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miércoles, 19 de octubre de 2011

EL VESTIDO DE NOVIA.

Llovió esa tarde de Invierno. Luego sopló el viento y los árboles desnudos tiritaron de frío. Entonces pasó la niebla repartiéndoles abriguitos grises para que arroparan su temblor.
Juana salió de la Iglesia y se topó con una especie de muro blanquecino que le impedía el paso. Pero lo atravesó y se hundió en la tarde helada. Le pareció que vadeaba un lago cuyas aguas le llegaban hasta las rodillas y que nunca alcanzaría la otra ribera.
Había estado ayudándole al padre Anselmo a arreglar las flores y a cambiar el mantel del altar. Ahora lo llevaba en el bolso, para lavarlo y almidonarlo en su casa.
Tembló y se arrebujó en su delgado abrigo comprado de saldo. De pronto, a través de la niebla le llegó un chirrido de ruedecillas, amortiguado por el barro que cubría la vereda. Frente a ella surgió una mujer empujando un carro de supermercado.
Llevaba una chaqueta de hombre y un sombrero que le cubría la mitad del rostro. Sobre sus hombros caían unos mechones desgreñados color de cobre.
Al cruzarse con Juana sonrió y ella vio con asombro una hilera de dientes blancos brillar entre labios rojos. Caminaba tan encorvada que la había tomado por una anciana, pero comprobó que era joven y su mirada, como un relámpago color esmeralda surgió bajo el sombrero y luego se apagó en la sombra.
Juana se volvió a observarla y comprobó que bajo la arrugada chaqueta masculina, llevaba un vestido de novia que se arrastraba por el pavimento. Su blancura deslumbradora iluminaba el crepúsculo y aunque estaba manchado de barro en los bordes, ofrecía una visión magnífica.
Intrigada, decidió seguirla, confiando en que la goma de sus galochas amortiguaría el rumor de sus pasos. Pero se engañó,  porque a poco de andar, la vagabunda se volvió hacia ella y le preguntó:
-¿Por qué me sigues?
Al principio, Juana no supo qué contestar, pero luego balbuceó:
-Me impresionó tu vestido.  ¿Dónde lo obtuviste?
La joven harapienta la miró con tristeza.
-Es mi vestido de bodas. El que llevé a la Iglesia el día en que fui abandonada.
-¿Cómo dices?
-Sí. Yo era una novia llena de ilusiones. Entré del brazo de mi padre y esperé horas frente al altar, hasta que todos empezaron a irse. Algunos me miraban con lástima,  pero vi burla y satisfacción en los ojos de aquellas que creía mis amigas.
-Y él ¿nunca te explicó nada?
-No volví a verlo. Se fue no sé a dónde. . . .
-Pero ¿por qué ahora estás en la calle? ¿Y por qué aún llevas el vestido?
-No pude soportar el dolor y la humillación. Abandoné la casa de mis padres y salí a buscarlo. Sé que un día lo voy a encontrar. El me verá con mi traje de novia  y arrepentido, se casará conmigo.
-¿Y qué llevas en ese carro?
-Mi almohada para dormir bajo el puente, mi muñeca de trapo y el ajuar de mi boda.
-Pero, hace frío y hay niebla. ¿No tienes miedo de andar sola de noche?
La joven se acomodó mejor el sombrero ajado y una mata de cabellos rojos fosforeció en la sombra. Se arropó con su chaqueta y le volvió la espalda, sin responderle.
Juana quedó consternada. Ella, que nunca había tenido un novio ni conocido el amor, sintió que su corazón se trisaba como un globo de vidrio. Pero también experimentó alivio al pensar que tal vez su soledad, tantas veces lamentada, la había librado de un desengaño parecido. Más valía no haber amado nunca-se dijo, sin mucha convicción.
Esa noche apenas durmió y al día siguiente decidió ir a contarle al párroco su insólito encuentro.
El padre se rió con ternura y le acarició la cabeza.
-Pobre Juanita ¿y tú creíste la historia?
-Es pura fantasía. Sé bien a quién te refieres. Es una vagabunda chiflada que apareció hace un tiempo por este barrio. El vestido de novia se lo dio doña Francisca, la dueña del almacén. Lo tenía guardado hacía como veinte años. Pero el marido le salió tenorio y botarate y antes de que la dejara en la ruina, lo echó de la casa y regaló todas las cosas que pudieran recordárselo.
Incluso la chaqueta y el sombrero creo que también le pertenecían.
Juanita se quedó pensativa y no supo si sentir alivio o decepción.
Después de todo ¡Era una historia de amor tan romántica!  

2 comentarios:

  1. Tal vez fuera una historia inventada por algún desajuste cerebral del personaje, pero sí era emotiva. Y sin duda, tendría otras propias igual de interesantes. Están ahí en las calles aunque giremos la cabeza...
    ¡Qué "delicadeza" la del sacerdote al llamarla vagabunda chiflada...! jaja
    Y me gustó lo que señalas sobre el eterno dilema: ¿haber sufrido por amor o no haber amado?
    Un abrazo.
    José

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  2. No disfruté este cuento. No me llegó la aparente tragedia de la eterna novia ambulatoria. Le vi componentes de irrealidad y esquizofrenia.

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