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lunes, 27 de febrero de 2012

INTERLUDIO.

A Víctor le parecía que desde hacía un tiempo, todo andaba mal.
El nuevo jefe del Departamento de Física había llegado imbuido de un afán de cambios y una actitud prepotente hacia los profesores. Para reforzar el curso que impartía Víctor había contratado a un profesor joven y la mayoría de los alumnos se había inscrito con él. Sólo los que no alcanzaron un cupo se matricularon en la clase de Víctor.
Luego, para el segundo semestre le asignaron un ramo para el cual no tenía experiencia. Tendría que pasar las vacaciones de Invierno concentrado en preparar las clases y el tiempo era demasiado corto para alcanzar la seguridad que necesitaba. Conocía la agresividad de los alumnos, su afán de hacerle preguntas difíciles para ponerlo en apuros y luego las sonrisas mordaces con que acompañaban su triunfo.
Al llegar a su casa, quiso expresarle a Elena su descontento.
Ella marcó con el dedo la página del libro que leía y lo miró con frialdad:
-Terminarás por hacerte mal ambiente en la Facultad con tus continuos reclamos. Es necesario que aceptes los cambios de una vez.
Víctor se calló, entristecido. No quería preocuparla, pero al mismo tiempo necesitaba desahogar su resentimiento, su sensación de derrota frente a aquel profesor más joven. Y su temor a fracasar en el nuevo ramo...
Esa noche, yaciendo en la cama matrimonial, no pudo evitar insistir en el tema.
-Todo se ha vuelto tan difícil, Elena. No me siento valorado...Pero, ¿por qué no me contestas?
La miró y vio que se había dormido.
Sonrió con amargura y en la oscuridad susurró:
- ¿Y tú, Jenny? Tú sí que me comprendes ¿verdad?
Se sintió turbado ante ese pensamiento sorpresivo. ¿Por qué pensaba cada vez más seguido en ella?
Jenny era amiga de Elena y estaba casada con Carlos, otro profesor del departamento de Física. Venía a menudo a verla y en las tardes, al llegar, Víctor la encontraba muchas veces sentada al lado de la estufa.
Al principio, la había menospreciado un tanto. ¡Era tan tímida y apocada! Al lado de la belleza de Elena, se veía descolorida y sin gracia. Era de esas mujeres bajitas y frágiles que nunca los hombres se dan vuelta a mirar en la calle.
Pero con el tiempo percibió que su aparente apocamiento era dulzura y discreción. Y había en sus ojos, cuando lo miraba, una admiración y una fe en su talento que hacía mucho tiempo que Elena parecía haber perdido.
Un atardecer de Junio, al enfrentar la calle que lo llevaba a su casa, se encontró con Jenny.
-¡Pero, que hace por aquí! La tarde amenaza lluvia...
-No es casualidad. Quería verlo.
Víctor quedó desconcertado y por un momento sintió que su corazón se detenía.
-Quería conversar con usted-continuó ella-Carlos me ha hablado de sus tropiezos en al Facultad.
-Sí. No puedo decir que sean triunfos-respondió Víctor con amargura.
Se detuvieron frente a una plaza y sin ponerse de acuerdo, se internaron bajo los árboles.
.Pasearon largo rato en silencio. Luego él se explayó largamente en los temas que lo preocupaban. Le admiró la rapidez con que ella lo comprendía todo.
Empezó a llover y al principio no hicieron caso de las gotas que mojaban su pelo y quedaban suspendidas en las ramas, enjoyando los árboles.
Pero pronto la lluvia arreció y escaparon corriendo a refugiarse en el umbral de un edificio.
-Debo irme-dijo Jenny en voz baja-Carlos me espera.
-Siempre nuestros encuentros dependen de sus visitas a Elena-le reprochó él.
-¿Y cómo podría ser de otra manera?
Le extendió su pequeña mano fría y Víctor la estrechó entre las suyas. Creyó sentir que temblaba.
Al llegar a su casa, Elena no salió a recibirlo.
Vio luz en la pieza de su hijo y supuso que estaría allí, entregada a su nostalgia.
Pasaba horas ordenando su ropa en los cajones, quitando el polvo de sus libros.
Pero él jamás volvería.
Habían pasado dos años. ¿Nunca podría aceptar Elena la inexorable realidad de su muerte?
Pero Víctor no pensaba en eso ahora. Lo invadía una sensación de paz y de claridad, como si emergiera de un túnel. No recordaba haber sentido una felicidad como esa en mucho tiempo.
No creía en Dios, pero sin saber por qué, sentía que El lo estaba mirando desde una penumbra azul donde refulgían los ojos de Jenny.
Pero ella dejó de ir a visitarlos.
Todas las tardes, al llegar él preguntaba:
-¿A venido alguien?
Siempre había tenido esa costumbre, pero ahora significaba una sola cosa:
_¿Ha venido Jenny?
Al final, se atrevió a preguntar por ella, fingiendo un aire distraído.
-Me llamó-respondió Elena-Parece muy preocupada por Carlos. El ha estado sintiendo unos malestares extraños y han pedido hora en el médico.
Víctor recordó entonces haberlo notado cambiado en el último tiempo. Se veía macilento y a veces su boca se contraía en un rictus sorpresivo, como si lo atenazara un dolor.
Pero una noche sonó el timbre y Víctor se apresuró a abrir. Había tenido el presentimiento de que era ella.
Al verla en el umbral, sintió que todo su desamparo y su desdicha se desvanecían.
¡Se había sentido tan solo!
La brecha que desde hacía dos años se había abierto entre él y Elena, se ensanchaba cada vez más.
Ella se había sumergido en su dolor como en un agua oscura y no aceptaba que nadie la rescatara de su lento hundimiento.
-¡También era mi hijo!-hubiera querido gritarle Víctor. Pero se habían convertido en dos extraños.
¡Sin embargo, ahora Jenny estaba allí!
 El comprendió que siempre había estado. Que su presencia era constante en su vida como una sombra transparente, como un par de alas amantes que lo cobijaran.
¿Cómo era posible que no hubiera comprendido antes que estaba enamorado de ella?
Tomó su abrigo para colgarlo en la percha. Aún conservaba el calor de su cuerpo y por un instante lo estrechó contra sí, como si la abrazara.
Ella tomó su habitual lugar junto a la estufa e hilvanó su charla dulce y tranquila, que era como un sedante para el dolor de ambos.
Las contempló juntas bajo la luz de la lámpara. ¡Qué bella era Elena! ¡Pero qué tierna y delicada era Jenny!
De vez en cuando, sus ojos se clavaban en los de Víctor llenos de dicha y de melancolía. Porque también lo amaba.
La fue a dejar a su casa, caminando entre la fría niebla que envolvía la ciudad. Sin decir nada, se sentaron un momento en un banco de la plaza.
Víctor tomó su mano y la llevó a sus labios.
-¡Víctor, amor mío! gimió ella-Esto no puede ser. Carlos está enfermo, temo por su vida. Y Elena, ha sufrido tanto...No tenemos derecho.
-¡Es cierto!-repitió él como un eco-¡No tenemos derecho!
Quizás este amor había nacido de su pena y de su fracaso, pero se había convertido en una fuerza que le nublaba el juicio.
-¡Después de todo, no hacemos daño a nadie!-pensó. Pero sabía que no sería cierto. Que si continuaban viéndose, su amor arrasaría con todo.
Pasó el tiempo y no volvieron a encontrarse.
Pero una noche, ya tarde, cuando Elena dormía, sonó el teléfono. Era ella.
-¡Víctor, mi amor! Necesitaba oírte. Dime cualquier cosa....
-Jenny, mi dulzura ¿cómo estás?
-Sin ti estoy mal y lo sabes. Pero debo pensar en Carlos. ¡El me necesita!
-¡Pero yo también te necesito!-exclamó él desesperado.
Ella lanzó un débil gemido, como la queja de un pájaro, y cortó la comunicación.
Al día siguiente, Elena le dijo:
-Anoche, muy tarde, me pareció oírte hablar por teléfono. Debo haberlo soñado.
-Sí-respondió él-¡Fue sólo un sueño!. 

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