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miércoles, 29 de febrero de 2012

BUENAS INTENCIONES.

¿Por qué me tuvo que pasar esto? -pensé.
¿Por qué tuve que conocerla justo cuando estaba tan bien sin ella?
Sí. Tan bien, tan tranquilo. Confiando en que el Destino me mantuviera lo más lejos posible de esa fauna salvaje y depredadora llamada Mujeres.
Ya había tenido bastante con Sandra y sus caprichos de diva del celuloide.
Ahora que estaba tan de moda revivir el cine mudo, ahí andaba ella con su expresión enigmática de Greta Garbo con insomnio. Párpados a media asta y pestañas embetunadas de negro, presagiando el color que tomaría mi futuro si seguía a su lado .
Me tuvo hechizado tres meses y cuatro borracheras.
Bebí para olvidarla y me fue tan bien que al final se me olvidó por qué bebía. Así es que dejé la botella y me reintegré a la sobriedad y a la vida social austera.
Hasta esa noche en que acepté ir a la fiesta de Martínez.
Era su cumpleaños o el de su mujer, no lo tenía claro. Así es que, por las dudas, llegué con un ramo de flores y una botella de vino. Así quedaba bien con los dos.
Al poco rato me di cuenta de que la fiesta era una lata.
Mozos circulando con bandejas de canapés que desaparecían al segundo, mujeres fumando entusiasmadas como si acabara de descubrirse la vacuna contra el cáncer y cuatro borrachines haciendo Karaoke a un costado del salón.
Escapé al jardín y me encontré al borde de una piscina ostentosa como el resto de la casa.
Hacía calor y estaba deliciosamente oscuro. Sólo unos cuantos farolitos chinos distribuidos entre los arbustos iluminaban el entorno.
Me senté en el borde de la piscina. Me quité los zapatos y los calcetines, enrollé mis pantalones hasta la rodilla y sumergí mis acalorados pies en el agua fresca.
Ahí estaba, relajándome bajo el resplandor de las estrellas y aspirando el olor de la noche, cuando un suave rumor me llegó desde el centro de la piscina.
Alguien nadaba en la oscuridad. Mejor dicho, flotaba de espaldas dejando que una mata de cabello se esparciera a su alrededor. Estaba oscuro, pero no tanto como para impedirme ver que se trataba de una joven preciosa que no llevaba nada encima, excepto un collar de perlas.
Me quedé quieto, en muda contemplación de su hermosura.
-¡Una sirena!-pensé arrobado- ¿Pero cómo llegó hasta aquí desde la playa?
En ese instante, ella me vio y se sumergió dejando sólo su nariz fuera del agua.
Luego nadó hacia mí y sin un atisbo de timidez me preguntó:
-¿También te aburriste?
-Sí-balbuceé turbado- ¿Estás en la fiesta?
-Estaba-dijo ella-Vine con mi novio, pero me escapé y decidí bañarme. A propósito, ¿podrías ir hacia la escalera y alcanzarme mi ropa?
Nadó rápidamente y nos encontramos junto a la escalinata de fierro.
Le entregué un sedoso bulto que me imaginé incluiría sus prendas interiores. Aunque era posible que no usara nada debajo del vestido...
-Vuélvete mientras me visto-ordenó imperiosa.
No se demoró nada, confirmando mis exquisitas sospechas.
-Ahora puedes mirar-me informó, riendo.
Lo hice y me encontré frente a la mujer más hermosa que había visto en años.
Llevaba un vestido color coral que flotaba en torno a ella semejante a la corola de una camelia.
Rápidamente estrujó su largo pelo cobrizo y lo anudó en un rodete sobre su cabeza.
-Ahora me voy, antes de que me echen de menos.
-Pero ¡dime al menos cómo te llamas!-la urgí.
Lanzó una risita y calzándose rápidamente sus sandalias de tacón, se alejó hacia la casa.
Y ahí quedé yo, como un ridículo pelafustán, descalzo y con los pantalones enrollados a la altura de las rodillas.
Cuando estuve en condiciones de seguirla, ya era tarde. Se perdió entre la masa de invitados y no pude encontrarla.
Y ese fue el momento en que pensé:
-¿Por qué tuve que conocerla si estaba tan tranquilo?
Era evidente que, después de verla, tranquilidad era sinónimo de aburrimiento.
El Lunes Martínez llegó tarde y sólo al medio día me pude acercar a él para sonsacarle algo sobre la pelirroja de la fiesta.
Ella había dicho que andaba con su novio así es que me las tuve que ingeniar para averiguar sin que se me notara el interés.
Resultó que se llamaba Josefina y era la cuñada de Martínez. Una chica veinteañera que estaba pasando unos días en su casa.
-De novio, nada- dijo él-Es sólo una invención suya para alejar a los moscardones.
  Y me miró con cara de insecticida.
-Veo que te impresionó, pero no te hagas ilusiones. Has de saber que la dejaron a mi cuidado, y tú tienes una fama, compadre, que mejor no hablamos...
Era verdad. Mi tortuoso romance con Sandra había trascendido más que un cotilleo de farándula y me costaría mucho probar que había recobrado mi condición de hombre serio.(Suponiendo que alguna vez la hubiera tenido...)
Pero esa chica ameritaba cualquier sacrificio.
Poco faltó para que me arrodillara a los pies de Martínez, rogándole que me la presentara. Por supuesto no mencioné nuestro secreto encuentro en la piscina.
Al final, accedió a llevarme a su casa a tomar un café.
-Sólo porque a mi mujer le caíste en gracia- me advirtió con severidad.
Cuando llegamos esa tarde Josefina no estaba, pero no tardó en aparecer.
Había ido a la Universidad a inscribirse en los ramos que le tocaban ese semestre. Leyes estudiaba la hermosa.
Al verme, me miró con cara de juez, aunque le faltaban años para recibirse.
Luego me estiró su delicada zarpa de gatita  y un brillo malicioso cruzó por sus ojos verdes.
-¡Mucho gusto!-dijo con absoluto desparpajo- Me pareció haberlo divisado por aquí el Sábado....
Y yo, que le había rogado al Destino que me mantuviera lejos, al menos por un tiempo, de las pérfidas mujeres, de ahí en adelante, solo le pedí que me permitiera estar lo más cerca posible de esa cabellera de fuego, aunque terminara chamuscado como polilla en una ampolleta.

1 comentario:

  1. ¡Hola, Lilly! De nuevo leyéndote y comentando...
    Me ha gustado el comienzo del cuento, con esa lamentación a posteriori por haber conocido a una mujer con la que seguramente ha vivido malos momentos y echando de menos su tranquilidad. Pero luego cambia su pensamiento y aunque sabe que se meterá en terreno peligroso al flirtear con Josefina, no puede vencer su atracción.
    A otra escala, pero los hombres no dejamos de ser insectos atraídos por la luz... que muchas veces no conviene.

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