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viernes, 28 de octubre de 2011

EL ANCIANO CABALLERO.

Una mañana, el anciano no se presentó a desayunar.
Amalia puso oído atento tratando de captar algún rumor proveniente de su pieza. Pero, fue en vano.
Intranquila, golpeó suavemente y entró. Lo vio tratando de incorporarse en la cama. Sus ojos la miraban angustiados y notó que hacía esfuerzos para hablar sin conseguirlo.
Comprendió entonces que había sufrido un ataque y llamó al médico. Este lo examinó brevemente y opinó que era necesario trasladarlo al Hospital.
-Avise a su familia-le dijo-Es posible que no se recupere.
Amalia le informó que era muy solo,  que ni siquiera un amigo había venido nunca a verlo durante el tiempo que estuvo en su casa.
Llegó la ambulancia y ella lo acompañó, sosteniéndole la mano. El niño quedó en la casa de una vecina.
La enfermera que lo ingresó le pidió que le trajera los documentos del paciente y que mirara entre sus papeles para ver si tenía algún seguro médico.
Con cierto pudor, Amalia abrió el cajón de su cómoda y en una caja de cartón encontró lo que buscaba. También había una fotografía amarillenta de una pareja de recién casados. Con estupor, reconoció en ella a su madre. Confiada y orgullosa, se apoyaba en el brazo del mismo hombre que ahora, envejecido pero reconocible, yacía en la cama del Hospital.
Permaneció largo rato trastornada, repasando en su mente los meses trascurridos desde que él llegara. Tratando de comprender esta casualidad inaudita. .
Su temprana viudez la había dejado en precaria situación. No se afligía por ella sino por el niño, que contaba apenas cuatro años. Pero rápidamente organizó su vida. Empezó a llevarlo todas las mañanas a un Jardín Infantil gratuito y ella consiguió empleo de cajera en una tienda.
Pero el dinero no alcanzaba y decidió arrendar la pieza que había sido escritorio de su marido.
Su primera inquilina fue una joven de provincias que llegó a estudiar a Santiago. Pero al cabo de un año se fue, para arrendar un departamento con otras compañeras.
Entonces llegó el anciano caballero.
Erguido y digno en sus ropas algo gastadas, apareció una mañana, portando una maleta.
A ella le agradó de inmediato. Tenía un rostro triste, surcado de profundas arrugas, pero en sus ojos grises aún quedaban destellos de juventud.
Salía todos los días a caminar por el barrio y con frecuencia volvía con algún dulce o un pequeño juguete para el niño. Este le había tomado apego y se trepaba a sus rodillas con entera confianza.
Amalia empezó a llamarlo todas las noches, después de acostar a su hijo, para que se sentara junto a ella frente a la estufa.
Mientras cosía, él leía algún viejo libro o se quedaba en silencio, pensativo.
Pero una noche le habló para preguntarle por su familia.
Amalia le contó que había perdido a su madre hacía dos años. De su padre no recordaba nada. Creyó entender que había muerto cuando ella era muy pequeña. En la casa no vio nunca una fotografía suya y su madre se calló, reticente, las pocas veces que se atrevió a preguntar por él.
-Tuve un padrastro cariñoso que insistió en darme su apellido e hizo de mi infancia una época feliz.
Así terminó su relato e impulsada por el nuevo lazo de confianza que se había establecido entre ellos, se atrevió a preguntarle por la vida de él.
Al principio el anciano guardó silencio y un velo de tristeza cayó sobre su rostro. Pero luego empezó a hablar.  
Se había casado enamorado y era padre de una niñita a la que adoraba. Desgraciadamente tenía el vicio del juego. Para cubrir una deuda, tomó dinero de la Empresa donde trabajaba. Creyó que podría restituirlo a tiempo, pero no le fue posible hacerlo.
Estuvo preso varios años y cuando cumplió su condena, su mujer le pidió que no volviera. Le dijo que quería rehacer su vida, que no permitiría que su hija sufriera la vergüenza que él les había traído, que prefería decirle que había muerto.
Y así se vio solo, privado del calor de su hogar y del amor de su hijita.
Se fue a trabajar a provincia, honradamente y nunca más se acercó a una mesa de juego. De su esposa y de su hija no volvió a tener noticias.
-Lo que más quisiera-le dijo-es volver a ver a mi niña.  Ahora ya es una mujer. Tal vez si le contara mi historia me perdonaría. Todos estos años he vivido pensando en ella, soñando con poder abrazarla.
Amalia reunió los documentos y partió al Hospital. Caminaba como sonámbula. Una felicidad triste, un nudo de alegría y llanto obstruía su garganta.
Al llegar, vio que el médico terminaba su ronda y se acercó a inquirir noticias. Él le dijo que el paciente estaba mejor. Iría poco a poco recuperando el habla. Había sido un accidente vascular leve y con ejercicios recuperaría también la motricidad de su brazo. En pocos días sería dado de alta.
Amalia se acercó a la cama del anciano. Apretó entre las suyas la mano que yacía inerte sobre la sábana y le dijo con ternura:
-Pronto nos iremos a casa, papá.

1 comentario:

  1. Romántico y tierno. Dos vidas que por obra de la asombrosa casualidad se entrecruzan y terminan enriquecidas.

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