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lunes, 17 de octubre de 2011

SILVIA.

Al amanecer soñé que estaba parado frente a la mampara de su casa. A través de los visillos podía divisar el vestíbulo iluminado por la luz que venía del jardín.
En el sueño quise entrar, pero me lo impidió una voz que me llamaba desde la calle. Me volví para ver quién era, y entonces desperté.
Me quedé aturdido porque había sido tan clara la visión de su puerta y del pasillo  donde la había visto por última vez, hacía dos años.
Ese día, en que como un cobarde, llegué hasta su casa y sin embargo, no llamé.
Sólo me quedé ahí parado, atisbando a través de los visillos. Mirándola a ella, en su silla de ruedas, inmóvil frente a la puerta que se abría al jardín. Contemplaba las flores y la luz de la tarde ponía un resplandor rosado en sus mejillas pálidas.
De pronto se sobresaltó, como adivinando una presencia, y miró hacia la mampara. Seguramente vio una silueta recortada a contra luz e hizo ademán de impulsar su silla para acudir a abrir.
Al ver ese movimiento huí. Me sentí incapaz de enfrentarla y casi corrí la media cuadra que me separaba de la Estación del Metro. Me precipité en el hueco de la escala, antes de que alguien pudiera verme. Pero ¿quién? Quizás Marcos o su madre. Alguien que pensara que un ladrón se había parado frente a la puerta y había asustado a Silvia. Tal vez ella había gritado llamándolos.
¡Silvia! ¿Por qué le guardé rencor si era yo quién la había traicionado?
Tal vez por eso, porque recordarla me enfrentaba a lo más bajo de mí mismo. Fue mi propia vergüenza, arrinconada y empujada hacia las profundidades de mi corazón la que me impidió pararme frente a ella.
Sabía que hacía años que me había perdonado. Su hermano me había dicho que nunca se expresó de mí con resentimiento. En cambio él, Marcos, me quitó su amistad y nunca quiso escuchar mis explicaciones.
¿Cómo no entenderlo, si yo había actuado en forma tan cobarde? ¿Si ni siquiera fui capaz de hablar con ella cara a cara y me despedí en una carta?
Largos años estuve sin tener noticias de Silvia. Cuando volví a Santiago, solo y defraudado, supe que estaba inválida. Una enfermedad a los huesos la tenía postrada en una silla de ruedas. Seguía viviendo con su madre y con Marcos, en la misma casa donde transcurrió nuestro idilio.
Fue en aquello años, cuando ella era profesora de piano y varias niñas del barrio asistían a sus clases.
Llegaba a verla en las tardes, y ella tocaba para mí la serenata de Schubert.
Todo era tan de otra época. Su madre tejiendo en el sillón y Silvia arrastrándome dulcemente al jardín donde intercambiábamos besos a escondidas.
Cuando conocí a Nora, aquel romance pálido y sin sangre se diluyó en la marea arrebatadora que me arrastró hacia ella. Nora era fuego, era vida. Nuestra pasión se propagó como un incendio que arrasó con todo.
No tuve valor para enfrentarme a Silvia y le escribí una carta.
Una tarde que la sabía ausente, fui a entregarle esa carta a su madre y pretextando un viaje urgente, me despedí apresurado.
Nora y yo nos casamos y partimos a vivir a provincia.
Todos esos recuerdos se precipitaron sobre mí ese amanecer cuando entre sueños me vi frente a su casa.
¿Por qué aquel día no tuve valor de tocar el timbre al ver su carita ansiosa volverse hacia la puerta?
¿Adivinó que era yo? ¿O en su soledad pensó que era un visitante cualquiera que venía a acortar sus interminables horas?
¡Ay! Si no hubiera escapado como un criminal. . . .
Ahora ya es tarde. Hace unas semanas, Marcos, olvidando su rencor, me llamó para que lo acompañara al cementerio.
Silvia se fue sin que alcanzara a encontrarme con ella. Sin que pudiera hablarle de mi fracaso y  mi desengaño.  Y del inútil arrepentimiento que agobiaba mi corazón.
Sé que ella me hubiera escuchado con paciente dulzura y luego, tal vez sin decir nada, habría impulsado su silla de ruedas hasta el piano y habría tocado para mí la Serenata de Schubert. .

2 comentarios:

  1. Este cuento me hace pensar en cuántas personas todavía sienten simpatía hacia otras que en cambio no se portaron como correspondía.
    El personaje masculino, al no atreverse a dar la cara ante la novia abandonada, demuestra pese a todo que tiene ciertos sentimientos, de ahí sus remordimientos. Hoy en día muchos/as te dejan sin explicaciones y no les importa lo más mínimo. Se han perdido muchos valores...
    Luego toca otro aspecto muy curioso y frecuente: en vida, no nos acordamos de tal o cual persona pero es morirse, y todos de cabeza al funeral. Debería ser al revés.
    ¿Tiene algún significado especial el escoger como música la serenata de Schubert?
    Un saludo.
    José

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  2. Muy romántico y enternecedor. Equilibrados los componentes de virtud y error. Se exalta la bondad y la nobleza de la protagonista.

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