Bienvenidos a Mi Blog

Les doy la bienvenida a mi blog y les solicito encarecidamente que me dejen sus comentarios a mis entradas, pues su opinión es de gran valor para mí.



jueves, 6 de octubre de 2011

EL REGRESO DE PABLO.

Hacía frío y una densa niebla había empezado a caer desde temprano. Al atardecer, ya apenas se distinguían los árboles que rodeaban la casa.
Elisa se sentía inquieta y quiso salir hasta el camino. Pensó que el aire helado la reanimaría y le quitaría esa extraña sensación de incertidumbre que la embargaba.
Desde que Pablo se fuera hacía un mes a trabajar en la mina, se sentía triste y desvinculada de todo. La había llamado varias veces y sabía que estaba bien. Su trabajo era administrativo, relacionado con los contratos laborales y el pago de los obreros. Pero, lo echaba de menos y se sentía sola. La casa estaba separada del pueblo por un kilómetro y únicamente la acompañaba la presencia del inquilino y su mujer que vivían a la entrada del predio.
Cruzó la verja y salió al camino. Tiritó bajo su delgada chaqueta y sintió como si los dedos de la niebla le tocaran la cara dejándole una fría viscosidad sobre la piel.
A lo lejos ladró un perro y luego el silencio volvió a adueñarse del campo.
Pensó llegar hasta la estación. A esa hora pasaba un tren que venía del norte y aunque pocas personas se bajaban allí, pensó que tal vez lograría distraerse mirándolas.
De pronto surgió de la niebla una figura que venía directamente hacia ella. El sonido de sus pasos le pareció familiar y luego reconoció a Pablo.
-¡Tú! Pero, ¿qué haces aquí?
Hubo un accidente-dijo él con voz temblorosa y se acercó a ella, abrazándola.
Notó que se estremecía y  lo oprimió contra sí para darle calor,   pero supo que no temblaba de frío sino de espanto.
-¿Qué pasó? Dime. . . .
-Se cayó el bus al barranco. El que llevaba a los trabajadores a la mina.
-Pero, ¿y tú?
No, yo no estaba en él. Lo sé, porque lo vi desde arriba, en el fondo de la quebrada, entre las rocas. Se partió en dos. Me quedé esperando oír voces pidiendo auxilio, pero no escuché nada. Sólo silencio y el viento que hacía crujir las latas desprendidas.
-¿Qué hiciste? ¿Buscaste ayuda?
-No sé. Creo que caminé horas sin encontrar a nadie. No pensaba en nada, sólo quería venir para estar contigo. Llegué a la estación y tomé el tren. No me acuerdo de nada más.
Estalló en llanto, oprimiendo su cara contra el hombro de Elisa.
-Vamos, vamos a casa, mi amor. Necesitas tomar algo caliente. Estás conmocionado.
Lo tomó firmemente del brazo y lo guió por el camino.
-Mañana llamarás a la oficina y sabremos qué pasó. O llamaré yo y les diré que estás aquí y que no te sientes bien.
El guardaba silencio y se apoyaba en ella como si le faltaran las fuerzas. Estaba pálido y débil. Parecía que la sangre había huido de su rostro y sus extremidades, para agolparse en su corazón.
Recorrieron lentamente el sendero hasta la casa.
Lo ayudó a sentarse junto a la estufa y calentó agua para preparar café. Pero él no quiso tomar nada. Sólo balbuceó que estaba cansado y que quería dormir.
Elisa le quitó la chaqueta y los zapatos y con ternura lo arropó bajo las frazadas. El la miraba intensamente, como lo hacía siempre cuando se despedía para salir de viaje.
Al fin murmuró:
-Sólo quería venir a estar contigo, Elisa.
Luego cerró los ojos y pareció sumirse en un sueño profundo.
Llegó la noche y él continuaba durmiendo. Elisa se acostó a su lado, notando que el rictus de angustia se había borrado de su rostro y ahora parecía reposar sereno.
Aún no aclaraba cuando despertó sobresaltada. En la fría mañana de Invierno eran ya las siete pero seguía oscuro. Girones de niebla lechosa se pegaban todavía a los cristales de la ventana.
Buscó a tientas su bata y se dirigió a la cocina.
Procurando no hacer ruido para no despertarlo, puso la tetera en el fuego y encendió la radio con el volumen al mínimo.
Estaban hablando del terrible accidente del camino a la mina. Habían muerto todos los trabajadores. También el administrador y el encargado del personal, quienes ese día los acompañaban a una nueva faena.
Cuando pronunciaron el nombre de él, Elisa dio un grito y corrió al dormitorio.
Iluminada por la primera luz del alba,  vio la cama vacía. En la almohada donde la noche anterior contemplara reposar la cabeza de Pablo, no había ni una huella.
De pronto, el teléfono empezó a sonar con insistencia. Sonó largo rato,  pero Elisa pensó que no era necesario que contestara.

1 comentario:

  1. Un nuevo cuento conectado con "el más allá" que electriza y conmueve y es tanto el realismo que se olvida que es sólo una ficción.

    ResponderEliminar