismo problema! La revista me exigía un cuento para quince días más y estaba con la mente totalmente en blanco.
¡Si al menos se me ocurriera algún personaje!  A veces partía creando un carácter, una figura,   y él o ella empezaban a actuar por su cuenta, como si tuvieran vida propia.
Al principio creí que era mentira eso que dicen algunos escritores. Que los personajes se les escapan de las manos y eligen ellos mismos su destino.
-¡Patrañas!-pensaba yo-Lo dicen para hacerse los interesantes frente a sus lectores.
Sin embargo, algunas veces mis cuentos han terminado en forma totalmente distinta a lo planificado.
Pero ahora ¡Nada! ¡Ni una idea! Y la urgencia del plazo venía a agregar tensión suficiente para bloquearme por completo.
Puse la cabeza entre mis brazos y me adormecí sobre el escritorio. Empezaban a caer las sombras del atardecer.  
De pronto escuché una tosecita cortés de esas que se usan para llamar la atención.
Levanté  la vista sobresaltado y me encontré frente a un muchacho flaco, de aire tristón, que me miraba expectante.
-Perdón ¿Quién es usted?
-Soy Claudio-respondió algo corrido.
-Y ¿a qué se debe su visita?
-¡Pero si Ud. me llamó! Dijo que me necesitaba.
Al principio no entendía pero después se me aclaró la situación. Era un personaje creado por mí que venía a sacarme de mi sequía literaria.
-Siéntese, por favor-le dije con gratitud-¿Quiere una taza de café?
-No, gracias. El café me pone más nervioso-dijo el joven, retorciéndose las manos-A lo que vine es a contarle mi historia.
-¡Ah! ¡Qué bien! Aquí estoy para escucharlo.
Sentado frente a mí, en medio de la penumbra que le iba desdibujando el rostro, empezó a hablar.
"No sé si Ud. alguna vez ha estado enamorado. Seguro que sí, porque en sus cuentos se nota que tiene experiencia con el sufrimiento. Para mí el amor es sólo eso. Al principio no fue así. Al contrario, puro júbilo y ganas de seguir viviendo con sólo que ella me mirara.
La vi por primera vez saliendo de un café. Iba cargada de libros y justo frente a mí alguien la empujó y se le cayeron en la vereda.
Corrí a recogérselos y consintió en que la acompañara. Estudiaba Arte, me dijo. No me atreví a preguntarle su nombre. La noté reservada y fría y eso me acobardó.
Pero, de ahí en adelante, no pude dejar de pensar en ella.
Días después, rondando por la cuadra, la vi saliendo del mismo café. Lucía un aire más desenvuelto y receptivo y me atreví a saludarla.
-¿Se acuerda de mí?
-La verdad es que no-me dijo sonriendo-Pero igual me alegro de verlo porque justo andaba buscando a alguien con quién conversar un rato.
Ese día llevaba un peinado distinto. Sus rubios cabellos, estirados hacia atrás, dejaban al descubierto su hermosa frente.
-Perdón, ¿cuál es tu nombre?
-Hoy me llamo Scarlett-respondió riendo y me mostró el libro que leía. Era "Lo que el viento se llevó".
Tomamos café y ella se explayó en la novela y en mil cosas efímeras. Su charla fluía como el borboteo de una fuente o el piar de unos pájaros.
-¡Qué linda era! ¡Qué cautivadora en su espontánea alegría!
Quise citarme con ella, pedirle su número de teléfono, pero se evadió riendo.
-Estoy segura de que nos volveremos a ver.
Me desvelé pensando en ella, en Scarlett, como me pidió que la llamara. Comparé ese encuentro con el de la primera vez y me pareció mucho más prometedor. Cuando le recogí los libros se había mostrado retraída y seria. Apenas me había mirado al despedirse. Pero, al menos supe donde estudiaba.
Días después la vi salir de la Facultad entre un grupo de alumnos. Me acerqué a saludarla confiado, pero de nuevo me respondió con desánimo y frialdad.
-Sí, sí me acuerdo de que me recogió los libros-me respondió con una mueca que remedaba una sonrisa-No crea que no se lo agradezco.
De nuestra charla en el café, de sus bromas encantadoras y sus audaces teorías literarias, no quedaba nada.
-¿Era voluble? ¿Era coqueta? ¿Fingía indiferencia para seducirme?
No parecía ser el caso. Su distanciamiento era natural, su frialdad, auténtica.
-Me gustaría saber cómo va su novela-le dije, desesperado por encontrar un tema que me permitiera retenerla.
Me miró sorprendida:
-No, no llevo novelas. Sólo los libros de Arte que Ud. me recogió.
Y con un vago gesto de adiós, me dejó plantado en la vereda.
¡Ud. no se imagina mi desencanto!.
Sin embargo, su frialdad  aguijoneaba mi amor propio y me cautivaba tanto como me había seducido su calidez en nuestro anterior encuentro.
Pasaron semanas antes de que volviera a verla. Aunque el Estudio de Abogados en que trabajo queda cerca de la Facultad, no logré divisarla ni una vez.
Ya perdía las esperanzas, cuando nos topamos en una librería.
-¡Hola, Claudio!-exclamó-¡Qué alegría verte!
-¡Hola, Scarlett!-respondí encantado.
-No, no me digas Scarlett, ahora soy Cosette. Y me señaló el tomo de "Los Miserables" que llevaba bajo el brazo.
Escarbamos largo rato en los mesones, intercambiando comentarios jocosos. Ella, al final, eligió dos novelas y yo, para no ser menos, unos ensayos.
Luego fuimos a tomar café y las horas volaron conversando de cine y literatura.
-¿Me dirás ahora tu verdadero nombre?-Le pregunté ansioso.
-Ya te dije: Cosette. . . . ¡Al menos por ahora!
Y se escapó riendo.
Sin embargo, sus cambios de humor, esos días en que se mostraba taciturna y distante alternados con otros de desbordante alegría me tenían preocupado.
Decidí comentárselo a un amigo.
Le dije que pensaba que ella podía estar enferma, ser de esas personas bipolares de las que tanto se habla ahora.
El me interrumpió para preguntar:
-¿Te refieres a esa chica rubia con la que estabas en el café el otro día?
-Sí. ¿Acaso la conoces?
-O sea, las conozco. Son dos gemelas. ¿Nunca lo pensaste?
-¿Qué dices?
Que son dos hermanas, iguales como dos gotas de agua. Una estudia Arte y la otra, Literatura.
Quedé anonadado. Así es que había estado enamorado de dos mujeres, creyéndolas una.
Fue tal el chasco y la confusión de mis sentimientos que dejé de rondar por el barrio y no he vuelto a encontrarlas. "
-¿Qué le parece mi experiencia?-concluyó con una triste sonrisa-¿Le servirá de inspiración para escribir su cuento?
La verdad era que encontraba la anécdota de lo más tonta, pero no quise decepcionarlo y le dije que sí, que trabajándola un poco lograría sacar una buena historia.
Sonrió con melancólico orgullo y se levantó para irse.
-Me alegra tanto ser su protagonista. Casi me consuela de mi triste confusión.
Lo acompañé a la puerta y volví a mi escritorio.
Me senté frente al ordenador, otra vez con la mente en blanco, sin lograr hilvanar ni una  frase.

1 comentario:

  1. Muy original y ameno. El final decepciona en algo pero cumple con sorprender.

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