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jueves, 9 de febrero de 2012

CELEBRANDO SAN VALENTIN.

Se aproximaba el Día de San Valentín y Claudia confiaba en que ese año Pablo la saludaría.
El año anterior,  él había tenido que viajar a provincia por la enfermedad de su padre,  y habría sido absurdo esperar que en medio de su preocupación se acordara de llamarla.
Pero ésta vez sí.  ¡Seguro que lo celebrarían!
Hacía dos años que vivían juntos en el departamento de Pablo y Claudia sentía que ya era tiempo de que pensaran en casarse.  Había cumplido treinta y dos años y su deseo de ser madre había aumentado hasta volverse angustioso.
Sentía que ambos se complementaban bien y que su amor se había ido fortaleciendo.  Nunca discutían y su vida juntos se deslizaba como un río manso que no encuentra obstáculos en su fluir.  En realidad, a veces se preguntaba inquieta si esa pasividad sin emociones no sería una mala señal. . .
Pasaban los días y Pablo no planificaba una salida especial ni parecía inquietarse por comprarle algún regalo.
Sus compañeras de oficina le contaban las entradas sigilosas de sus maridos con algún regalo escondido bajo la chaqueta o preguntas directas por sus preferencias en la elección de un restaurante.
¿Le prepararía Pablo una sorpresa? ¿Aprovecharía el Día de San Valentín para pedirle que se casaran?
La víspera no pudo más y le preguntó tímidamente:
-¿No haremos nada especial mañana?
-¿Qué pasa mañana?-le contestó él sin despegar la vista del diario.
-¡Mañana es San Valentín! ¡Por favor,  Pablo! ¡Es imposible que lo ignores!
-¡Ah, esa tontera! ¡Pura propaganda comercial para hacer gastar a la gente! No pensarás morder ese anzuelo ¿no?
Claudia se quedó muda y una profunda tristeza invadió su corazón. Todas sus ilusiones cayeron rotas como si alguien hubiera destrozado brutalmente con su puño un objeto de cristal.
Dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas.
A la mañana siguiente Pablo salió apurado y al despedirse le advirtió:
-No me esperes a comer. Hay un proyecto que el jefe quiere dejar encaminado antes de salir a vacaciones.
Su única pequeña esperanza se desvaneció.  Había pensado,  aún contrariando a Pablo,  preparar una pequeña cena de celebración.
Todo el día lo pasó triste en la oficina,  viendo llegar los mensajeros con ramos de flores o escuchando los llamados telefónicos que hacían reír o suspirar a sus compañeras.  Disimuló su pena y ante las preguntas curiosas,  respondió sonriendo que Pablo y ella saldrían a comer.  Se sentía humillada.
Al anochecer,  llegó al departamento oscuro y se dejó caer en un sillón,  sin encender la luz.
El silencio se hacía más opresivo marcado por el tic tac del reloj que cada cuarto de hora hacía sonar su carillón.
Al fin no pudo soportar más su angustia y decidió salir.  Se vestiría y saldría a comer fuera.  ¡No importaba que tuviera que hacerlo sola! Comería algo especial y pediría champaña.  ¡Celebraría consigo misma ya que no podía hacerlo con Pablo!
Se puso su vestido negro y peinó su pelo en un elegante rodete sobre su nuca. Se perfumó y sacó su cartera de fiesta.
Eligió un restaurante discreto en el que hacía dos años había estado con Pablo celebrando el cumpleaños de un amigo.  Estaba bellamente iluminado y habían decorado las mesas con ramos de claveles rojos.
Eligió una pequeña mesa en un rincón y el mozo,  al presentarle la carta,   le preguntó:
-¿Espera a alguien la señora?
-No, sólo cenaré yo-respondió con sencillez e indicándole su preferencia en el menú, agregó-Tráigame champaña.
Lentamente las mesas fueron ocupadas por parejas de distintas edades.  Incluso una anciana de cabello blanco hizo entrechocar su copa con la de su compañero,   que la miraba con ternura.
Ya tarde,  se abrió la puerta del restaurante y entró una última pareja. Ella era rubia y elegante y se reía con las bromas que su compañero le susurraba al oído.  El era Pablo.
Desde su rincón,  Claudia los estuvo observando largo rato.  Lo vio a él sacar de su bolsillo un paquete envuelto en papel dorado y entregárselo,  mirándola a los ojos.  Era un perfume.  Ella se lo aplicó tras las orejas . Luego le salpicó a él la punta de la nariz y ambos se rieron al unísono.
Claudia llamó al mozo con una seña y pagó su cuenta.
-¿Hay alguna puerta lateral por la que pueda retirarme? No quisiera tener que atravesar todo el comedor para salir a la calle.
-¡Por supuesto,  señora! Yo la acompaño.
Al llegar al departamento,  sacó su maleta que estaba en el closet y puso en ella la mayor cantidad de ropa.  El resto vendría a buscarlo luego.
Sobre el velador de Pablo,  como única despedida,  dejó la boleta de su consumo en el restaurante.
Lo más caro había sido la champaña con la que había brindado a solas.
¡Feliz Día de San Valentín,  Claudia!

2 comentarios:

  1. Es raro sorprender a la pareja "in fraganti" cuando te está siendo infiel. Pero mejor eso que tener que saberlo por indicios o por terceros, porque así se evitan las dudas que el cariño pueda introducir.
    Me alegra que hayas optado por un final donde Claudia coge la maleta y se va. Muchas veces se opta por "dialogar" y perdonar al culpable pero no es lo más recomendable.
    Y descubrir una infidelidad justo en San Valentín o una fecha especial, todavía duele más.
    Me ha gustado tu acierto de reflejar que ella se ha enterado de lo sucedido a través de la cuenta del restaurante.
    Que tengas muy buen fin de semana y por supuesto te deseo mejor San Valentín que a Claudia.
    Un abrazo.
    José

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  2. Super Lilly:
    ¡Que rico! Otro relato sensacional que espero piratearte para darle un mayor interés a mis Blogs.

    Tu escrito es fluído y con un final como debe ser.

    Veo que superaste con creces el cuarto milenio de visitantes. Estoy seguro que a fin de este 2012, eso va a ser una simpática bicoca.

    Mi saludo cordial: RAB

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